Tinder había llegado a nuestras vidas para resolver los frecuentes obstáculos del cortejo. Pero, como sucede en las relaciones de pareja, lo que al principio es atractivo termina produciendo rechazo.
El algoritmo que rige las aplicaciones de citas persigue sus propios intereses y se ha vuelto urgente el encuentro cara a cara, aunque sólo sea en el supermercado.
Un creador de contenido fue la punta de lanza de una moda que es síntoma de otra cosa. Damon Fan, residente de Barcelona, propuso trasladar el match a las góndolas de Mercadona utilizando un ananá puesto boca abajo en el changuito como señuelo. A los pocos días, empezaron a circular decenas de videos de los encuentros cerca de los vinos o de los lácteos.
Argentina se sumó a la moda, por supuesto. Primero lo hicieron unas chicas en la cadena Changomás, quienes aprovecharon para ganar un poco de publicidad y ordenar el cortejo. En sus redes sociales, la cadena estableció un horario y estipuló los señuelos: una lata de ananá para mostrarse disponible, alfajores para indicar una personalidad dulce, vino para quienes buscan una relación seria y yerba para algo casual.
Pero como no en todas las ciudades del país hay una sucursal de esa cadena, las chicas propusieron como señuelo el champú Plusbelle. Hay testimonios en TikTok de que la estrategia funciona.
El amor en juego
Allá por las vísperas de la pandemia, las aplicaciones de citas empezaron a caer en descrédito. Hubo quienes investigaron en profundidad el algoritmo y los resultados no cayeron nada bien, incluso la empresa que nuclea la mayoría de las aplicaciones fue demandada.
Para muchos fue muy frustrante saber de la existencia de un ranking de belleza (que funciona como el Elo en ajedrez), que ordena los perfiles en virtud de los likes que recibe. De esa manera, las aplicaciones no mezclan lindos con feos, lo que crea una burbuja que algunos denominan “segregación de belleza”.
Cualquier adulto sabe y acepta que ser considerado bello facilita algunas cosas, de manera que este dato sobre el funcionamiento de las aplicaciones no produjo demasiado enojo. Lo que sí enojó fue la frustración programada.
Si bien fue desmentido por los voceros de las aplicaciones, investigadores aseguran que encierran una lógica que tiende a que el usuario no las abandone y hasta se vuelva dependiente. La forma de lograr eso es, claro, mostrar perfiles que de antemano se sabe que serán descartados. Además, ofrecen opciones premium que se deben pagar para tener más éxito o más visibilidad. Una vez más, los corazones rotos son un negocio.
El juego del amor
¿Cuál es, entonces, la ventaja de tener una de estas aplicaciones hoy? Un segmento de jovencísimos adultos, los que no conocieron el cortejo cara a cara, lo encuentran obsoleto. La posibilidad de entusiasmarse por chat con alguien que no resulta ser quien es, saber que el match con alguien afín es casi imposible y la monotonía de empezar las conversaciones siempre de la misma manera llevaron a pensar en alternativas.
Si hay algo que resulta palpable en la moda del cortejo en el supermercado es la necesidad de incluir el juego, una dimensión lúdica, en el encuentro con otro. Es una propuesta que invita a mirar a los demás, a buscar un código compartido bajo la incendiaria palidez de los fluorescentes y, en el mejor de los casos, a hablar.
La digitalización excesiva de nuestro trabajo, de hobbies y de amores tal vez haya llegado a su límite. El rechazo e indiferencia hacia el otro por el hecho mismo de ser otro (corriente hoy en día) tal vez empiece a resquebrajarse.
Sin caer en un exceso de optimismo, es posible pensar que estamos entrando en una era en la que está de moda buscar algo bueno en un desconocido.
