Santiago Ruiz es director coral y orquestal. Está a cargo de la Orquesta de cuerdas municipal, es docente universitario y también, desde hace 20 años, lleva en alto la bandera de la Cantoría de la Merced.
Cuando se lo escucha, el músico despliega el arte de la conversación con un entusiasmo que lo caracteriza en sus diferentes facetas. Pero a la hora de contar lo sucedido en las últimas dos décadas con el coro vinculado a la orden religiosa con sede en la calle 25 de Mayo (la de la iglesia al frente de Barujel), Ruiz irradia el orgullo y el sentimiento de pertenencia de esos espacios que muchas veces definen a sus estandartes.
En la previa del habitual cierre de año que realiza el ensamble, pero con el agregado de ser el eslabón de una cadena de celebraciones que se extendió a lo largo de 2024, el director repasa el trayecto de una formación que se convirtió en una de las más prestigiosas en su tipo. Un coro que giró por Europa (pretenden volver en 2026) y que ha sido galardonado al menos 15 veces a nivel nacional e internacional. Y que tiene en la versatilidad el secreto de una receta que no caduca.
Basta ver el repertorio cantado en estas dos décadas para comprender que la riqueza de la formación también tiene que ver con una curiosidad que no hace distinciones a la hora de mezclarse entre el barroco, los folklores del mundo, la tradición latinoamericana o las obras más reconocidas de la música coral.
Palabra de director
“Yo creo que la idea clave de todo el proceso ha sido el entusiasmo sincero”, dice de entrada Ruiz, convocado por La Voz a través de una videollamada. “Para la gente que se fue acercando, la propuesta siempre fue esa: nos juntemos en torno a música hermosa y hagamos lo mejor que sabemos. Pero no más o menos lindo, no que esté bueno, que sea lo mejor que sabemos”, resume a modo de máxima.
“Y eso fue retroalimentando un entusiasmo de manera tremenda. Más allá de la calidad objetiva del resultado, cuando la gente está dando el 100% empiezan a pasar cosas que, una vez que estás en ese lugar, no te querés correr ni un milímetro. Y detalla: “Una vez que uno se pudo conectar con lo que pasa, despojándose un poco del ego y otras cosas, quiere estar ahí siempre. Entonces ha sido un entusiasmo sincero, y ponerse, como decía Atahualpa Yupanqui, atrás de la música”.
“Siempre dirigí coros, desde chiquito. Yo dirigía con la guitarra y acompañaba”, cuenta Ruiz, quien desde su trayecto en el colegio Santo Tomás comenzó a oficiar como un orquestador y arreglador adolescente. “Yo quería componer música para cine, ser guitarrista, cantante, otras cosas, hasta que acepté que era director de coros y orquestas”, señala luego.
En ese viaje personal, el músico identifica el Encuentro Eucarístico Nacional del año 2000 (con producción imponente a cargo de Litto Vitale y Juan Carlos Baglietto). “Fue una cosa monstruosa de grande, yo tenía 23 años”, recuerda sobre su participación junto al Coro Yobel, que a partir de allí se extendió por cuatro años hasta que Ruiz tuvo que ingeniárselas para hacer de esa vocación algo más parecido a un trabajo.
Luego de hablar con el padre Pablo Ordoñez, por entonces a cargo de la Basílica de Nuestra Señora de la Merced, el director fue contratado para encarar el proyecto que él mismo acercó: el de la Cantoría de la Merced, un coro que desde 2004 se ha destacado en instancias nacionales e internacionales, y tiene en su haber una frondosa lista de grabaciones, producciones audiovisuales y conciertos en diferentes formatos.
Los tres conciertos de celebración de estos 20 años de trayectoria dan cuenta de esa versatilidad. El primero fue dedicado a la música de cámara, en el teatro Real; un segundo volcado a la música sinfónica, en el Teatro del Libertador; y el de este viernes, completamente a capela, en la iglesia de la Merced.
