A favor: La vida por la acción
Jesús Rubio
No hace falta decir que Tom Cruise es un hombre de cine y que, como tal, sabe lo que tiene que hacer para que sus películas resulten más impactantes, verosímiles, efectivas, entretenidas y, por supuesto, cinematográficas, en el sentido de que entiende el cine como arte del movimiento, de la acrobacia, del despliegue físico, de las coreografías captadas en planos que se complementan y se concatenan para que la trama tenga un desarrollo vertiginoso, atrapante, espectacular.
Cruise eligió la saga Misión: Imposible para forjar su identidad cinematográfica, y para que la historia del cine y el público lo recuerden siempre como Ethan Hunt, el agente secreto capaz de embarcarse en misiones suicidas con tal de salvar al mundo de los villanos de turno, acompañado por un equipo de compañeros que ha colaborado con él desde mediados de la década de 1990.
Cuando en la quinta parte la saga pasó a manos de Christopher McQuarrie, actor y director incorporaron lo que le faltaba: una entrega total del actor/personaje y un rechazo acérrimo a usar dobles de acción.
Así rodaron escenas que están entre lo mejor del género de los últimos 30 años, por su riesgo, por su profesionalismo, y por cómo entienden la acción, con una cámara que se mueve a la par del protagonista haciendo que el espectáculo cobre una fuerza inusitada.
La sentencia final, octava y hasta ahora última entrega, es la prueba máxima de la química entre Cruise y McQuarrie. Es un testamento ejemplar, pensado para que los espectadores vuelvan a sentir la adrenalina y el vértigo de aquellos tiempos en los que el cine confiaba en los actores reales, que se animaban a hacer malabares aéreos y acuáticos sin recurrir a efectos especiales.
McQuarrie y Cruise prefieren hacer buenas películas antes que dejar marcas autorales, y ponen la aventura y la acción al servicio de un cine que entretiene, pero que también invita a reflexionar. Ese es otro acierto de la franquicia: siempre dice algo sobre problemáticas actuales, como el uso maquiavélico de la inteligencia artificial, y, sobre todo, nos recuerda que nunca hay que dejar de pensar en el otro, como hace Hunt con sus amigos.
En contra: ¿Arranca o no arranca?
Ignacio Perotto
La primera película de Misión Imposible salió en 1996. Hace casi 30 años. Cuando la vió por primera vez, la audiencia quedó inmensamente sorprendida. Tomaba lo espectacular de 007, pero sin pasarse con las caracterizaciones. Directo al grano, Ethan Hunt se embarcó en una arriesgada misión para vengar la muerte de su equipo.
Crecimos con ella, y juntos acompañamos a la IMF en misiones cada vez más imposibles.
Recordamos cómo Ethan descendió a la bóveda marfil, escapando por un milisegundo de los guardias.
Lo recordamos. Pero Cruise no nos cree.
Lo que podría ser una invitación abierta a disfrutar de una longeva saga cinematográfica termina siendo un festival de highlights que no agrada a nadie.
Tan solo imaginen si, por ejemplo, Avengers Endgame hubiese hecho lo mismo. Que 21 películas después del estreno de Iron Man (2008), hubiese tenido la audacia de presentar la historia de Tony Stark con flashbacks.
Por suerte, respeta el tiempo de audiencias nuevas y viejas. A la primeriza le presenta un plato fuerte e identitario: esto somos, si querés más, tenés de sobra. Hace esto sin por ello condicionar la añeja, que renueva contrato con sus personajes favoritos.
MI:8 no se compromete. La primera hora y media de película es un festival de flashbacks y diálogo expositorio que ralentiza la acción a paso caracol. Cada guiño a entregas anteriores podría ser una invitación abierta a (re)visitar el pasado.
En vez de eso, condiciona el presente molestando al fan que hace 30 años espera una conclusión para las andanzas de Ethan Hunt y compañía.
Es sabido que para los guiones de Misión Imposible se escriben primero las escenas de riesgo y después la historia que las une. Este bizarro método de trabajo nunca presentó complicaciones… hasta ahora.
Ilsa y Luther murieron (aparentemente) para ser reemplazados. ¿Por quienes? Por una cuyo nombre se recuerda porque solo habla francés y se llama París (sublime); y otro que, después de no hacer absolutamente nada en toda la película, exclama en el clímax narrativo: “No hay nada que pueda hacer acá”.
Reemplazados para refrescar una saga que desesperadamente necesitaba ser la misma.