Pocas cosas más lógicas y con sustento que Juan Carlos Baglietto protagonice un musical y que asesore en lo que respecta a su puesta ambiciosa en gira por el interior. En primer lugar, porque es mucho más de que un cantante puesto a actuar, algo que cualquiera que haya seguido su trayectoria puede concluir sin dudarlo. Y en segundo, porque lleva décadas como empresario de la industria del entretenimiento enfocado en cuestiones de logística, diseño y, va de nuevo, puesta.
El Principito, una aventura musical, la obra en cuestión, lo tiene como El aviador del inextinguible libro de Antoine de Saint-Exupéry. Y la sala que lo contendrá el jueves 3 de julio por primera vez fuera de Ciudad Autónoma de Buenos Aires, donde cosechó un éxito extraordinario, será el Quality Arena, ubicado en un complejo de cuya creación participó hasta como socio.
“No me quiero arrogar ningún mérito, pero fui bastante el impulsor de esta vuelta de El Principito, una aventura musical. La hice hace 21 años, y conservaba en ese momento un gran cariño y un gran agradecimiento hacia la obra en sí. Hacia ese laburo, porque me sacó de la zona de confort y me motivó en una etapa de mi vida en la que atravesaba una cuestión medio compleja”, revisa Baglietto en contacto con La Voz.
“La verdad es que por entonces nunca había hecho teatro –continúa-. Sí había estado en infinita cantidad de teatros haciendo shows con los gestos de un cantante, pero nunca había afrontado la rigurosidad de interpretar un texto, ni la de vestirse, maquillarse, microfonearse… Ni la de llorar o reírse en el mismo momento, la de tirarte al piso en el mismo lugar”.
Baglietto confiesa haber pensado que eso “era un plomo”. “Un inaceptable a nivel de rutina –precisa-. Y descubrí que era todo lo contrario. Por un lado, porque me dio un orden que necesitaba; y por otro, porque el teatro musical me permitía salir adelante con algo que podía afrontar… Estuve y estoy en El Principito porque canto, no porque sea Dustin Hoffman”.
–Bueno, sos un cantante muy expresivo. Cuando explotó la trova tenías hasta modos de mimo.
–¿No me digas que estuviste en el Atenas de comienzos de los ’80? Me la rebusco porque lo hago con mucha convicción. En mi casa, el plato de la casa es que encaro proyectos que me gustan, que me satisfacen y en los que no tengo que responder a las necesidades de los otros. Lo concreto es que guardaba este recuerdo muy vivo; y que cuando nos volvimos a juntar con José (José Luis Massa), el productor, de repente le planteé “¿Por qué no volvemos a hacerlo?” Y empezamos a evaluarlo, hasta que llegamos a la conclusión de que valía la pena porque el mensaje universal de la obra es necesario. Y aplicable a cualquier época, pero particularmente a ésta en la que priman momentos de choque, rupturas, individualismos… Empezamos a trabajar y me involucré bastante en la obra, a tal punto de que empujé el lápiz…
–¿Empujaste el lápiz?
–Sí. Yo tengo quinto año de arquitectura, de lo que me quedó el vicio de empujar el lápiz para, entre otras cosas, delinear una estética general de esta nueva apuesta… Más allá de eso, nos parecía que era indispensable actualizar el método de comunicación. Las miserias son las mismas, pero hay que decirlas de una nueva forma. Pasaron un montón de años y hoy la tecnología te ofrece recursos que en aquel momento no existían. La puesta es mucho más sintética, más impactante a nivel visual… Y el elenco que se armó es increíble por lo diverso.
Baglietto, feliz con sus compañeros de El Principito, una aventura musical
En la continuidad de la charla, Baglietto hace un relevamiento del invaluable capital humano de El Principito, una aventura musical: “Tenés a gente que viene del riñón de (Hugo) Midón y de la comedia musical infantil, como los casos de Carlos March y de Roberto Catarineu; después, a personajes impensados para la comedia o el teatro como Walas (cantante de Massacre) o Saina (freestyler); y a una actriz – cantante extraordinaria como Florencia Otero. Se hizo un casting extraordinario”.
–¿Participaste en esa instancia?
–Tuve la posibilidad de opinar, porque necesitaba realmente quedar conforme con las elecciones. Te cuento que se sucedieron 200 Principitos hasta que apareció Luis (Rodríguez Echeverría, venezolano). Había dudas con respecto a la diferencia entre nuestras edades, pero con él sentí que podía desarrollar todo. Es un Principito joven, no es un niño, y con él debía congeniar porque íbamos a cargarnos los personajes centrales, los que más hablan durante la obra. No tengo la gimnasia del actor experimentado que hace de malo, de bueno o de lo que sea frente a cualquiera. Debía estar frente a alguien que me diera seguridad. Luis me la da. Y los otros compañeros también, porque todos cantan bien y en vivo.
–Tengo entendido que la obra se adaptó a estos tiempos.
–La historia de El Principito es inalterable, digamos. No podés salir a contar lo que se te dé la gana. No obstante, sí entendimos que podíamos transmitir las mismas miserias con códigos actuales. Entonces, el vanidoso es Saina, se cree un artista único y que los demás son todos unos pelotudos. Walas es un rey rockero, muy intenso y seguro de sí mismo, aunque al final lo que quiere es no estar solo. Cada personaje tiene lo suyo… Dos de mis cuatro hijos varones están en la obra. Joaquín, quien me interpreta en la serie de Fito (El amor después del amor, de Netflix), hace de un hombre de negocios onda Elon Musk. Es inescrupuloso… Yo le veo un touch interpretativo similar a Jim Carrey. Y después está Julián, mi hijo mayor que fue el productor musical. Si no llorás es porque estás muerto.
Baglietto y un “cagazo de dos minutos”
–En cuanto animal de escenario que sos, ¿qué tan de taco afrontás este desafío?
–Cuando hago shows míos o con Vitale, el escenario me da una seguridad que me permite entrar al toro con todo. Sé a qué distancia tengo las guitarras y que el vaso de agua está a la izquierda. Tengo como armado un kiosco, digamos. Acá, en cambio, estoy más expuesto con el cuerpo. No digo que no uso el cuerpo cuando canto en mis shows, pero el hecho de vestirse ya del personaje, de tener que maquillarse... esa previa ya te pone en un lugar distinto. Además, en El Principito, una aventura musical soy el primero que aparece. Hay toda una situación en la que me subo al avión… En fin, eso exige una concentración y una entrega distintas a las que manejás sólo como cantante. Y me encanta. Cuando se me pasa el cagazo, que durará dos minutos a lo sumo, lo disfruto mucho.
–Para mí, como cantante ya eras actor. Tu histrionismo te delataba.
–Lo mantuve (al histrionismo), sí, aunque en este caso fue necesario un entrenamiento para aprender a caer, interactuar con los otros personajes y optimizar el espacio. Esto no es teatro que se desarrolla en un living.
–En lo técnico, ¿qué tan complejo es girar con un musical así?
–La tecnología ya no está tan lejos de cada lugar. Quiero decir, no tenés que ir a buscarla a otra ciudad. Y esta es una obra que, si bien tiene una escenografía y todo, entra en un semi (camión semi remolque de carga). Después, pantallas, luces y sonido ya están puestos en el Quality. Es una apuesta grande de 25 personas. Por suerte, hay gente como José a la que le gusta el riesgo. En esto, si no te gusta el quilombo, ni te metas.
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