Al igual que en el coliseo mayor, en la sede de la Cantoría estarán presentes viejos integrantes del grupo en una suerte de regreso a un “hogar musical” que, según Ruiz, todavía los cobija y los encanta.
De hecho, en el concierto titulado “Lo que se nos canta” –que se realiza cada 22 de diciembre, pero en este caso se hace el 20 por las dos décadas de vida del ensamble– será una selección votada de lo mejor de todo el repertorio ensayado por el coro a lo largo de su vida. “Es un concierto donde el protagonismo lo tiene la diversidad y el gusto de los cantantes, que van vestidos como quieren”, resume Ruiz.
Juego, aventura y grupo
“Fuimos siempre por mucho, pero dando lo mejor y con mucha confianza también, eso es clave”, dice Ruiz, al tiempo que destaca el vínculo con la institución que alberga al coro, cuya condición fue convertir a la orden religiosa en “un polo cultural” y un “escenario estratégico”.
“Yo fui aprendiendo en el camino, con el grupo. Era la primera vez que dirigía esas obras, pero la gente se entregaba a esa aventura porque era sincera, responsable. Como un juego, pero en serio”, define.
Y pone un ejemplo que lo resume todo: “Hubo mucho de aventura. El primer proyecto que hicimos, la Misa Cubana, surge con un colega, con Matías Saccone, y el solista en Cuba había sido Silvio Rodríguez. Y en Córdoba tenía que ser Jairo. Nos enteramos de que venía a Carlos Paz, buscamos a la productora, le contamos el proyecto y estrenamos ese mismo año la Misa Cubana con Jairo como solista. Y fue una locura, era una inconsciencia. Yo no había dirigido nunca en el teatro”.
Ese mismo espíritu es el que llevó a la Cantoría a involucrarse en una nutrida red de directores y ensambles de otras partes del mundo, como el catalán Josep Prats. “En el 2009 estuvimos en un festival internacional en Trelew. Ahí conocimos todo un jurado internacional, a partir de ahí nos llamaron para estar en el Simposio Mundial de Música Coral, que fue en la Patagonia. Una cosa fue llamando a la otra”, dice sobre los antecedentes que derivaron en una primera gira europea en 2014 y otra en 2017, en la que además fueron premiados.
“Hubo mucho de juego y de pasión”, resume Ruiz, que también destaca el hecho de que el ensamble vocal no tiene un fin específicamente religioso pese a su origen.
“El ideal de la Merced –cita a Pedro Nolasco, su fundador– tiene que ver con la libertad. Y la música, en cada ensayo, a nosotros nos visita y nos vuelve más libres”, apunta. Y añade: “El cristianismo bien entendido comprende al ser humano como un todo y la visión antropológica de la Merced cuadraba perfectamente con esto de que el arte es un lenguaje para visitar, para acompañar, para liberar”.
En ese sentido, Ruiz destaca el que probablemente sea el rasgo más fascinante de su identidad. “Claramente, en un país tan pasional y en un mundo tan polarizado, tengo gente de ideologías totalmente opuestas. En el momento de los pañuelos, estaban todos los colores posibles. Y nunca, pero nunca, hubo una discusión sobre nada de esto. No es que no haya compromiso político, sino que hay un compromiso mucho más profundo”, expone Ruiz.
“Nunca hemos tenido un problema humano severo, nada que corte la armonía. Y creo que eso es lo más importante que dan los coros de todos el país: son un lugar valiosísimo de construcción social”, asegura. “Mucha gente distinta, con pensamientos diferentes, pero trabajando cotidianamente en construir algo, simplemente por hacerlo”, sentencia el director.
Para ir
La Cantoría de la Merced cierra su vigésimo año de trayectoria con su tradicional concierto “Lo que se nos canta”. Viernes 20 a las 20, en la Basílica de Nuestra Señora de la Merced (25 de Mayo y Rivadavia). Entrada libre y gratuita.