La religión y el humor tuvieron un nuevo enfrentamiento. Aprovechando las vísperas festivas, dos canales de streaming hicieron sus propios pesebres vivientes, pero en clave de humor.
A las pocas horas, surgieron las primeras olas de repudio desde sectores cristianos, con distintos niveles de agresividad. Mientras transcurre la polémica, ambos bandos pierden de vista el espacio de lo común.
Sin invocar nombres bíblicos, en uno de los programas de Olga recrearon lo que parecía ser el nacimiento de Jesús, acompañado de otros personajes típicos del relato bíblico. En Luzu sucedió algo similar, cuando un grupo posó como una clásica postal de pesebre viviente. La paz de la postal se interrumpió con la aparición de alguien disfrazado del Grinch, fingiendo un enfrentamiento entre todos.
Tomás Dente encabezó la ola de repudios. Furioso, remarcó la burla que representaba un hecho que él no consideraba para nada artístico, y para ello apeló a una estrategia discursiva que, irónicamente, se aleja de los principios cristianos que defiende. Los llamó “manga de estúpidos” e insistió en que uno de ellos “tiene que quedar cancelado y fuera de los medios”.
En redes sociales, algunos usuarios hicieron listas de los trabajadores de los canales de streaming con apellidos presumiblemente de origen judío. En la televisión, personalidades de distintas áreas se sumaron al repudio, y en el estudio de Olga se reunió un grupo de católicos para rezar a modo de protesta.
Hacer con palabras
En su editorial, Dente argumentó: “Ellos pueden meterse con Jesús, con la Virgen o con san José, pero yo no puedo hablar de los cuerpos de ellos o de la cara de estúpido que tiene el pibe ese o de la gorda impresentable que hace de la Virgen, porque de los cuerpos no se habla”.
Es este punto el que indica que los tiempos efectivamente han cambiado y que nuestra época dista considerablemente de aquella en la que se lanzó La vida de Brian (1979) o en la que se emitía el segmento “Todos juntos en capilla”, de Cha Cha Cha.
El cambio se dio, principalmente, en cuanto a quién puede hablar de qué tema; quién tiene habilitada la expresión de su enojo; quién es escuchado; qué temas están sujetos a burla y cuáles no. Se trata de dos grupos que, en definitiva, exigen de otros (a veces de manera agresiva) respeto y adhesión a su lista de valores.
En el medio, el lenguaje se revela en una doble función. Para el grupo de quienes se ofendieron, el lenguaje (no sólo la palabra) tiene la capacidad de invocar simbólicamente una trascendencia y, sobre todo, tiene un valor performativo
El pesebre viviente no es meramente una referencia bíblica, sino la reproducción de un evento fundacional.
Para quienes hicieron el pesebre viviente, el lenguaje no tiene esa función. El pesebre, despojado de simbología, expresa una tradición entre tantas, una costumbre sedimentada por fuerza del hábito, sin valor en sí misma.
Sin embargo, entienden que ciertos usos del lenguaje (como hablar del cuerpo ajeno, burlarse de una minoría o hacer listas de personas de apellido judío) tienen un valor político. Las palabras pueden ser también una herramienta de estigmatización.
Partes sin un todo
Esto no es sino otra constatación del individualismo del presente. Tanto para hacer humor como para hacer escuchar la propia indignación, el lenguaje sirve para expresar una autonomía caprichosa que no tiene otro sustento que el deseo del enunciador de exponer sus emociones.
En otras palabras, la polémica por el pesebre viviente no dice nada nuevo sobre el humor y la religión, sino sobre el tipo de subjetividad que somos a través del humor o de la religión.
Entre las risas y los descargos, se pierde de vista la integración del otro con su diferencia radical. Como afirma Éric Sadin a propósito del ethos de nuestra época, el sujeto se caracteriza por una “primacía sistemática de uno mismo ante el orden común”.