El concierto de Shakira de este lunes y en el estadio Mario Alberto Kempes, el segundo de una serie de dos que había comenzado el domingo, era importante por varias razones muy pesadas. Una de ellas: era el cierre definitivo del tramo latinoamericano de la Las Mujeres Ya No Lloran World Tour, la gira más extensa y rentable realizada por la popstar colombiana en su carrera. Otra: el espectáculo debía completar su sentido después de una noche desafortunada, la del domingo, en la que convergieron lluvia, fastidio y otros factores que atentaron contra un disfrute pleno.
Y una más y no añadimos más: se necesitaba apreciar el tramo final del setlist, el que Shakira no pudo ofrecer el domingo por amenaza de rayos y centellas, para concluir de qué va su presente en materia de representación escénica.
En otras palabras, en su completitud, el show venía bien para contrastar si la de Barranquilla hace prevalecer la revanchista urbana de (el álbum de 2024) Las mujeres ya no lloran sobre la popstar global melancólica que busca reconectar con sus años tempranos, movida por el 30° aniversario de su disco Pies descalzos. O viceversa.
Un guion sólido, con abusivo uso de IA
A segundo concierto visto, la conclusión es que la cuestión está equilibrada en un guion sólido, de excelencia, al que sólo puede criticársele el exacerbado uso de la IA para la resolución de imágenes. ¿Por qué aludir a la corporalidad de una deidad pop como ésta con creaciones solicitadas a esta herramienta? En fin...
Lo cierto es que así como atestiguamos la obra resultante de sus años más turbulentos (turbulentos en serio: se separó del futbolista Gerard Piqué después de 11 años y de descubrir una flagrante infidelidad; fue perseguida por el fisco español sólo por fijar domicilio en Barcelona; su padre atravesó serios problemas de salud; y tuvo que mudarse a Miami con sus hijos para empezar de cero), también la oímos decir en off que necesitaba recordar a aquella adolescente de pantalones de cuero y pies descalzos para saber bien quién es ella.
Esta Shakira decidió que aquella Shakira teen se corporice en recortes de archivo audiovisual de la época previa a la primera visita de Shakira a Córdoba, allá por mediados de los ’90.
Pasando en limpio, Shakira reencontrada con ella misma, y más concentrada en el amor propio que en el amor de pareja, traduce sus ánimos en términos de show musical de largo alcance de forma letal, infalible. Cumpliendo con la vibración “urbana” actual en algunos momentos, sí, aunque con grandes detalles desarrollados con una banda de compañeros fieles, como el de expandir vibraciones arábigas vía trip hop denso en Ojos así o como el de convertir al reggaetón Chantaje en un irresistible clásico salsero.
¡Cuidado! No vale caer en la trampa de que esta nueva excelencia responde a una fase de empoderamiento, porque, vamos, Shakira fue una feminista arrolladora desde siempre; una que cumplió a rajatabla los mandamientos lupinos que se exhiben en pantalla antes de Loba, en especial el que dice “Elegirás tu camino sin que nadie te lo imponga”.
Por otro lado, el Las Mujeres Ya No Lloran World Tour nos recuerda que Shakira perrea o twerkea antes que muuuuuuuchas y que ninguna en el firmamento de pop global baila el baile del vientre como ella. Ni hace el robot como ella lo hace en Te felicito.
Incluso queda claro en la previa, cuando en esa decisión desafortunada decisión de pasar sus videoclips antes del show se la ve en el de Beautiful Liar ensombreciendo en esta danza a la mismísima Beyoncé. Como las caderas, esas pancitas tampoco mienten.
Se contabilizaron 13 cambios de vestuario en total, uno desarrollado en un falso vivo subescénico, y se puso de manifiesto que, más allá de la ductilidad mostrada a lo largo del show, el núcleo formado por “Shak” más el guitarrista Tim Mitchell, el baterista Brendand Buckley, el bajista Donald Alford II y el tecladista Albert Menéndez destella a la hora de los temas rock & pop, que en esta oportunidad fueron los cañeros Inevitable, Si te vas y Pies descalzos, dueños blancos. En esa nómina se podría agregar a Don’t Bother, en el que Shakira buscó replicar el power pop de Courtney Love en Hole, pero generó un pogo menos sísmico que los anteriores. Eso sí, en ese tema, Shakira clava un tierno solito en una Fender Jaguar.
El tramo faltante en el concierto del domingo comenzó el lunes con los músicos nombrados pasando al frente de la pasarela central para afrontar un miniacústico que tuvo a Día de enero y a la seminal Antología.
Más allá de que dejó a Shakira al borde del lagrimeo, ese momento certificó organicidad y química entre la estrella y sus compañeros. Suenan más amigos que monotributistas rendidores.
Waka Waka trajo la sensación de aldea global con epicentro afrocolombiano, la misma que se instituyó en Sudáfrica 2010, mientras que con Whenever, Wherever volvió a aflorar en el cuerpo de Shakira su ascendencia libanesa.
Para Loba apareció el último chiche escénico: una loba gigantesca al que la multitud (de menor impacto estadístico en relación al domingo) le regaló un aullido ruidoso que luego se hizo extensivo al “Una loba como yo no está pa’ tipos como tú, uh, uh, uh, uh” de la Bzrp Music Sessions, Vol. 53 con la que Shakira cerró el show a puro espíritu clubber, desenfrenado. Todo, mientras los fuegos artificiales alteraban a los pichos de zona norte y una máquina de confeti tiraba por los aires a dólares con la cara de la artista convocante. No tienen valor de mercado. Son invaluables.



























