Hay un género de publicaciones en redes sociales que no falla en viralizarse: los errores en el cortejo. En la última semana volvieron a circular por X capturas de pantalla de chats que un estudiante universitario le envió a su “facuamiga”, lo que habilitó a que decenas de usuarias compartieran casos similares.
Este microfenómeno reabre la discusión sobre la intimidad y la convivencia.
El origen fue el caso de “Benja”, quien trata de hacerse amigo de una compañera y recibe respuestas cortantes. Lo extraño sucede después, cuando él insiste a pesar de esa negativa a través de demasiados mensajes que ella no responde.
Muchas usuarias compartieron los chats con experiencias similares: compañeros que se enojan o insultan si no tienen una respuesta satisfactoria siguen escribiendo como si el silencio no fuera una respuesta en sí misma, se obsesionan cuando son bloqueados, hostigan, y hasta envían fotos de su pene.
Relacionarse con otra persona dentro de los márgenes de la civilidad no parece ser un lugar común.
Tiempo y espacio
Además de escritora y filósofa inglesa, Nina Power es una mujer polémica. Publicó en revistas de derecha y fue acusada de antisemitismo y racismo.
A través de sus libros, artículos y conferencias, comparte su preocupación por la pérdida de valores tradicionales que pone en crisis la masculinidad y que, por lo tanto, deja a los varones relegados al último peldaño de la sociedad.
En 2024 se publicó en español su ensayo ¿Qué quieren los hombres? (Adriana Hidalgo), en el que ofrece un diagnóstico de cómo se vive la masculinidad en la actualidad, al tiempo que critica las derivas del movimiento #MeToo por exceso de punitivismo.
Para Power, los varones no saben cómo comportarse y viven cargados de miedo a equivocarse y ver sus vidas arruinadas.
No estoy dispuesta a aceptar la totalidad de sus ideas ni gran parte de su diagnóstico del presente. Sin embargo, existen algunas líneas de su pensamiento que me parecen interesantes.
Una de ellas refiere a que internet se convirtió en un “dispositivo registrador” de nuestras vidas, incluida la intimidad.
Internet es el espacio de la hiperexposición, donde nada se pierde, y donde o bien quedamos capturados para siempre en el mismo error, o bien lo que hacemos puede ser usado en algún momento en nuestra contra.
La otra línea refiere al concepto de heterosociabilidad, que designa un modo de convivencia social entre hombres y mujeres que no esté sobredeterminado por lo romántico y que sea, ni más ni menos, cordial. Para Power, la ausencia de ese tipo de convivencia se evidencia en las dudas, conflictos y escasas certezas sobre cómo actuar y proceder con el sexo opuesto.
Cuidate, querete
Compartir los chats privados de intentos fallidos de coqueteo reproduce el uso de internet como dispositivo registrador y como instrumento para acreditar la narrativa de quien los publica.
Además de burlarse, los usuarios se postulan como autoridad, con efectos performativos sobre una ética de las relaciones.
Los casos de acoso demuestran, de manera inequívocamente condenable, las serias dificultades que existen para crear y sostener un espacio heterosocial, una convivencia saludable entre hombres y mujeres. La desorientación es total y acusar al feminismo es erróneo e improductivo.
Power propone la reconciliación como salida a esta conflictividad, pero me resulta insuficiente.
Son casos en los que hay una ceguera de límites y de la voluntad de un otro (en general, un otro femenino) que no se cura con darse la mano.
Esa ceguera se extiende al sí mismo: no se perciben ni siquiera los límites que regulan el autocuidado.
Las mujeres se han visto forzadas a cuidarse a sí mismas (en lo que dicen, escriben, hacen, piensan, sugieren y muestran), mientras que los hombres han encontrado mayor seguridad en su entorno social y doméstico, con remotas posibilidades de peligro.
Tal vez sea momento de que ellos empiecen verdaderamente a reconocer los límites de su propio cuidado para reconocer los ajenos.