Durante mayo, El Eternauta se convirtió en una de esas buenas noticias que se extrañan cada vez más. Desde las últimas horas de abril, el estreno de la serie de Bruno Stagnaro basada en el cómic de Héctor Oesterheld y Francisco Solano López trajo una oleada similar a la de la nieve tóxica que cubre Buenos Aires en la ficción. Aunque en nuestro caso, esa tormenta no fue sinónimo de muerte sino de vida.
En un contexto en el que el individualismo no es sólo una consecuencia cada vez más marcada de un modo de vida asociado al tecnocapitalismo y sus mieles (hiperconectividad garantizada), el mensaje detrás de la trama apocalíptica “a la argentina” con el que carga la producción de Netflix reverdeció inesperadamente.
Quién hubiera imaginado que una historia ideada a mediados de la década de 1950 tendría, casi 70 años después, una respuesta posible (o varias) ante un desasosiego generalizado que no parece encontrar demasiados canales de expresión al margen de la frustración.
Frases como “Nadie se salva solo”, conceptos como el de “héroe colectivo” o incluso un agregado contemporáneo como “Lo viejo funciona” tuvieron un impacto especialmente notable. Justo cuando, en Argentina y en otros países también, la cultura política y el famoso “sentido común” parecen ir en la dirección opuesta.
Valores de mercado
De hecho, Marcelo Duclos, uno de los dos autores de la biografía del presidente Javier Milei junto a Nicolás Márquez, también reflexionó al respecto en un artículo en el que consideró como un “eslogan voluntarista” ese leitmotiv que aparece una y otra vez en El Eternauta.
“Luego de la revolución industrial, el capitalismo trajo a la humanidad un estado de riqueza inédito en su historia y también incrementó los márgenes de civilización y la paz entre las personas. Las sociedades más prósperas también evidenciaron más empatía y solidaridad. Es que, cuando uno no tiene nada en la mesa para comer, difícilmente puede preocuparse por el prójimo”, argumenta el escritor libertario.
“La división del trabajo, que en el marco de la cooperación social del libre mercado se torna global, es exactamente la cara opuesta de la soledad de la auto-subsistencia”, argumenta Duclos.
“La vida del hombre de las cavernas era absolutamente miserable y pobre. El capitalismo de libre empresa es su contracara y superación más extrema. Porque, como dice el lema de El Eternauta, ‘nadie se salva solo’”, cierra.

Lejos de cualquier dogmatismo, esta línea argumental habilita la posible convivencia entre la ambición individual y el supuesto bien común o colectivo, alimentado justamente por el esfuerzo de las partes.
No obstante, en el marco de un cambio de paradigma en el que casi cualquier alusión a lo estatal o a lo colectivo es tildada peyorativamente de “zurda”, resulta interesante pensar cómo una frase tan simple –y a la vez tan contundente- puede alimentar la batalla cultural que el gobierno libertario pone muchas (demasiadas) veces en primer plano.
Es cierto, también, que una consigna como esa tiene tanto de gancho publicitario como de mirada filosófica. Hay ejemplos recientes que confirman esa presunción, incluso dentro de la propia estrategia comunicacional de Netflix, una cadena interesada en seguir alimentando el éxito internacional de El Eternauta (al día de hoy todavía entre los títulos más vistos del mundo).
Es inevitable que suceda, tal y como ocurrió en algún momento con el fenómeno pop que supuso ver la cara de Ernesto “Che” Guevara multiplicada en remeras y banderas.
De todos modos, la apelación permanente que la serie protagonizada por Ricardo Darín hace sobre la potencia de la colaboración, la cooperación y el encuentro entre pares resulta particularmente novedosa en términos de época.
Aunque en la trama de la serie lo que enfrenta una sociedad desmembrada es una invasión alienígena que parece dispuesta a acabar con la vida tal y como la conocemos, la exaltación de lo social al margen del destino individual no deja de ser esclarecedora en materia reflexiva, incluso si nos pensamos en términos de especie.

Hagamos el ejercicio: si hubiera una situación cercana a algo así (¿les suena la pandemia?), ¿podría ser suficiente el impulso de cada uno de nosotros para sostener algo definitivamente superior a la suma de las partes?
En esa misma línea, no es menor que los propios integrantes del elenco de El Eternauta, y también sus productores y realizadores, hayan destacado una y otra vez la importancia de valores como la empatía y el ponerse en el lugar del otro.
Aunque resulte un tanto anacrónico al ver las noticias y hasta las prioridades de algunos de los funcionarios públicos que intentan “destruir el Estado desde adentro”, el mensaje no pierde potencia.
Por el contrario, el factor contracultural que impone el reinado del yo-consumidor hace que esas consignas sean también una bandera muy parecida a la esperanza.