Hace unos años, Fernando García, crítico cultural sagaz, rocker insurrecto y escritor prolífico, publicó El Di Tella, una profunda indagación sobre el impacto en nuestra historia de ese centro de investigación cultural fundado en 1958.
Además de sumar a una bibliografía consistente de art & roll, ese libro de 720 páginas representó un tour de force para el autor, por lo que su sucesor debía ser algo menos exigente en cuanto a relevamiento de datos, análisis sociohistóricos y realización de entrevistas. Y lo que surgió fue Estoy enamorado de mi auto, una biografía familiar en el nombre de un padre vendedor de autos y que tiene a un clásico de Queen como ordenador de tanta memoria emotiva.
Pero si bien García se propuso escribir algo introspectivo y a su aire, lo cierto es que terminó entregando otro relevamiento minucioso muy bien amalgamado con datos y contexto, aunque en este caso sobre el desarrollo de la industria automotriz en nuestro país.
“En principio el libro quiso ser una larga conversación con mi padre que trabajó en la industria automotriz más de 60 años y cuyo transcurso fue el del siglo XX y principios del XXI. Quería tener la historia del auto en argentina a través suyo, en su voz”, precisa García en contacto con La Voz.
“Pero lo fui postergando y cuando él dejó de trabajar en la agencia Serra Lima a los 88 años, la idea se me volvía cada vez más esquiva. Porque sabía que el final de su vida era inminente. Entonces la circunstancia de su muerte fue determinante para que retomara la idea original, en la forma de los recuerdos de nuestra relación con el auto como interfaz. Es decir, contar la historia de una familia en la que los autos eran el centro de todo”, añade el también autor de Los ojos: vida y pasión de Antonio Berni (2005) y Cómo entrevistar a una estrella de rock y no morir en el intento (2016), entre otros títulos de la ya señalada bibliografía art & roll.
“Así, el libro es un work in progress apenas editado y cuya intención era captar la atención de cantidades de otras historias de padres obsesivos con el auto como centro de la vida. Nunca escribo para que algo quede en un Word, con lo que intenté que a partir de mi caso se abrieran historias paralelas que lo convierten en un episodio colectivo y eso fue lo que captó la atención de (la editorial) Planeta”, precisa.
Y luego remata: “Por otra parte, yo venía de un tour de force con el libro del Di Tella y necesitaba un proyecto menos comprometido con la investigación y que sirviera como duelo por la muerte de mi padre pero también por el final en la larga línea de sus autos”.
–Al releer el libro, algo que supongo que has hecho por lo menos una vez, ¿caíste en la cuenta de que se convirtió en un relevamiento histórico exhaustivo de la industria automotriz Argentina?
–Dejé de releerlo hasta que recibí estas preguntas. Voy por una enésima relectura. No tenía la intención de que tuviera esa magnitud ni creo que la tenga, pero muchas cosas solo pueden explicarse por las características de nuestra historia automotriz y eso sí está reflejado. También creo que la narrativa no se ocupaba de estos temas. Este no es un libro técnico ni una extensión del periodismo deportivo y del negocio de los autos. Es otro de no ficción sobre el auto en Argentina en un período de notable expansión y creatividad, de las filiales de las grandes marcas a las agencias publicitarias que produjeron piezas de calidad museo ya sea en la gráfica como en la televisión (hoy ubicables aplicando métodos arqueológicos en YouTube). También es un libro sobre la relación íntima que establecimos con estas máquinas. El título tomado del lado B de Rapsodia Bohemia (Queen, 1975) es elocuente sobre esto y es lo primero que apareció. Siempre supe que se iba a llamar In love with my car, jugando con las erratas y malentendidos de las ediciones argentinas de los discos de rock anglo.
–Recordame el destino del Ford Fiesta heredado, que en un momento se vuelve central.
