Valentino Blas Correa tenía 17 años. Vivía con su familia en el barrio Villa Cabrera de Córdoba Capital. La noche del jueves 6 de agosto de 2020 se trasladaba con cuatro amigos en un automóvil cuando recibieron la señal de alto por parte de tres policías apostados en un retén sobre la avenida Vélez Sársfield. Los jóvenes no frenaron y los policías abrieron fuego acabando con la vida de Blas.
La obra, a través de esta tragedia, plantea una reflexión profunda sobre la violencia institucional, la impunidad y el sistema de seguridad que perpetúa las injusticias.
La historia se enfoca en cómo este caso rompió con los estereotipos y expuso las grietas de un modelo que discrimina y criminaliza a sectores vulnerables, principalmente a los jóvenes de barrios periféricos.
En esta oportunidad, Santiago San Paulo, quien asume el doble desafío de dramaturgo y director, lleva al espectador a un tiempo donde todo el relato de los hechos está comprimido en un texto crítico y directo.
Sencilla y efectiva
La puesta en escena hace algunos cambios al texto, que aborda los datos del caso con precisión y de manera comprimida, en un trabajo que se completó con la convocatoria de los actores y de los equipos artísticos y técnicos.
Nos propone una estructura que lleva al espectador desde un momento reflexivo e intelectual previos a ese día fatídico, a momentos de gran carga afectiva con ecos de miedo, impotencia y desesperación. La escenografía es sencilla, pero efectiva, sitúa al espectador alrededor de un living donde se desarrolla la acción.
Se hace muy accesible la obra, con actuaciones conmovedoras que destacan por la excelencia en la triangulación entre texto, interpretación y dirección.
Laura Ortiz expone su gran capacidad interpretativa al hacer el papel de la madre. Sus gestos, sus miradas llenas de profunda emoción son cautivadoras para quien la observa. Logra transmitir el camino doloroso de esa mujer que impacta de sobremanera en los espectadores.
Matías Unsain, por su parte, dota al personaje de “el Tipo” (que representa a la institución policial) de una notable presencia física, logrando conjugar un aura de misterio con una cercanía que resulta inquietante. El personaje se ve fuerte y seguro, pero también un poco misterioso e incómodo, como alguien que podrías conocer, pero que guarda un secreto. Su actuación es muy natural y hace que esa mezcla de misterio y vida cotidiana sea atrapante para todos.
Lautaro Ruiz se muestra profundamente concentrado en su actuación, como si estuviera suspendido entre la realidad y su personaje. La sonoridad de su voz, la ternura de su mirada, genera empatía con la vulnerabilidad en el rol de Blas.
La mamá de Blas, figura clave
La madre del joven emerge como una figura clave, que poco a poco se transforma. Su evolución simboliza el potencial de una tragedia personal para desestabilizar prejuicios y construir puentes con las luchas históricas por los derechos humanos: “Yo cuando antes escuchaba gatillo fácil, pensaba algo habrán hecho”.
El trabajo de las luces puntuales acompaña, recortando el plano hacia los detalles, maximizando la intimidad. El recurso musical a cargo de Cruz Zorilla contrasta, en su aspecto melódico, con la intensidad de las escenas. Se escucha una melodía hermosa que se mantiene alejada de la solemnidad.
El vestuario, al igual que el diseño del living, es contemporáneo y sencillo, y nos aporta un tono hogareño que nos acerca.
Mientras la obra avanza, se entrecruzan imágenes terribles que evocan impotencia y remiten a lugares oscuros de la memoria y el imaginario colectivo. Es una experiencia que invita al silencio, a la reflexión, pero sobre todo moviliza por su carga emocional.
Es también una oportunidad para hacer aparecer, aunque sea de manera ficcional, a Blas y compartir su mirada llena de amor y dulzura para con su madre, sus amigos y el mundo.
La propuesta es un intento valioso y necesario de construir una narrativa diferente sobre la violencia institucional que nos atraviesa. Una experiencia que no se limita a ser una pieza teatral, sino que señala la injusticia de manera directa.
A la salida del teatro recuperamos el aliento; sin embargo, el dolor es real y no se termina con el apagón final.
Para ver
Voy con mis amigxs a Saturno se presenta sábados y domingos de noviembre, a las 21.30, en teatro La Luna (Pasaje Escuti 915, barrio Güemes). Valor de la entrada $ 8 mil. Anticipadas al 351-2405933.