Con frecuencia reducido a la burla y a la parodia, el humor despunta de vez en cuando como una herramienta para formular preguntas fundamentales. Es un registro en el que cualquier disciplina puede desenvolverse y salir airosa cuando ya no puede dar más respuestas. Estas son sólo algunas de las virtudes del falso documental La vida según Philomena Cunk (Netflix).
Estrenado hace pocos días, nos acerca otra ridícula, ignorante y en más de una ocasión brillante investigación de Philomena Cunk. El formato replica el de cientos de documentales que siguen los pasos de un conductor apenas conocedor, a través de locaciones imponentes e históricamente relevantes, interrumpido por recortes de entrevistas a especialistas en la materia.
Cunk es un personaje con reputación propia, que supo estar al frente de otros falsos documentales como La Tierra según Philomena Cunk (también en Netflix), Cunk on Britain, Cunk on Christmas y Cunk on Shakespeare. Lo curioso de esta saga involuntaria es el empleo del humor no sólo para los juegos de palabras y reduccionismos caprichosos, sino especialmente para hacer preguntas incómodas a verdaderos especialistas que, aun sin responderlas, permiten al espectador tener una respuesta.
No hay preguntas tontas
En La vida según Philomena Cunk se tocan los temas taquilleros e inabarcables de siempre: el origen del universo, la existencia de Dios, el evolucionismo, la moral, el arte y la muerte. La conductora, Cunk, no tiene ningún problema con saberse desinformada y ociosamente autorreferencial, y pregunta desde el sentido común más llano, como si cualquiera de nosotros se sentara con un físico, con un historiador de arte o con un filósofo especializado en religión.
Uno de los capítulos del falso documental aborda el concepto de átomo. Cunk le pregunta a uno de los entrevistados, profesor de Física Cuántica, si los pies y los ojos están compuestos por átomos.
El profesor, en el tradicional tono totalizante y positivista de su disciplina, afirma que absolutamente todo está hecho de átomos. Cunk, entonces, pega el salto y, sin saberlo, lo encierra con un ejemplo excelente: ¿los pensamientos están hechos de átomos? El entrevistado no puede responder.
Más adelante, Cunk le pregunta a un neurocientífico si el cerebro genera la conciencia o si la conciencia maneja el cerebro. Como todo académico respetable, el neurocientífico responde, desde un punto de vista materialista, que no hay una única respuesta, pero que él sostiene que el cerebro genera la conciencia, aunque la conciencia permite hacer cosas que no se podrían hacer sin ella.
Estos fragmentos concentran los debates más profundos que se han dado en la filosofía y que fueron dejados por figuras como René Descartes, pero que aún no pueden salvar racionalmente la brecha entre la realidad material y la pensante. Algo que también sucede con el pedido de Cunk de una demostración de la existencia de Dios que resulta un eco de los arduos debates de la Edad Media.
Cunk le quita un poco de palabrerío (no de complejidad) para situar la pregunta en ejemplos tan cotidianos que parecen absurdos, como tener una cita con un nihilista que se va sin pagar la cuenta.
La sabia ignorancia
Es recurrente la pregunta por los límites del humor, por aquellos temas que no deberían ser nunca material para la risa y la parodia porque bordean la ofensa. La vida según Philomena Cunk nos muestra una fórmula que sí funciona porque no cae en la ridiculización de personas. Por el contrario, de manera disimuladamente filosófica, señala contradicciones y sacude el sentido común a partir de preguntas y no de respuestas.
No es casual que los entrevistados sean verdaderos académicos reconocidos y hasta premiados. Cunk encarna un saludable desafío al saber en tanto autoridad y revisita esas preguntas que seguramente en algún momento movilizaron desde el asombro a sus prestigiosos entrevistados.