La primera hija de Emma del Carmen Girón y Ernesto Quiterio Sosa, salió a luz en la todavía oscura madrugada en San Miguel de Tucumán. Eran las 4 y media y faltaba poco para los cañonazos que anunciaban el 9 de julio de 1935. ¡Una nena de 4 kilos!
Nacida la niña, lío en puerta. La mamá, de 22 años, quería ponerle Marta Beatriz. Sin embargo, al nacer el 9 de julio se le cruzó el nombre de “Julia Argentina”…
Al final se impuso la voluntad del padre: Haydeé Mercedes. Su mujer desconoció ese nombre y siempre la llamó “Marta”. Fue el bautizo casero que prevaleció. Para sus futuros hermanos, que fueron tres, para amigos, sobrinos, primos, siempre fue “La Marta”. Era la primera hija y venía con una misión. Mitigar la pena por la pérdida del primer hijo, que falleció con apenas siete meses de vida.

Los indicios artísticos no demoraron demasiado. “Se hacía la artista” –recordaba la madre– porque imitaba a bailarinas de danza española que actuaban cerca de su casa. Cuando se portaba mal y la ponían en penitencia en su cuarto, “Martita” no se amilanaba. Se envolvía en una tela mosquitera, y con los zapatos de la madre se ponía a bailar español ante el espejo.
La primera gran sorpresa la dio a los 10 añitos (1945). La niña se presentó en un concurso de canto en su escuela, la San Martín número 2. Lo hizo con una canción de Lolita Torres, Castillito de arena. ¡Y ganó el primer premio! Cinco años después, octubre de 1950, ocurre un hecho bisagra. Con 15 años decide presentarse en la radio LV12 en el concurso “Hoy canto yo”.
Ahí se armó otro lío. Lo hizo sin el permiso de los padres. Es más, aprovechó su ausencia porque habían viajado en tren a Buenos Aires a celebrar el quinto aniversario del 17 de octubre, fecha patria peronista por excelencia.
Y para que no levantar sospecha alguna, la Marta decidió cambiarse el nombre. Se inscribió como Gladys (nombre de una amiga) y el apellido Osorio (de un pintor llamado Osorio Luque). ¡Y a ese concurso también lo ganó! Lo hizo con la canción Triste estoy, popularizado por su ídola Margarita Palacio, cantora catamarqueña. Ganar el concurso le valió a “Gladys Osorio” un contrato para cantar en vivo en la radio con reporte monetario y todo. Así es, la Marta comenzó monetizarse a los 15 años.
El “plato” fue cuando los padres se enteraron. Escucharon una voz conocida en la radio y el marido le preguntó a su mujer “¿Esa no es la Marta, Emma?”.

El casamiento fallido, y el amor de su vida
Los líos continuaron. Y el que siguió fue mayúsculo. Pasados los 20 años La Marta tenía flor de candidato para su casamiento. Era un joven tucumano de buen pasar y con quien la chica había tramitado su pasaporte nupcial. Pero en el tránsito de soltera a esposa, a la cantorcita tucumana se le cruzó un juglar mendocino...
Tocaba la guitarra como los dioses, cantaba mejor y “Marta Gladys Osorio” quedó boquiabierta. Fue en una peña y el flechazo fue tal que a la inminente esposa le hizo romper el pre contrato nupcial. Un escándalo por todas partes.
Oscar Matus, mendocino de origen, fue el coautor del rompimiento. Andaba de gira por el norte cantando tangos aunque también cantaba cosas de su tierra. No solo que se hizo trizas el primer casamiento, sino que se casaron a los tres meses del recíproco flash. (El padre de la novia no asistió a la ceremonia).
No solo de ahí surgió un matrimonio, sino un dúo folklórico y nueve meses después el único hijo, Fabián Matus, en 1958. La Marta y Matus anduvieron peleándola varios años por peñas y locales de Buenos Aires, Mendoza y Uruguay.

Cosquín, el festival que cambió la historia
Cuando la gente escuchaba la voz femenina hacía silencio. Hasta que una noche de enero, en el Cosquín de 1965, Jorge Cafrune hizo un alto en su concierto y dijo: “Quiero presentarles a una tucumana purísima, ¡Mercedes Sosa!”. Y armó otro lío.
El pasado 31 de enero se cumplieron 60 años de aquel hechizo breve y extraoficial, dado que si no hubiera mediado Cafrune, no se hubiera producido. El cantor jujeño de 27 años que visitaba Cosquín desde el ‘62, aprovechó su condición de artista con espalda popular para presentar a esta joven tucumana de 29, a la que consideraba un tesoro oculto de la canción que merecía descubrirse.

Era Mercedes Sosa, quien interpretó en soledad con su bombo Canción del derrumbe indio (de su comprovinciano Fernando Iramain). Con su interpretación logró acercar, volver asequibles, los padecimientos de los pueblos originarios y su consecuente resistencia.