A favor: El problema no es el filme, es la realidad
Sofía Ferrero Cárrega
Bong es sociólogo antes que cineasta, y en sus ocho películas puede trazarse una perspectiva macro desde donde cuenta sus ficciones.
No es coincidencia que 1988, año en que ingresó a la Universidad de Yonsei, coincida con las revueltas estudiantiles que, tras más de dos décadas de dictadura, impulsaron la instauración definitiva de la democracia en Corea del Sur.
Así, su filmografía articula una lectura crítica a la polarización de clases, una denuncia del capitalismo tardío y su expansión sin límites, así como del desastre climático y la opresión ejercida por un poder económico desbordado que hoy se funde con el poder político.
En Mickey 17, Bong Joon Ho regresa a la ciencia ficción para, de nuevo, pensar lo social desde el artificio de los géneros. La distopía que propone no es una mera fantasía futurista, sino la radicalización de una tendencia muy real que se escucha en varios noticieros del mundo: la pureza del pueblo, los verdaderos seres nacionales, como horizonte político.
De esta manera, el personaje interpretado por Mark Ruffalo, un ególatra que clama por “un planeta puro, blanco y lleno de personas superiores como nosotros”, no es una personaje grotesco y poco probable, sino la proyección posible de discursos contemporáneos que naturalizan la crueldad.
Bong entiende que el fascismo no es un mal recuerdo de un pasado prehistórico, sino que está siempre latente y al acecho. Con gran parte del mundo inclinándose hacia la derecha, es un momento propicio para una comedia antifascista que muestra la actual decadencia socio-política.
Y la sátira está en referirse, sin sutilezas, a la clase política, sin esconder que es la más ignorante, fascista y déspota que jamás habíamos conocido hasta ahora. Y probablemente lo más interesante de Bong es cómo siempre encuentra el equilibrio a través del uso del humor para no caer en cualquier moralismo.
Y sí, Mickey 17 tiene momentos de torpeza y obviedades, pero el problema no es la película. El problema es que la realidad se ha puesto insoportablemente literal.
En contra: ¿Qué hacemos con Bong Joon Ho?
Jesús Rubio
Bong Joon Ho ganó prestigio gracias a dos películas muy buenas: Memorias de un asesino y The Host. El problema es que después no pudo entregar un título a la altura de esos dos y con el correr de los años se acumularon más las dudas sobre su talento que las certezas sobre su maestría para dominar el género.
Su nueva película, Mickey 17, es otra prueba de su mala praxis cinematográfica (ya lo habían sido Okja y Parasite). La historia protagonizada por Robert Pattinson está bien filmada (en gran parte debido a la cantidad de dinero que se invirtió en ella), relativamente bien actuada (los actores cumplen con la onda del guion adaptado), y su ritmo tiene la suficiente fluidez como para que el espectador no se quede dormido.
Sin embargo, lo recién mencionado no la hace buena, por la sencilla razón de que le falta coraje, genio, creatividad en la puesta en escena y en la trama, para que los personajes no luzcan cuadraditos, sobre todo cuando pronuncian ciertos diálogos de manera tan políticamente obvia, como bajando línea a un público que parecen subestimar.
La película está construida con largas escenas rutinarias (como el momento en el que Mickey 17 prueba la salsa de Ylfa o la larga secuencia del final, cuando ella manda afuera de la nave a los dos Mickey para que corten las colas de los gusanos alienígenas) y esto es, justamente, lo que la torna cansadora, dejando la impresión de que el director coreano lo hace de ese modo porque no tiene nada nuevo para decir.
Queda claro que es una alegoría juguetona sobre el desprecio que Donald Trump tiene por los inmigrantes, por la naturaleza, por lo que es distinto. Pero podría haber sido más efectiva y no perderse tanto en esas largas escenas que resienten la trama y tapan el trasfondo político (habitual en las películas del realizador).
Es también una película que habla del miedo a la muerte, un sentimiento que, en definitiva, nos humaniza. Aunque se diluye en su inconsistencia narrativa, en esa falta de genio que la convierte en la típica película de ciencia ficción con ínfulas de originalidad.