La historia de María de las Mercedes Bernardina Bolla Aponte de Murano, conocida como “Yiya” Murano, no es sólo un expediente policial; es un relato extravagante que define el lado oscuro de la alta sociedad argentina del siglo pasado. Bajo una fachada de lujo y buenas maneras, se escondía una realidad dual: la de una mujer dispuesta a todo, incluso a la repostería mortal, para saldar sus ruinas financieras.
A pesar de que Yiya juró inocencia hasta su muerte en abril de 2014, fue condenada a prisión perpetua y fue inmortalizada como la primera asesina serial de Argentina.
Hoy, su macabra trayectoria, definida por el té, las masas caseras y el cianuro, resurge en la escena mediática a través de una esperada ficción nacional de Flow, que promete reavivar la fascinación por la “envenenadora de Monserrat”.
El contexto de la “plata dulce” y la ruina secreta
A finales de la década de 1970, Buenos Aires se convirtió en el escenario de crímenes inusuales, donde el arma no era un revólver, sino una taza de té, y la escena del delito era la sala de un hogar de alcurnia.
Yiya Murano era una mujer que, aunque había nacido en 1930 y contaba con una educación en instituciones académicas de prestigio, mantenía una situación económica ruinosa que buscaba desesperadamente ocultar. Ella representaba el espíritu sin límites que definió la época de la “plata dulce” y la “bicicleta financiera” impuestas por la dictadura cívico-militar.
Para mantener las apariencias y hacer frente a sus problemas, Yiya recurría a préstamos. Según su hijo, Martín (el único sobreviviente de aquella época), su madre buscaba el dinero como forma de poder. Actuaba como prestamista y prometía inversiones fabulosas, pero en realidad, dilataba el tiempo y juntaba capital, diciéndoles a sus acreedores que había reinvertido la suma más los intereses.

Martín, quien la definió en distintas entrevistas como una “mujer sin límites” y “una mujer sin alma”, señala que ella fue el mejor ejemplo de las mesas de dinero que existían en la década de los 80´.
El plan “al mejor estilo inglés”
El móvil de los crímenes fue puramente económico. Yiya, que era acreedora de fuertes sumas de dinero cuyos vencimientos estaban a punto de expirar, se encontró acorralada. Sus víctimas fueron tres mujeres que, irónicamente, eran amigas, parientas y acreedoras de la propia Yiya: Nilda Gamba, Lelia Formisano de Ayala y Carmen Zulema del Giorgio de Venturini.
Cuando sus acreedoras le exigieron el dinero, diciendo “no, hasta acá llegamos. Necesitamos la plata”, Yiya optó por la solución más macabra: las famosas masas o el té.
La crónica policial de ese momento describió el plan como “al mejor estilo inglés”. La “envenenadora de Monserrat” invitó a sus amigas a compartir un té en distintos momentos. Lo que ellas aceptaron fue, en realidad, una invitación mortal. Unas cuantas gotas de cianuro, mezcladas cuidadosamente con la repostería casera, fueron suficientes para terminar con la vida de las tres mujeres, concretando un triple asesinato y estafa.

La sinuosa travesía judicial
La maquinaria judicial se activó rápidamente. El 27 de abril de 1979, el personal de la División Homicidios de la Policía Federal ingresó en un departamento de la calle México al 1100 y detuvo a Yiya Murano, quien entonces tenía 47 años. Estaba casada con un abogado de trayectoria y era madre de un hijo pequeño, que en ese momento tenía 12 años.
En junio de 1979, la mujer fue conducida al Instituto Correccional de Mujeres de Ezeiza. Pese a que lloraba y juraba su inocencia, el juez de instrucción, Diego Peres, dictó el embargo sobre sus bienes.

Sin embargo, el recorrido judicial de Yiya fue sinuoso y estuvo lleno de vueltas: en 1982 fue declarada inocente en primera instancia y recuperó su libertad; en 1985 el caso fue revisado, el fallo de inocencia fue anulado, y la Sala III de la Cámara Nacional de Apelaciones en lo Criminal y Correccional la condenó a prisión perpetua.

Los delitos que finalmente se le comprobaron fueron homicidio calificado por envenenamiento y estafas reiteradas en tres oportunidades. A pesar de las sólidas pruebas, que incluían el hallazgo de cianuro en su propia casa y el hecho irrefutable de que todas las víctimas eran sus acreedoras, Yiya jamás reconoció los crímenes.
El regreso a escena y el show mediático
Entre idas y vueltas. Yiya permaneció presa durante poco más de 13 años. Su libertad llegó en 1995 gracias a una medida legal muy discutida en ese tiempo: la reducción de la pena sumada a la aplicación de la ley del “dos por uno”, una política implementada durante el gobierno de Carlos Saúl Menem.
El 20 de noviembre de 1995 quedó en libertad. Según reportó el diario Popular en ese momento, la asesina serial se mostró “muy contenta” por recuperar su libertad.

Lejos de buscar el anonimato, su personaje se mantuvo vivo en los medios. En 1998, Yiya se volvió a casar, y se encargó de contarlo en uno de los programas más emblemáticos de la televisión argentina, el de Mirtha Legrand. La mujer que había sido condenada por asesinar a sus amigas para robarles el dinero, mantuvo su estatus de figura mediática, incluso bromeando sobre su estilo de vida cuando fue entrevistada por Samuel “Chiche” Gelblung y dijo: “Vivíamos demasiado bien”.
Su personaje se mantuvo vivo en los medios. En 1998 se volvió a casar. “La envenenadora de Montserrat” murió en 2014 en un geriátrico del barrio porteño de Belgrano. Tenía 84 años.


























