La ciudad y la naturaleza emergen como polos extremos de una deriva imposible en Después, la niebla, segundo largometraje y primera ficción del cordobés Martín Sappia. Si en Un cuerpo estalló en mil pedazos (2020) el director reconstruía la trágica fuga hacia delante del artista Jorge Bonino, en su nuevo filme la figura que recorre un tránsito semejante es César (Pablo Limarzi), sereno de fábrica que, luego de dedicarse a una labor solitaria de varias décadas, recibe la súbita noticia de su despido.
La desalentadora novedad le llega junto con una carta de su hermana, quien le cuenta que el terreno rural de la familia se ha vendido, a la vez que le dice dónde hallar la urna enterrada con las cenizas de una mujer que fue importante para César. Él parte entonces hacia la montaña, en un peregrinar realista, pero no menos fabuloso, que lo hace atravesar la ciudad inhóspita, pasar por autopistas lluviosas, estaciones de servicio y páramos agrestes, y cruzarse con personajes de lo más inesperados: una dibujante botánica, la hija de un trabajador que participó en la construcción de un dique de la zona y un propietario que custodia celosamente su territorio.
“El monte, las sierras, son un espejo bravo”, se dice en un momento, y es precisamente un sentido viaje interior y un retorno al origen el que protagoniza César, aunque la profundidad de su tránsito se recorta sobre la superficie de una fotografía natural extraordinaria captada por el lente de Ezequiel Salinas. Rocas petrificadas, árboles altivos y fogatas mágicas acompañan la poética del silencio y la deriva de Después, la niebla, que parece retomar el curso menguante de Bonino para llevarlo a una frontera aún más definitiva y alegórica.
No hay nombres ni locaciones reconocibles en el filme (rodado en sitios como Villa Berna y Golpe de Agua, en San José de la Quintana), que reinventa el paisaje autóctono en línea con filmes recientes como El escuerzo o Los delincuentes, aunque su estética comparte estrecho parentesco con varias figuras locales citadas en los créditos: María Aparicio, Mariano Luque, Gustavo Fontán, Rodrigo Fierro.
¿Cuál fue la génesis de Después, la niebla? ¿Cómo se compuso el personaje de Limarzi? “La película surge a partir de dos conceptos, y de esos dos conceptos surgen los personajes y las situaciones. Esos conceptos son la espera y el andar –revela Sappia–. El sendero es un relato. Comencé leyendo y de alguna manera estudiando las ideas en torno al andar, a la errancia tanto en el campo y en la ciudad, y es ahí donde encuentro las primeras ideas. Luego a la idea del andar le contrapuse, ya en clave dramática, el concepto de la espera. Desde ahí aparece el personaje de César, atravesado por un duelo que lo ha llevado a dejar su vida en pausa”.
Y completa: “Yo quedé fascinado por el trabajo de Pablo en la película de Inés Barrionuevo Julia y el zorro. Desde ahí lo venía siguiendo. Después me tocó editar la película de Maru Aparicio Sobre las nubes y ahí volví a cautivarme con su trabajo. No solo por sus aptitudes técnicas, su manera de relacionarse con la cámara, su capacidad de moverse en el plano, sino también por su entrega en el trabajo. Yo nunca había dirigido actores y entonces la entrega, la confianza, tener una relación de igualdad, eran elementos necesarios para sentirme seguro y poder trabajar a gusto. Esa sumatoria de cosas hicieron que al personaje lo fuera desarrollando pensando exclusivamente en él. También hubo una cuestión de physique du rôle que calzaba justo con lo que yo había construido en mi imaginario”.
–¿Qué indica la presencia de la naturaleza? ¿Cómo trabajaste con Salinas?
–Trabajar con Salinas es trabajar con un cineasta. Ezequiel no solo es una pieza fundamental del proyecto, sino un interlocutor fundamental que me enseñó y ayudó en la construcción de la película. Con él tuvimos claro que la manera de filmar la naturaleza era importante. No queríamos caer en la tentación de trabajar sobre lo bello por la belleza misma. Evitar lo bonito y la postal era fundamental. La idea fue buscar la manera de que la naturaleza estuviese dentro del personaje y no el personaje en la naturaleza. Por eso decidimos trabajar un formato 4.3, es decir, una pantalla cuadrada para evitar “enamorarnos” de la belleza de las sierras y lograr que fuese el personaje en el centro del plano el que lleve la tensión. Si bien la naturaleza puede jugar el papel de lo esencial, para nosotros lo importante era que jugara el papel de la memoria. La memoria de quién fue César y ya no es. Cada paraje que el personaje reconoce o cada lugar modificado por el tiempo o el hombre también le hablan a César sobre él.
