Una casa con dos perros larga con una escena que es como una patada en el estómago, de esas que lo dejan a uno sin aire.
Lo que sigue parece no ayudar a descifrar tal situación que, luego sabremos, recién terminará de cobrar sentido en los segundos finales del filme.
En el medio, el desarrollo sigue a una joven familia que, acuciada por la crisis del 2001, debe amucharse en la casa de una de las abuelas e intentar lidiar con una cotidianidad compartida entre familiares que hace tiempo no comparten habitación.
Lo curioso de este filme cordobés, ópera prima de Matías Ferreyra, es que contó mediante una ficción un estado de situación que vivió la propia producción tratando de lidiar con la crisis argentina de los últimos años en general, y del Incaa en particular.
Al menos así lo asume su director, joven promesa del cine local, quien admite a La Voz que el hecho de que se haya rodado prácticamente en una sola locación también tiene que ver con esas condiciones materiales que se fueron complicando mientras pasaban los años y el proyecto iba tomando forma.
Es que desde que comenzó la idea del filme hasta que este año se estrenó en el Bafici y luego en el Festival Internacional de Cine de Cosquín (Ficic) pasaron unos siete años.
Primero, Ferreyra trabajó en soledad junto con sus anotaciones, luego ganó una beca del Fondo Nacional de las Artes para ir a Cuba y continuar con su proyecto, hasta que su guion recibió acompañamiento en un taller que hizo en el cineclub Hugo del Carril.
Allí conoció a la cineasta Inés Barrionuevo, quien terminó siendo productora de la película que este jueves estrena en cines comerciales.
Es que el trabajo cinematográfico es de largo aliento, tiene distintas intensidades y se combina con otros trabajos que permiten financiarlo o simplemente solventar los gastos de las personas que los hacen posibles.
−Pasaron tantos años desde que comenzaste con la película que imagino que después de tanto tiempo es difícil mantener aquel espíritu inicial. ¿Quizás ya querés pasar a otra cosa?
−Sí, está buena la observación porque es medio como una condición natural de los procesos cinematográficos a los que hay que sostener en el tiempo, no solo por lo que implica a nivel de energía y de recursos, sino también justamente, como decís, porque también uno va cambiando de perspectiva, va pensando otras cosas, reflexionando otras cosas. Entonces yo creo que un poco la película al final es de alguna manera una combinación de todo eso, un Frankenstein de todas esas ideas (…) El verdadero desafío como guionista y también como director es poder entender el espíritu o el alma más profunda de la película y luego sostenerlo. Después las cuestiones de forma, las de estética, incluso hasta las decisiones de guion y narrativas, pueden ir variando y son un poco dóciles. Si uno sabe de qué está hablando y puede aferrarse a eso, me parece que es clave para mantenerlo en el tiempo.

Fantasía y mucha realidad
La historia de la familia está contada a través de la mirada de Manuel, interpretado magistralmente por Simón Boquite Bernal.
El pequeño mira el reordenamiento territorial del cual es víctima con sus ojos de niño, pero a su vez con un asombro que le permite ver otras cosas. Y es allí donde lo fantástico se mete en la historia. Se trata de un toque sutil, pero decisivo para la narración.
¿Cómo hacer para que algo tan real como una crisis de la que la mayoría de los argentinos alguna vez fuimos víctimas pueda contar además una dimensión fantástica?
El director lo cuenta así: “Considero que este elemento fantástico podría pensarse como una dimensión más de lo real, en el sentido de que el tratamiento que yo le di a la historia es un poco a partir de la mirada, de la sensibilidad, de las necesidades y de las emociones de los personajes. El sendero que la película de pronto toma hacia lo raro responde un poco al modo en el que lo ven esos personajes, en cómo viven ellos su propia realidad. En ese sentido, lo fantástico, o mágico, se torna muy real, como una posibilidad tangible, como algo que puede suceder y que es parte del mundo de esas personas”.
Ferreyra relata que después de mucho trabajar, y gracias a la ayuda de Soledad San Martín en el casting, pudo dar con los actores correctos y además tomar de ellos devoluciones que enriquecieron al filme.
Todos los personajes fueron parte de su imaginación, pero hubo uno que sí tuvo un anclaje en la realidad. “El de la abuela es el único elemento autorreferencial de la película porque la Tati, que es el nombre de la abuela, es literal mi abuela. O sea, realmente ahí yo me tomé un poco la licencia y el atrevimiento de meterla, de traerla a la película porque sentí que lo que ella vehiculizaba como persona era un poco el universo de la locura de la salud mental, y que eso tenía que ser tratado con un cierto cuidado”, menciona.
En las notas de producción, Ferreyra hace algunos paralelismos con su propia experiencia durante la crisis y lo relata así: “El desempleo, el amontonamiento y la particular vida mental de mi abuela volvieron hostil la convivencia. Pero, para mí, la presencia de ella en la casa hacía la vida más interesante. Acercarme a sus delirios, fantasear con la muerte o jugar a ser otro/a fueron caminos para encontrar un lugar propio. ‘La locura es contagiosa’, decían mis papás. Los recuerdo haciendo mucho esfuerzo por trazar límites que a los hijos ‘nos salven’ de la locura de nuestra abuela, pero siempre el afecto y el tiempo compartido se encargaban de borrarlos”.
Sobre el resto de los personajes, el director cuenta que en un principio su idea era hacer una película más coral, hasta que se dio cuenta de que era más potente tomar solo la mirada de uno de los tres niños.
“Yo entiendo la infancia no como una etapa de la vida, sino como una forma de estar parado frente a las cosas, a la realidad, que tiene más que ver con las preguntas y con la sorpresa que con las certezas. Entonces, de pronto la mirada del niño me permitía cuestionar lo que como adultos siempre entendemos como ya dado”, cierra.
Para ver Una casa con dos perros
Argentina, 2025. Guion & dirección: Matías Ferreyra. Duración: 92 min. Con Simón Boquite Bernal, Florencia Coll, Magdalena Combes Tillard, Maximiliano Gallo, Emilio Silber, Abigail Piñeiro. En cines.