Antonio Birabent está en el medio de una gira que celebra los 30 años que nos separan de su primer disco. Es la misma que lo traerá a Pétalos de Sol el viernes, en compañía de una joven banda rosarina que lleva el repertorio de Todo este tiempo (1994, el título en cuestión) a un extremo casi punk.
El gesto retrospectivo llama la atención en el caso de este creador, dado que a lo largo de su carrera publicó (en promedio) un disco cada dos años y siempre miró para adelante, en paralelo a su desarrollo como actor de cine y de televisión.
Es un buen punto para analizar en conjunto y en situación de entrevista.
“Para para empezar, es una efeméride incierta y errada”, es lo primero que dice Birabent en contacto con La Voz, y al ser consultado sobre si lo toma por sorpresa la efeméride apuntada arriba.
Y luego precisa: “Porque mi primer disco ya va para 32 y el inicio de mi carrera en realidad se dio en el ‘90. En el ‘90 formé parte de la banda de mi viejo (Moris) y, por primera vez en la vida, cobré por tocar, detalle que no considero menor. Mi padre me pagaba por ensayar y por subirme al escenario a acompañarlo”.
“Dicho todo esto, te diría que más que de sorpresa, me toma no provocando una celebración. La idea de hacer una retrospectiva no es mía, sino de un productor al que le contesté: ‘Si tenés un plan y armás una banda, me sumo y canto’”, remata.

El repertorio de Todo este tiempo es producto de la observancia y los sentires de un Birabent que testeaba el mundo adulto a pocos años de haber regresado con su familia de España, luego de atravesar un exilio de varios años.
“Volvimos en el ‘87″, recuerda. E inmediatamente contesta si por entonces ya le había tomado el pulso a Buenos Aires: “Bueno, no. Era el pulso de un viejo conocido, pero también de un recién llegado. Un poco de las dos cosas. Esos primeros temas que escribí (A mí la lluvia, Salgo a caminar, Querido amigo) están escritos entre el ‘88 y el ‘89, cuando yo arañaba los 20 años y ya estaba muy empapado de argentinidad”.
–¿Ya tenías la convicción de ser actor? ¿O fue algo que se te presentó por diferentes circunstancias y que iba más allá de una vocación?
–Cuando yo era chico, mi padre me contó que un pariente, un tío abuelo que se llamaba Alfredo Birabent, había sido un actor famoso en Hollywood. Después descubrí que esa historia era real y que este hombre usaba un nombre de fantasía: Barry Norton. Eso me movió un poco, me tocó una fibra. “Entonces yo también quiero ser actor”, le decía a mi viejo cuando tenía 12 o 13 años y aún estábamos en Madrid. Y después, la concreción de todo eso fue un poco de casualidad, otro poco de suerte.
–A ver...
–Estuve en el momento correcto, en el lugar indicado. Tu colega, Víctor Pintos, que era el asesor periodístico de la película Tango Feroz, le dijo a Marcelo Piñeyro que yo podía ser una opción para una escena, Marcelo Piñeyro me hizo una prueba de cámara y así fue. Parece una historia muy simple que no lo fue tanto. Pero así pasó.
–¿Te da pudor escuchar aquel primer disco desde hoy o te arrebata el orgullo?
–Lo que sucede es que soy otro cantante. Entonces, escucho una voz que no es mía. Eso me resulta extraño. Durante mucho tiempo estuve muy peleado con aquel arranque porque no me gustaba lo que escuchaba. Ahora lo interpreto como un pecado de juventud. Esa forma de cantar era la que tenía en ese momento; recién ahora la puedo entender, después 35 años y un montón de discos.
–En ese tiempo transcurrido publicaste un disco cada dos años, mientras desarrollabas en paralelo tu carrera actoral. ¿A qué le atribuís esa propensión a agrupar 10 canciones en un título con insistencia?
–La respuesta más sincera es que no he tenido nada mejor que hacer. Es lo mejor que he tenido para hacer. Por eso grabé 30 discos e hice tantas otras cosas como actuar, conducir programas de radio y TV, e incluso escribir. Hay un motor interno que no para y que ahora me está por llevar a publicar un disco de tangos. Ya llevo 15 (tangos) compuestos y me tengo que morder la lengua para no dar más detalles.
Antonio Birabent y un disco de tangos que le hace morderse la lengua
–¿Y qué te impide sacar el disco de tango?
–Durante toda esta trayectoria, he hecho lo que me ha dado la gana; he llevado adelante movimientos muy poco comerciales. Y ahora, no es que sea comercial, pero todo es un poco más pensado. La persona con la que estoy trabajando me dijo: “Ché, esperá, acabás de sacar dos discos, uno en vivo y otro instrumental, les demos aire al de tangos”. Pero si fuera por mí, lo empezaría a trabajar ya. Por otro lado, la “industria” (así, entre comillas) no propone nada a cambio si yo hago bien los deberes. A ver, digo esto como ejemplo de la cantidad de cosas que he hecho y que yo mismo he olvidado: días atrás me preguntaron qué opinaba de que Fito Páez regrabara un disco emblemático con versiones más jugadas. Y les contesté que estaba bien, pero que era algo que ya había hecho en 2000. “¿Cómo que lo hiciste en el 2000?”, me repreguntaron. Claro, en aquel año saqué Anatomía y después las relecturas de todos los temas en Anatomix. Por supuesto que a eso no lo inventé yo, no es un invento ni de Fito ni mío, pero me sirve el ejemplo para ilustrar la reflexión que hago cuando miro para atrás: “La puta, qué cantidad de cosas”. Y la mayoría quedaron prácticamente desconocidas. Para el gran público al menos. A veces también me pregunto: “¿Si hubiera sido más ordenado?”. Si en lugar de sacar todo lo que saqué hubiera sacado un disco cada tres años con más organización y estrategia de por medio, ¿qué hubiera pasado? La verdad, no sé.
–No hay conclusión, entonces.
–Uno siempre siente que es mejor el jardín que está al frente. Y después, cuando vas ahí, te das cuenta de que está tan lleno de hormigas como el tuyo. No creo que si yo estuviera en la cabeza de otro conseguiría algo aproximado a la felicidad. La felicidad está en otro lugar.
–A lo largo de tu carrera han ido mutando tus miradas, inquietudes e impulsos. ¿Qué te desvela hoy como en su momento lo hicieron las demoliciones, por ejemplo?
–La desconexión que promueve el estar conectados todo el tiempo. Hablo mucho de eso, lo tengo muy presente. Me obsesiona, en un punto. Es una cosa que está dándonos una calidad de vida más baja y una esclavitud tecnológica brutal. Me preocupa saber cuánto tiempo tengo para seguir siendo feliz. Cómo aprovechar ese tiempo. Son preocupaciones privadas, individuales, pero que rebotan en los demás. Ese sí es un derrame. Cuando el capitalismo hablaba del derrame, debería haber sido sobre esto: si vos estás bien, e irradiás felicidad, bondad y cosas nobles, repercute en los demás.
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