Verdad infinita
–Entre “Un cuerpo estalló en mil pedazos” y “Después, la niebla” hay tanto contrastes como continuidades, por ejemplo, en los textos que son narrados por una voz femenina. ¿Cómo comparás ambos largometrajes?
–En mi primera película, el personaje de Bonino se convertía en un fantasma inalcanzable. Iba detrás de sus rastros intentando cartografiar su paso. Había datos, imágenes sueltas, lugares. Traté de llenar cada uno de esos grandes vacíos con mitos, leyendas, interpretaciones y fantasías. La belleza de Bonino estaba en seguir sus pasos, él se había inventado una vida a cada paso, hacer una película sobre él era seguir inventado vidas posibles. Pero al final la verdad, si es que eso existe, siempre estaba en Bonino. Aquí la verdad sobre César es infinita porque cada uno puede leer su historia de acuerdo con su contexto, su pasado, su manera de ver el mundo. Ese cambio ha sido el más fuerte. Pero más allá de los géneros, sí hay continuidades: la ciudad como espacio de identificación y construcción del ser humano, el andar y el perderse, la palabra, la literatura, son elementos que me cuesta no integrarlos a la idea que tengo del relato cinematográfico, son los fondos donde me gusta instalar a los personajes.
–La atemporalidad de la fábula se mezcla con la fábrica, los diques, la mezquindad rural. ¿Qué indican estas intervenciones, esos escenarios?
–Me interesaba que la historia que se narraba tuviera un anclaje con cierto presente y contexto social. Me importa dar cuenta del lugar en el que vivo y en el que filmo. Yo filmo porque vivo en la Argentina. Entonces si se hace referencia a los diques, por más que no se habla de ninguno en particular, es porque me interesa que esa historia hídrica de nuestra provincia tuviera una marca en los personajes, porque es una historia de nuestro territorio. Por eso las imágenes de esas construcciones son reales. Y, por otro lado, si nos ponemos a pensar en la historia de la errancia, del andar, hoy caminar depende de por dónde lo hacés y de tu cara o color de piel. De acuerdo con eso, puede o no ser visto como un acto vandálico, siendo que las leyes ya no las pone el estado, sino quien tiene mayor poder económico o un arma. Aunque no son los temas del filme, sí me interesa que esas marcas existan.
–Trabajaste en innumerables filmes locales como editor y montajista, y los créditos de la película dan cuenta de esa labor tan autoral como colectiva que se viene gestando en Córdoba. ¿Qué pensás de ese trazado reciente?
–En la vida es hermoso poder construir filiaciones explícitas, imaginadas, inventadas o reales. Esas hermandades hacen que te sientas perteneciente a algo, a algún universo. Para el cine que yo pienso, que a mí me gusta, los diálogos, intercambios, pensamientos o ideas que esas filiaciones producen son esenciales, son el alimento. El cine cordobés, término que no me gusta mucho, ha demostrado tener la misma variedad de temas, formas y búsquedas que el cine argentino. Es un conjunto de películas que cada año llama más la atención dentro del cine de autor o independiente del mundo porque está demostrando fidelidad a lo que necesita contar y no solo adecuarse a lo que se espera de un cine no industrial sudamericano; se centra en el cine como lenguaje y forma artística. En las películas que se producen en nuestra provincia, hay experimentación, riesgo y necesidad de hacerlo más allá del apoyo institucional, que no siempre comprende lo que nuestra pequeña industria necesita. Ser independiente hoy es no buscar llenar un cupo, el slot temático de una plataforma, sino ser genuino. Y me gustaría aclarar que el cine independiente que para muchos es sinónimo de cine cerrado o para pocos ha demostrado en Córdoba ser lo contrario. La experiencia demuestra que es el que mayor visibilidad internacional ha tenido y tiene, participando en festivales y ganando premios, colocándolo como ejemplo de construcción artística descentralizado de un centro hegemónico como la Capital Federal.
Para ver Después, la niebla
Argentina, 2024. Guion y dirección: Martín Sappia. Con: Pablo Limarzi, Carolina Baitella y Ana Ruiz. Duración: 114 minutos. Clasificación: Apta para todo público. En cineclub municipal Hugo del Carril (bulevar San Juan 49), del jueves 26 de junio al miércoles 2 de julio, en varias funciones.