–Mi padre compró este Fiesta fabricado en Brasil usado en 2005. Fue su último auto en una fila tan larga que podría completar un garage entero. Dejó de manejar hacia 2013 y desde entonces quedó a mi cargo. Con los años, mantenerlo se había vuelto un presupuesto pero no pensaba en venderlo mientras estuviera escribiendo el libro. El proceso de la venta se incorporó en tiempo real al texto y hasta la documentación burocrática nos dice algo de lo que pasó en este país entre octubre y diciembre de 2023. Un agenciero que había sido socio de mi padre terminó quedándoselo y me pareció que era un buen destino. No volví a manejar desde entonces.
–¿Qué taras, gestos y modos de pararte ante un auto heredaste de tu papá?
–A la canción de Piero, en mi caso, hay que reescribirle el verso que dice “yo soy tu sangre mi viejo”. Debería cantar “soy tu sangre, célula y huesos pero también tu árbol de leva y carburador, tus bujías y fusibles, bomba de agua y chicler de baja, termostato y pistón, válvulas y filtros”. Con los años me di cuenta de que repetía cantidad de gestos suyos como pasar los cambios con un dedo, acomodar de forma obsesiva los espejos y, como una consecuencia de su celo con la máquina, se me hizo carne una inseguridad que hacía que cualquier problema, ruido, lo que fuera se convirtiera casi en una tragedia. No es que fuera cuidadoso sino que sentía su sombra proyectada sobre mi volante.
Pappo y su tratado de subordinación del rock al auto, según Fernando García
–Una pregunta sonsa pero, al menos para mí, importante para ver si te tengo como aliado. ¿No odiás absolutamente el bluetooth para escuchar música en el auto? ¿No añorás el pasacasete o incluso el reproductor de CD?
–Por temas económicos nunca tuve ningún auto nuevo que incorporase tal tecnología así como llegue tarde al magazine (hecho solo para los autos). No es que añore, no conozco otra forma de escuchar música en los autos y sobre todo con la aparición de los cedés. Escuchar música en el auto, ya en movimiento o quieto me parece uno de los más grandes logros de la cultura del siglo XX. Podría enumerar cantidad de situaciones, algunas están en el libro, pero quizás me quede con la siguiente.
–A ver.
–El contraste de escuchar Sui Generis en un Porsche Targa manejado a casi 250 kilómetros por hora por el pintor Helmut Ditsch en una autopista de Viena. Pude haber tenido accidentes fatales más de una vez por salir con Back in Black de AC/DC a velocidad muy imprudente en ataques de bronca. Por suerte solo choqué una sola vez mientras sonaban Los Gatos…
–¿Tuviste fuentes cordobesas a la hora de relevar la producción de las plantas de Renault y Fiat?
–No, entiendo que la importancia de Kaiser aparece en la parte más enciclopédica del libro (donde se suman todos los autos nombrados en el texto) pero fue hecho desde fuentes secundarias como los libros del historiador Gustavo Feder, casi un asesor. No trabajé desde ese punto de vista porque hubiera sido otro libro.
–¿Te autopercibís tuerca o sólo un rocker con afinidades a ese mundo por el laburo de tu papá y porque fue la debilidad de un ídolo como Pappo?
–Nunca fui tuerca ni pistero ni nada de eso, pero me encantan los autos como objetos y el diseño de los años ‘60 y ‘70 sobre todo. Más que afinidad le debo mi supervivencia a ese mundo. La referencia a Pappo sobrevuela todo el libro, es parte de mi ADN también porque además crecí muy cerca de su casa y creo que es quien más entendió esta fidelidad con las máquinas desde la cultura (y no solo el rock). Desde No detenga su motor a El auto rojo, Pappo ha dejado un tratado sobre la subordinación del rock and roll al auto, algo que en el rock argentino aparece poco.
–¿Cuál es el auto asociado a la pauperizada clase media argentina de hoy?
–Después del reinado absoluto del GOL acaso en el futuro veamos clubes del Toyota Etios como hoy todavía se juntan los fetichistas del Fiat 600, Peugeot 504 o el magnífico Torino.