En la editorial del número 9 de la revista Tiempo de Cine, titulada “Ante otra crisis del cine nacional”, se puede leer: “El régimen de avales, por ejemplo, no inhibe a los ‘corsarios’ del cine, sino que puede transformar toda la producción en una cruda aventura comercial y, lo que es peor, destruir la realización de obras independientes.
Al parecer, se ha olvidado que, por fin, los triunfos del nuevo cine argentino —aquellos de transformación trascendente— dependen de una auténtica necesidad de expresión, manifestada sin tutelas ideológicas y antepuesta al simple propósito de lucro”.
Las palabras tienen una resonancia en el presente, fueron escritas en el verano de 1962. ¿De qué cine se habla, qué sucedía entonces?
En el mismo número, el crítico, programador e historiador Salvador Sammaritano, publicaba un “Diccionario de la Nueva Generación Argentina”.
La mayoría de los nombres citados son los cineastas que el ciclo Breve Cielo, que se celebra esta semana en el Cine Municipal Hugo del Carril, permitirá conocer como corresponde: a través de 16 proyecciones en fímico.
Son películas emblemáticas del Nuevo Cine Argentino; ver Tres veces Ana, Pajarito Gómez, Los inconstantes, Tiro de gracia, en 16 o 35 mm, por nombrar solo cuatro de las películas programadas, resulta un privilegio.
Las copias digitales en estos casos suelen ser espantosas; el encuentro con cada obra tal cual fue concebida y en el formato original de proyección es un verdadero acontecimiento.
No sería sorprendente que gente de Buenos Aires, Rosario, Mendoza u otras latitudes viajen hasta nuestra aturdida y perturbada ciudad solamente para ver este ciclo.
Para los amantes del cine, esto es como un mundial de fútbol en el que reviven las mejores estrellas de todos los tiempos y juegan en continuado. La sala va a estar llena.
Los años 60
La década en cuestión fue un sismo en todo el mundo: el deseo de revolución y de indagación desconocía los límites geográficos y cualquier disciplina. El fervor político y la efervescencia teórica de las ciencias sociales tenían una incidencia en el mundo de las artes. Todo se podía cuestionar, todo se podía modificar. Había nuevo cine checo, alemán, japones, indio; también argentino.
Donde se ve mejor el espíritu de la época entre las 16 películas, la intersección de un mundo que dejaba de ser y otro que comenzaba, es en Dar la cara.
En 1962, José Martínez Suárez, con libro de David Viñas, duplicaba lo que estaba detrás de cámara en lo que estaba también frente a ella.
Hay una subtrama en la que un hijo de un productor se pregunta cómo hacer cine ahora. Se constata así un límite de clase ante una demanda del presente.
Las primeras escenas de Dar la cara coinciden con el final de la conscripción en la vida de los dos protagonistas, uno, estudiante de ingeniería, el otro, quizás, ciclista; representan dos perspectivas de futuro; en el último tramo, los estudiantes de ingeniería piden por una huelga, toman la universidad y la policía irrumpe y amedrenta.
Principio y fin, y en el medio pasa de todo. Es que los cineastas del 60 no eran tímidos a la hora de llamar las cosas por sus nombres: las inscripciones en la calle, la radio prendida, los diarios y el discurso en sí de los personajes sintonizaban con las turbulencias de la época.
He aquí la gran diferencia entre el Nuevo Cine Argentino de los 60 y el que nace a mediados de la década de los 90: su sustancia, su atrevimiento, su apertura al mundo; su clara inteligencia viva.
En esta línea, hay una película admirable de Ricardo Alventosa. En diciembre de 1964, se estrena La herencia, una comedia negra en la que la impotencia del personaje que interpreta Juan Verdaguer pone en riesgo la herencia de la tía, cuyo testamento tiene como único destinatario a un sobrino o sobrina que todavía no nació.
El relato gira en torno a este dilema jurídico y genético, pero está rodeado de signos constantes del orbe social que reponen los antagonismos de aquel presente. El viaje en auto por la ciudad de Buenos Aires, en los primeros minutos, es antológico, como lo es también el paseo de Verdaguer con el padre de su futura esposa, interpretado por Nathán Pinzón.
Los carteles lo dicen todo, y exceden el sostenimiento del orden vial: “Prohibido girar a la izquierda”, “Conserve bien la derecha”.
Los cineastas del 60 eran conscientes de la modernidad del cine. La retórica clásica ya no era una exigencia narrativa; los relatos podían desconocer la línea recta y a través de la cámara se podía experimentar con la percepción.
La terraza, Circe, Tiro de gracia, The Players vs. Ángeles Caídos y Puntos suspensivos son paradigmáticas en la materia: narrar y soñar son verbos casi transitivos; la palabra percepción ya no se ajusta al acto ordinario de mirar.
Tres veces Ana de David J. Kohon y Pajarito Gómez de Rodolfo Kuhn son obras maestras de esa modernidad porteña que nada tenía que envidiarles a los colegas franceses que habían convertido a París en un set abierto. Buenos Aires fue filmada con igual o mayor talento que la París de la Nouvelle Vague.
El Nuevo Cine Argentino contó, además, con sus intérpretes estrellas: María Vaner, Dora Baret, Graciela Borges, Héctor Pellegrini Luis Medina Castro, Leonardo Favio, Lautaro Murúa.
Hay que agradecerles una y otra vez a Fernando Martín Peña (Filmoteca Buenos Aires) y a Paula Félix-Didier (Museo del Cine Pablo Ducrós Hicken) por la programación y las copias. También a los redactores de La Vida Útil, que conciben y organizan un evento de tamaña complejidad, y a la Asociación de Amigos del Cineclub Hugo del Carril, que día a día sostiene milagrosamente el espacio que cobijará el ciclo.
Gracias a ellos veremos lo mejor de un período lúcido del cine argentino; gracias a ellos veremos una obra maestra casi desconocida: Nosotros, los monos, de Edmund Valladares, la mayor impugnación jamás filmada contra el boxeo.
Al cineasta no se le escapó que el cuadrilátero es siempre una miniaturización perversa y diferida del ascenso social en el contexto camuflado de la lucha de clases. Lo que sucede en el final es tan conmovedor como preciso política y estéticamente.
La voz en off dice, magistralmente: “Mientras tu cuerpo diezmado se enfría sin quejas…”. Ese plano pasará a ser, de inmediato, parte de la memoria de cualquier persona afortunada que esté sentada en una butaca de la Sala Mayor del Cineclub.
