Llama la atención el desinterés por el cine como arte que muestran muchos de quienes hoy hacen terror, como si bastara con reproducir la fórmula comercial que hizo estragos desde la década de 1980: personajes estúpidos en situaciones absurdas, puro pretexto para acumular sobresaltos y sangre. Parecen convencidos de que eso es lo que vende en taquilla y lo que los fanáticos del género buscan para pasar el rato con amigos.
Da incluso pereza explicar por qué Infierno en el pantano es una mala película. Pero es nuestra obligación hacerlo, así que basta con señalar que el filme dirigido por Taneli Mustonen y Brad Watson recurre, una vez más, al gastado recurso del grupo de amigos que se va de viaje para relajarse y termina atrapado en una pesadilla.
El conflicto comienza cuando Kyle (Athena Strates), Alice (Madalena Aragão), Malika (Elisha Applebaum) y Sam (Mohammed Mansaray) llegan a su destino y se embarcan en una excursión aérea que termina en un accidente en medio de los pantanos de Luisiana. Allí, aislados y heridos, descubren que no están solos: unos cocodrilos asesinos comienzan a acecharlos.
La explicación (y justificación) de por qué los cocodrilos se vuelven tan agresivos también resulta trillada. Se expone desde el prólogo: la DEA irrumpe en una cocina de drogas oculta en los pantanos y, durante el operativo, unos tanques con sustancias tóxicas caen al río. El resultado, claro, es que los cocodrilos se desquician.
Una vez atrapados en el pantano, las tensiones entre las protagonistas (especialmente entre Kyle y Malika, que desde el inicio no se soportan) salen a la luz. Reproches, pequeñas traiciones y una cuota de mezquindad se mezclan con el creciente nerviosismo ante la presencia de los cocodrilos, que ya han comenzado a acecharlos.
En resumen, los personajes deben sobrevivir, lo que convierte a la película en una survival movie con animales asesinos, pero sin un ápice de personalidad ni ingenio. Tampoco se atreve a abrazar del todo lo bizarro (es, de hecho, bastante dramática) porque en el fondo intenta ser seria. Y fracasa justamente por eso: está plagada de situaciones inverosímiles y sobreactuaciones que, por momentos, resultan vergonzosas.
La lucha por sobrevivir los lleva a improvisar una canoa, hasta que llegan a la casa donde ocurrió la balacera inicial, ahora habitada por los cocodrilos más feroces (en especial uno con una cicatriz en el ojo, que cumple el rol de líder). Pero ni siquiera en este tramo final la película logra remontar: las escenas de sangre y muerte son torpes, burdas, y el gore carece por completo de vitalidad.
Los efectos especiales son propios de esas producciones destinadas a una plataforma de tercera (antes iban directo al videoclub), y la película no funciona de ningún modo: ni como historia de supervivencia ni como película de terror, porque a la trama la hemos visto cientos de veces, y con mejores resultados. Lo peor es que los monstruos no logran ser ni aterradores ni amenazantes, por más que se insista en lo contrario.
Todo lo que les ocurre a los personajes (y las peleas absurdas que tienen entre ellos) roza lo ridículo, al punto de hacernos sentir que estamos perdiendo el tiempo. Lo único bueno es que dura menos de una hora y media. Es mala, sí, pero al menos pasa rápido.
Para ver Infierno en el pantano
The Bayou, Reino Unido, 2025. Terror. Dirección: Taneli Mustonen y Brad Watson. Guion: Ashley Holberry y Gavin Cosmo Mehrtens. Elenco: Athena Strates, Madalena Aragão, Elisha Applebaum, Mohammed Mansaray, Tayla Kovacevic-Ebong, Andonis Anthony, Sarah Priddy, Isabelle Bonfrer, Flynn Barnard y David Newman. Fotografía: Steven Hall. Música: Según Akinola. Duración: 87 minutos. Apta para mayores de 13 años (con reservas). En cines.