La inversión del enunciado que definió el Mayo Francés (”La imaginación al poder”) se lee así: el poder de la imaginación. Pero ¿qué es la imaginación? Difícil es responder exhaustivamente, basta decir por ahora que es una capacidad de la razón de combinar lo real con otras posibilidades de lo real que no existe del todo como tal. Por ejemplo: un hipopótamo llamado Pepe puede hablar (en tres idiomas); además, puede dirigirse a su interlocutor desde el más allá.
Pepe, de Nelson Carlo de los Santos Arias, lleva un segundo título que es clave: “Estudio de la imaginación (parte 1)”. El cineasta ha dicho recientemente que no existirá una segunda parte, pero ha afirmado que su película intenta tomar la mayor distancia posible tanto del cine estadounidense como del europeo.
En la organización narrativa y el concepto de montaje pueden reconocerse huellas de cineastas de vanguardia del viejo continente, pero hay algo enteramente singular en esta película que cuenta las peripecias de algunos hipopótamos traslados de África a la Hacienda Nápoles del narcotraficante Pablo Escobar durante la década del ochenta.
Las ocurrencias del joven De los Santos Arias son ostensibles, y las mediaciones formales sobre lo que imagina llevan la marca del genio. Todos los modos en los que filma los hipopótamos son prueba de su ingenio. La escena inicial en la que rostros de soldados, la luz intermitente de la óptica de un vehículo y el sonido de disparos se combinan para contar el intento de matar al animal glosa el talento del cineasta dominicano.
Por qué “Pepe” es una película excelente
La película empieza con un niño mirando la televisión. El programa emitido es un capítulo de Pepe Pótamo, de Hanna Barbera. En efecto, el gran mamífero artiodáctilo habla, como tantos otros en los relatos dirigidos a niños. Al programa en cuestión lo sustituye un noticiero en el que se da a conocer la muerte de Escobar: segundo día del mes de diciembre en el año 1992.
No mucho después, Pepe se ríe y comienza a contar su historia, que es trágica, tanto para él como para el ecosistema desconocido en el que vivió los últimos años de su vida, un desarreglo ecológico del que no es ajena la película. Hay pasajes hermosos y sorprendentes, otros tristes y misteriosos. La reposición del viaje de Pepe y sus pares desde Namibia hasta Colombia es un prodigio visual y narrativo.
Hay tantas otras secuencias magníficas, como toda la deriva que transcurre en un pueblo al lado de un río en el que un pescador está aterrorizado por un monstruo (Pepe) que se mueve bajo el agua. Ahí, De los Santos Arias introduce la cultura de una región remota de Colombia, en la que existen los celos y los anhelos.
El momento casi documental en que unas mujeres hermosas revelan sus sueños durante un concurso de belleza es fundamental: todas quieren ir a la universidad, y no solamente por motivos personales. Desean estudiar porque así podrían contribuir al bienestar de la comunidad. Esta dimensión antropológica no es una sorpresa para quienes hayan visto las películas del cineasta. Cocote y Santa Teresa y otras historias ya dejaban en claro el interés legítimo por retratar las creencias de una comunidad conjurando el exotismo e intensificando la curiosidad.
Si Pepe es una de las grandes películas latinoamericanas recientes, es debido a su insubordinación poética y al temerario ejercicio de imaginar situaciones y prodigarles una imagen. Que el propio hipopótamo medite sobre el origen de las palabras que delimitan su conciencia dista de aquellas animaciones en las que las especies cantan y bailan como si estuvieran en Broadway.
El uso libre de la imaginación no es prerrogativa de los presuntos dueños del cine y la cultura. En Latinoamérica, lo fantástico y la especulación filosófica se practican con distinción y arrojo. Pepe es una demostración cabal en la materia.
Para ver “Pepe”
República Dominicana, Namibia, Alemania, Francia/2024. Guion, edición, música, diseño sonoro y dirección: Nelson Carlos de los Santos Arias. Elenco: Jhon Narváez, Sor María Ríos, Fareed Matjila, Harmony Ahalwa y Jorge Puntillón García. Fotografía: Camilo Soratti, Roman Lechapelier y Nelson Carlos de los Santos Arias. Sonido: Nahuel Palenque. Duración: 122 minutos. Disponible en Mubi.