Es una de las especies de aves más difíciles de observar y fotografiar, a pesar de tener una característica muy particular: no sale despavorida ante la presencia humana, no se asusta, no se disimula. Simplemente, no se deja ver entre la vegetación, se oculta perfectamente y, como si esto fuese poco, pareciera desafiar a los fotógrafos y observadores de aves emitiendo una y otra vez su repetitivo y característico canto a escasas distancias. A veces, solo un metro o menos te separa de él, y así y todo es imposible localizarlo.
Como puede verse en la imagen, no es un ave muy mimética que se confunde con su entorno; si bien sus colores son ocres, uno pensaría que por su característico diseño sería fácil distinguirla entre la vegetación. Pero no, es casi imposible.
En varias oportunidades solo le he visto el pico o parte de la cola a muy poca distancia. Hasta me ha aturdido con su canto y de repente, en un instante de silencio, ya estaba en otro arbusto, incluso a mis espaldas, cantando desde la densidad de la vegetación.
Tengo miles de imágenes donde solo aparecen partes de su cuerpo o solo se ven hojas o pastos.
Hablamos del gallito de collar (Melanopareia maximiliani), que también habita en Córdoba.
Poco se sabe
De esta especie se conoce muy poco. Se sabe que en Córdoba tenemos dos subespecies. Si bien por su aspecto exterior es casi imposible distinguirlas, en los individuos del oeste su coloración es más contrastada que los del este provincial, que son más pálidos.
Puede adivinarse una diferencia, con un poco de práctica, gracias a los sutiles matices en su vocalización, que consta de un repetitivo “tiqui, tiqui, tiqui” en la zona este y de llanura de la provincia, algo más lento que el de la zona oeste (y serrana), donde suena más acelerado. Esto es debido a que su siringe es diferente.
Prácticamente no se tiene información de su nido. Pero en dos ocasiones me encontré con ellos.
Uno en un árbol barba de tigre (una de las especies más espinosas del monte), y era globular y hecho de pasto como el del benteveo, aunque más pequeño y con el pasto más compactado y con su entrada al costado, a dos metros de altura. Allí la pareja entraba y salía con pequeñas mariposas y polillas que entregaba a sus pichones.
En las dos oportunidades que me topé con su nido, siempre fue en medio del monte cerrado e inaccesible. En ambas, lo que me llamó la atención fue que la pareja, a una distancia considerable (tres o cuatro metros), se quedaba inmóvil, pero uno al lado del otro, y desde allí vocalizaban.
En varias situaciones, observé a los volantones (juveniles que recién salen del nido) mientras eran alimentados por sus padres.
La primera vez que vi esta especie fue en las márgenes del dique La Quebrada, en Sierras Chicas. Estaban en un pajonal seco, pero los vi pocos segundos y en partes.
Me puse a investigar e intenté fotografiarlos de cuerpo completo, por décadas, sin éxito. Hasta que en 2024, durante el dictado de un taller de fotografía de naturaleza en Characato, al fin pude hacerlo.
Esa foto buscada
Realizamos una caminata con los participantes hacia un lugar con una hermosa cascada. Éramos ocho personas, íbamos compartiendo datos y técnicas de fotografía mientras caminábamos por un sendero serrano y, de repente, sentimos el característico sonido (similar al de un grillo). Supimos de quién se trataba. Era una zona rocosa, con pastizal bajo, desde el que no paraba de cantar.
Todos en silencio nos ubicamos en el suelo y nos dispusimos a esperar con nuestros equipos fotográficos listos. Al cabo de unos minutos, sucedió lo inesperado: uno de los dos gallitos salió de la vegetación y se posó en la roca desnuda, era la primera vez en mi vida que veía ese comportamiento y una de las pocas que veía un gallito de collar completo.
La emoción fue inmensa, el momento nos colmó de alegría y adrenalina, pero en una milésima de segundo el ave podría volver a la seguridad de la vegetación.
Pero no, ahí se quedó. Se fue moviendo y cambiando de piedra, y obtuvimos imágenes increíbles de un gallito con una luz inmejorable y a solo dos metros de distancia.
La pareja se turnaba para brindarnos su espectáculo, cuando uno se escondía, salía el otro y se posaba sobre la piedra, y desde ahí él nos observaba a nosotros.
Estos momentos son regalos inesperados que nos brinda la naturaleza; algunas veces los disfrutás en soledad; y otras, con gente a tu lado. Pero siempre felices por ese instante.
- * Guillermo Galliano es fotógrafo de naturaleza y presidente de la Fundación Mil Aves, de Córdoba
