La rica escena del under siempre presenta proyectos atractivos en torno al arte y la música. Desde la zona norte del conurbano bonaerense, emergió Camionero, un dúo formado por Joan Manuel Pardo en guitarra y voz y Santiago Luis en batería.
Si bien llevan más de cinco años tocando sin parar, en el último tiempo comenzaron a notar su crecimiento y cada vez más público se suma al flash que es verlos en vivo.
Está claro: la banda son sólo ellos dos. Pero el enlace y la química entre el violero y el batero hacen que su música suene como si fueran varios más. Riffs al hueso, batería aplanadora, rock, blues y más.
En diálogo con La Voz, “Joni” Pardo comenta cómo viene el inicio de 2025, que los trae nuevamente a la ciudad.
“El año pasado hicimos 55 shows y el año tiene 54 semanas, así que imaginate. Nos da mucha ilusión salir a tocar: tenemos fechas en Córdoba, en Río Cuarto, en Rosario y varias en Buenos Aires”, cuenta.
Consultado sobre la visita, responde: “Hemos ido más de 10 veces. Tocamos en Bela Lugosi, en Pétalos de Sol, también en casas, y la última fue en Un Mundo Feliz, que nos gusta por lo distópico que propone el lugar. También hicimos Studio Theater con Bestia Bebé. Fuimos muchas veces y cada vez se suma más gente. Nos entusiasma Pez Volcán porque es un lugar más grande, y tenemos ganas de ver agite y transpiración”, añade.
–“Todo lo sólido se desvanece en el aire”, su último álbum, salió hace relativamente poco. ¿Tienen apuro por entrar al estudio?
–Entramos cuando tenemos ganas y, básicamente, cuando podemos. Tenemos una dinámica de composición y grabación muy rápida. Por lo general, contamos con muy poco tiempo para dedicarnos a eso, así que tenemos que acelerar los procesos. No está bueno, pero dentro del límite de lo posible nos acostumbramos a trabajar con poco tiempo y a ser eficaces. Como hacemos EP y discos cortos, antes que la cantidad priorizamos la calidad. Puede ser mejor o peor, pero salimos en búsqueda de algo que sea diferente o que creamos que vale la pena editar. Ya tenemos un modus operandi. A partir de marzo vamos a juntarnos a componer, y para la segunda mitad del año, si todo sale bien, tendremos material nuevo.
–¿Ese poco tiempo del que disponen tiene que ver con sus profesiones?
–Sí. Yo soy profesor y Santi es arquitecto. Trabajamos mucho durante el año y se mezcla con salir a tocar, obviamente.
–¿No pueden vivir de la música?
–Nuestros trabajos son los que nos sostienen, especialmente en el caso de Santi, porque, además de su profesión, que en el mercado está mejor posicionada que la mía, tiene familia con una nena y un nene. Entonces, cuesta más tomar un salto al vacío. Yo, en lo personal, logré este año dejar parte de mi trabajo en un colegio de adultos y voy a dejar la carga horaria nocturna. Es la primera vez en mi vida que digo: “Bueno, puedo lograr un ingreso fijo y mensual con la banda, sin desesperarme”.
–¿Cómo ves el under? ¿Retomó ese lugar de vanguardia que lo caracteriza?
–Te contesto desde Buenos Aires. Hubo un cambio muy marcado después de la pandemia. En los medios alternativos o independientes, el under estuvo muy presente y ahora está empezando a cobrar más visibilidad en el mainstream. Hay bandas que le dieron una especie de brisa fresca a la escena: Winona Riders, Dum Chica, Mujer Cebra, y así. Incluso instalaron una nueva forma de hacer under desde lo estético y las redes. Porque esos pibes venían acompañados de otros pibes que se dedicaban al diseño gráfico, a la fotografía… y eso cambió mucho la mirada. Es decir, lo que uno busca o apunta en la escena cambió también. A veces hay que saber distinguir entre una moda y un cambio real, entre una innovación pasajera y una verdadera transformación.
–Mencionás a los Winona Riders, que en una nota reciente con este medio destacaron su presencia en horario central de un festival como el Cosquín Rock. ¿Les seduce tocar en un festival así?
–Tuvimos la oportunidad de tocar en el Rock en Baradero y aprendimos lo que es. Te convocan y está buenísimo, vivís la experiencia. Pero los festivales no son nuestra “zanahoria”. No es que decimos: “El día que toquemos en un festival, nos consagramos”. Tenés que hacer tu propio camino, tener tu propia relación con tu público, alimentarlo y generar eso. Después, si te va bien, imagino que te llamarán, o no. Cuando ya creaste un público y convocás, los empresarios no son boludos: si cortás tickets, eso es lo que a ellos les interesa. Entonces, siempre está la misma duda: ¿para qué los quiero si sólo me buscan cuando me va bien? Pero, bueno, por otro lado, los festivales ofrecen una vidriera enorme, que te consagra no sólo como músico, sino como profesional de la industria. Tiene su costado tentador. No nos oponemos a los festivales. No andamos señalando que los festivales son el enemigo.
–El pasado Cosquín Rock dejó también una fuerte discusión política por algunos artistas. Se debatió si la música y el arte van por caminos opuestos a la política. ¿Cuál es su postura?
–Tengo formación en Letras en la Universidad de Buenos Aires. Para mí, pensar el arte como algo que está por fuera de lo político me resulta imposible. Lo que no creo es que el arte sea una respuesta automática o lineal a una situación de opresión, o que tenga un deber moral de ser abiertamente político. Obviamente, el arte siempre se relaciona con la política. No hace falta andar diciendo “esto está bien” o “esto está mal”, pero tampoco está mal decirlo. No tiene que ver con el arte en sí, pero es totalmente válido y valioso que alguien arriba de un escenario diga: “Esto es lo que yo pienso”. El arte siempre va a estar atravesado por la política. Mi manera de pensarlo es siempre por ese costado. Trato de incluir una relación entre el mundo que me rodea, mi mundo interior y la realidad objetiva. Lo pienso como un triángulo donde esas tres cosas deben estar en funcionamiento. Yo no hago arte sólo porque es exitoso o porque es lindo y divertido. Si hago algo, es porque quiero que trascienda en un sentido. Uno no hace esto por la plata. Ni toco la guitarra ni doy clases por eso.
Para ir
Camionero se presenta el sábado 1º de marzo en Pez Volcán (Marcelo T. de Alvear 835) a las 21. Entradas, desde $ 10 mil en alpogo.com