Un año atrás se estrenaba en Venecia una rarísima película vernácula. Era parte de la competencia oficial; no obtuvo premios oficiales, pero sí no oficiales y excelentes críticas.
Unos meses después, fue un discreto éxito en salas. ¿Cómo se llamaba? El jockey. Luis Ortega había confiado en su propia imaginación y en la de Fabián Casas para la construcción de un relato capaz de sortear la emboscada del llamado cine comercial que suele restringir su retórica supuestamente universal a tres actos con una moraleja en el final.
¿De qué se trataba El jockey? Lo hermoso de aquella película con el protagónico de Nahuel Pérez Biscayart radicaba en su prepotencia visual; no se podía glosar en una oración el desarrollo de su historia, porque cuando un relato se asemeja a un sueño la síntesis traiciona su riqueza.
En febrero de este año, en Berlín, se conoció otra película argentina que también se destacó en la competencia oficial de la Berlinale. El mensaje, de Iván Fund, recibió elogios y en esta ocasión se le otorgó un premio importante, el del Jurado.
En los cines argentinos tuvo un desempeño aceptable; no llevó un millón de personas, ni se exhibió en la quinta de Olivos, tal vez porque una película como la de Fund exige una sensibilidad ajena a la de los funcionarios.
Y podría haber suscitado algo de interés: en El mensaje una niña puede comunicarse con los animales, incluso si están muertos.
¿Las últimas?
El mensaje y El jockey fueron las últimas películas argentinas que participaron en los festivales que definen la agenda cinematográfica del mundo.
En aquel que suele ser el decisivo, el Festival de Cannes, las argentinas brillaron por su ausencia, más allá de que el máximo responsable del festival, el señor Thierry Frémaux, no dejó de recordar la peculiar batalla del Gobierno argentino contra el cine de su país.
En la presentación de los jurados de Un Certain Regard, en la segunda semana de mayo, Frémaux instó a Pérez Biscayart, miembro del jurado, a que dijera algunas cosas sobre la situación en Argentina.
No era la primera vez que el talentoso actor expresaba su preocupación ante los hechos. Ya se había pronunciado en San Sebastián en 2024 al recibir un premio por la película de Ortega.
En Locarno de este año, tampoco hubo películas argentinas en la competencia oficial, algo que fue habitual en tiempos pretéritos, pero en la segunda competencia para nuevos autores, “Cineastas del presente”, Cecilia Kang presentó Hijo mayor.
El premio a mejor dirección se lo llevó la cineasta argentina de padres coreanos, cuyo relato reconstruye una experiencia que no le debe resultar ajena: la hija de un migrante coreano del siglo pasado intenta comprender cómo habrá sido para su papá llegar a nuestro país, devenir en argentino e inventarse una vida, justo cuando ella debe hacer lo mismo, pero sintiéndose enteramente argentina.
La película es tan delicada como la precedente, Partió de mí un barco llevándome, la que llevó a que en los labios del vocero del Presidente una oración de Alejandra Pizarnik pasara por su boca al mismo tiempo que una declaración mendaz característica de su oratoria.
Esa película había llevado cientos de espectadores, y no cuatro, como dijo burlonamente el susodicho en Casa Rosada.
En la competencia oficial de Venecia de este año, no se incluyó ninguna película argentina; las que se han visto por ahí, en otras secciones, incluso Orizzontti, que es competitiva y reúne títulos de mayor riesgo, fueron las notables The Souffler, de Gastón Solnicki, y Pin de Fartie, de Alejo Moguillansky. Ambas películas fueron producidas de un modo independiente. Nuestra Tierra, de Lucrecia Martel, su primer documental, una obra mayúscula en la que trabajó por años, también se estrenó en el mismo festival.
Pronto comienza San Sebastián, y en la competencia oficial se verá una película hermosa titulada Las corrientes, de Milagros Mumenthaler. Como siempre sucede en el festival español, en otras secciones del evento se proyectarán muchas películas argentinas.
El festival ha sido vehemente en su apoyo al cine argentino desde que Javier Milei comenzó su presidencia y sus políticas culturales fueron de inmediato teñidas por el vocablo simbólico que define su gestión: ajuste.
El porvenir no es una ilusión
Cuando una persona alza la cabeza y mira el cielo en la noche, miles de estrellas cubren el firmamento. Como sabemos, muchas de esas gigantescas bolas de gas caliente, sobre todo de hidrógeno y de helio, han dejado de existir, pero el viaje de la luz tarda en llegar a la Tierra.
Si todavía se pueden programar películas argentinas en los festivales, se debe al tiempo que implica hacerlas. Mucho de lo que hemos visto y se ha programado en los festivales de hoy son producciones de años anteriores a la administración de Milei y a la gestión del presidente del Incaa, el señor Carlos Luis Pirovano, economista que ve películas en TikTok.
En los años venideros, la escasez será la regla. Festivales como los de Mar del Plata y el Bafici tendrán que esmerarse en la selección de películas para sus competencias nacionales. ¿Habrá suficientes películas?
Mientras el Incaa administra sus recursos sin apoyar la diversidad del cine argentino, algunas provincias han empezado a formar concursos destinados a la producción de largos y cortos, cuyos premios significan dinero para filmar.
El fervor de algunos cineastas independientes forja caminos alternativos. Muchos filman como pueden. Sin ningún apoyo, Gustavo Fontán, por citar un caso reciente, terminó Ramón Vázquez, con Marcelo Subiotto en el protagónico.
Tal vez esté en un festival destacado en 2026. El deseo es más poderoso que la necedad.