Tanta amenaza de aniquilación humana en forma de invasiones extraterrestres y bombardeos nucleares me llevó a pensar en ese final apacible que aventuró T. S. Eliot en Los hombres huecos.
Volví a esa idea al ver Pluribus (Apple TV+), un nuevo producto de la mente de Vince Gillian que con sus primeros dos episodios ha llenado a los espectadores de preguntas.
Carol Sturka (Rhea Seehorn) es una escritora de novelas de romance histórico especulativo. Le fastidia lidiar con las fans que la adoran tanto como a su obra, porque para ella es basura que convierte en dinero. Un buen día, un virus infecta a los individuos del planeta y Carol descubre que es inmune.
La particularidad del virus es que crea un pensamiento de colmena. Todos saben todo sobre todos; el conocimiento del mundo entero está en la cabeza de cada uno. De allí que no existan rivalidades, violencia, ni intenciones de apoderarse de nada ni de nadie: es el paraíso de la cordialidad y el trabajo conjunto.
Encerrada en la soledad del inmune, Carol reafirma su cinismo misantrópico y su tendencia a los exabruptos cada vez que se topa con los infectados.
“Solo queremos ayudarte”, le repiten con una sonrisa que expresa el mismísimo infierno de la protagonista.
Carol intenta sobrevivir en la singularidad de su existencia porque lo lógico es resistirse a ser absorbida. ¿O no?
De muchos, uno
Además de los méritos estilísticos que hacen a una buena serie, Pluribus acierta en postular interrogantes filosóficos sobre nuestro presente.
Entran en conflicto dos modelos de subjetividad: lo individual y lo colectivo.
El primero reconoce singularidades en cada uno de nosotros que se defienden bajo universalismos como igualdad y libertad.
El segundo se retrata en la serie como un pensamiento de colmena donde la única diferencia es el cuerpo como envase; es la homogeneidad de un régimen totalitarista sin deseos de rebelión.
Para quienes defienden el primer modelo, la colmena es atroz, la anulación del pensamiento propio, de la diferencia y la creatividad. Sin embargo, ¿resulta por entero repudiable si esa telepatía colectiva garantiza genuinamente el bienestar de todos? Es una pregunta verdaderamente especulativa porque la historia nos ha enseñado que en estos escenarios el beneficio es solo para unos pocos.
Pero es un interrogante útil para entender por qué debemos defender las diferencias individuales o, en otras palabras, por qué nos espanta la masa idéntica.

El infierno está en lo encantador
Hay una trampa en el modelo que defiende la singularidad del individuo: asume que la libertad garantiza su autonomía.
Esto funcionó muy bien en la Ilustración del siglo XVIII pero está muy lejos de ser la subjetividad del presente. Y aquí es donde Pluribus interpela a su época.
La autonomía ilustrada se defendía frente a autoridades como la Iglesia y las monarquías, frente a los intentos de dominar la razón humana.
El individuo que encarna la subjetividad actual, en cambio, enfrenta una autoridad compleja: no es una sino múltiple, está diseminada en corporaciones, en instituciones de diversos órdenes y en un puñado de individuos que mueven las finanzas globales por diversión.
La individualidad que actualmente se promueve es vacía porque se dirige a su disolución en un colectivo idéntico, empleando como herramienta el consumo en todas sus aristas.
Es una maniobra que pasa desapercibida porque la atomización garantiza el aislamiento: el otro es amenaza. No es para nada anecdótico que en el escenario de Pluribus no haya comunicación.
La telepatía vuelve innecesarios la conversación, la escritura, el diálogo, el malentendido y hasta el arte.
Tal vez sostener la singularidad del individuo sea estúpido, un gesto de narcisismo antropológico que nos aleja de la apacible vida en la colmena de Pluribus.
Tal vez la identidad total esconda en su apacibilidad la clave de nuestra extinción. Con seguridad, la única manera de encontrar la respuesta es estando fuera de la colmena. Pluribus aún tiene siete episodios más para estrenar, veremos si ofrece alguna pista.






















