A favor: el precio de la libertad
Por Javier Mattio
Anora deslumbra ante todo por su continuum magistral y contagioso, dos horas y media de una linealidad de circunstancias desfachatadamente impredecibles, aunque son las trenzas ambivalentes que corren por debajo las que constatan la maestría del filme de Sean Baker.
Como en las películas anteriores del director estadounidense, la marginalidad en general y el trabajo sexual en particular son la base de la historia, evidente en la introducción en ese “club de caballeros” en el que la Anora del título (apodada Ani e interpretada de manera hipnótica de principio a fin por Mikey Madison) baila semidesnuda por unos arrugados billetes verdes.
Allí ella conoce a Ivan (Mark Eydelshteyn), el joven y alocado oligarca ruso que la contratará por una semana para llevársela como un juguete más a su mansión moderna de Brooklyn. El registro casi documental de ese primer antro chic de prostitución femenina podría leerse en un principio como una denuncia, pero Baker filma con una sensualidad celebratoria que destella ambigüedad, convirtiendo a Ani en una fuerza salvaje del cine.
Algo parecido sucedía en Red Rocket, la anterior película de Baker, incómoda en su romance épico y sexual entre una exestrella porno y una lolita tejana: en su abordaje desprejuiciado sin bajadas de línea ni cinismos, el largometraje lograba ser provocador e inocente a la vez, un ejercicio de libertad inusitado.
Más correcta y preciosista, Anora vuelve a disfrazar lo sórdido de fantasía y viceversa, pero ya deliberadamente en un cuento de hadas social en el que un millonario le ofrece casamiento a una proletaria.
Lo que sí es realmente nuevo es la larga sucesión cómica de desplazamientos, forcejeos y peripecias mafioso-maritales urbanas, que acerca a Baker tanto al arte cinético de los hermanos Safdie como al clasicismo nocturno de Scorsese.
Como si fuera poco, Baker se guarda un último as en la manga para el extraordinario plano final, que no sólo eleva al secundario Igor (Yura Borisov) al estatus de protagonista secreto, sino que consigue al mismo tiempo dar un cierre moral contundente y dejar latiendo múltiples preguntas en torno al placer, a la vulnerabilidad y al deseo en un mundo (y en un cine) donde ya todo está fríamente calculado.
En contra: Un cuento de hadas inconsistente
Por Jesús Rubio
Si hubiera sido una película dirigida por un director ubicado en las antípodas ideológicas de la comunidad crítica, Anora, ganadora de la Palma de Oro en la última edición del Festival de Cannes y nominada al Oscar a mejor película, hubiera sido tratada como un inconsistente, inverosímil e inocente cuento de hadas.
La película escrita y dirigida por Sean Baker cuenta con un arranque potente y un final que está muy bien, porque es el único momento en el que el personaje interpretado por Mikey Madison (nominada como mejor actriz) suelta lo que realmente siente, en una escena que dice mucho con muy poco y resignifica al personaje.
Ahora bien, lo que sucede en el medio, desde que llegan esos matones del padre de Ivan (Mark Eydelshteyn) a buscarlo en el hotel para que anule el casamiento con Ani, es de una inverosimilitud alarmante, como si Baker se escudara en un guion lleno de pasos de comedia para disimular su dudosa comprensión de la protagonista.
Esa escena del hotel es un despropósito ridículo y largo. Y todo ese forcejeo un tanto forzado sólo está para justificar –atención, leve spoiler– el crecimiento gradual del personaje del ruso (Yura Borisov) que se termina enamorando de ella.
Ani tiene 25 años, trabaja de bailarina erótica en un club nocturno y está en contacto permanente con tipos que le pagan para tener algún roce. Por lo tanto, ¿cómo es posible que le crea a Ivan y se enamore como si fuera una Cenicienta convencida de haber encontrado a su Príncipe Azul?
Una mujer como Anora jamás se creería lo que le pasa al personaje de Madison. No hay ninguna chance de que se coma ese viaje. Sin embargo, Baker insiste en que puede ser ingenua y la hace actuar como tal, como si no le importara el verosímil.
El único mundo que conoce Ani es el de los tipos que se la quieren llevar a la cama por dinero. Entonces es ridículo que pase de ese saber al enamoramiento de los cuentos de hadas. Baker tampoco sabe retratar a la gente de clase alta, y lo que hace es apenas una mala caricatura que se desmorona plano a plano, escena a escena.
