Este martes, Córdoba amaneció con una de esas noticias que se comentan en sociedad. El cuarteto, género que hace las veces de identidad musical de esta parte del mundo, fue declarado Patrimonio Cultural Inmaterial de la Unesco, logro previamente conquistado por otros dos únicos ritmos argentinos: el tango y el chamamé.
En rigor, el reconocimiento supone un aval sin precedentes a esa cultura generada en torno al tunga-tunga y su evolución a lo largo de la segunda mitad del siglo 20 y contando. Sin dudas, un motivo de orgullo y de celebración que enaltece el legado cuartetero y también habilita un análisis más profundo sobre el que probablemente sea el momento de mayor exposición de toda su historia.
Efectivamente, el cuarteto vivió cambios vertiginosos en las últimas décadas, y especialmente a partir de la pandemia. Basta ver la composición social de muchos de los bailes y los festivales asociados al género. Si a comienzos de los 2000 todavía era recurrente una mirada despectiva desde lo clasista hacia su público (y especialmente al de algunos referentes en particular, como la Mona Jiménez), eso parece haber quedado relegado a las capas más conservadoras del tejido social.
Contrariamente, el género vive su momento de mayor transversalidad. Incluso, aquella imagen asociada a la década de 1990 en la que sectores de poder despreciaban al cuarteto y luego lo bailaban en fiestas y celebraciones parece haber quedado cuanto menos desactualizada. Es más, en el último cuarto de siglo se ha convertido en la banda sonora de ese fenómeno político llamado cordobesismo, que incorporó al tunga-tunga a la narrativa oficial del “ser cordobés” a partir del primer gobierno de José Manuel de la Sota.
Cambio de época
En el cierre de 2025, el cuarteto se parece mucho más a una llave capaz de abrir casi cualquier puerta. Los recientes números brindados por Spotify (con Q’ Lokura, Euge Quevedo y Luck Ra entre los más escuchados del año en Argentina) ratifican esa sensación: hoy, suena prácticamente en cualquier lado.
Parte de esa sentencia tiene que ver con una expansión inédita lograda por sus principales figuras. Además de los nombres arriba mencionados, La Konga, Ulises Bueno, DesaKTa2, Banda XXI, Dale Q’ Va, Los Herrera, Magui Olave o Valentina Márquez han sabido potenciar el efecto contagio generado a partir de 2020.
Ese año, con la pandemia como escenario global, fue una bisagra para un género habitualmente vinculado a la nocturnidad de los bailes. En medio del encierro, el cuarteto también aportó shots de alegría y encuentro en redes sociales y plataformas digitales. En un entorno digital cada vez más presente en la vida cotidiana, el género mostró su histórica capacidad de adaptación a los nuevos tiempos y salió fortalecido de un momento de incertidumbre.
Las bandas, acostumbradas al trajín de giras permanentes y grabaciones en los huecos menos pensados, supieron capitalizar ese ritmo de trabajo que comparten pocos géneros. Si en otros tiempos (y en otra industria) las figuras del género podían llegar a grabar dos discos por año, esa capacidad productiva se reconvirtió en la era del streaming. Ahora, cada factoría cuartetera produce incontables singles y sesiones en vivo. Si la demanda crece, hay mucho más para seguir alimentándola.
Ese aspecto también plantea un posible límite para el crecimiento del género. Otro factor preponderante para su expansión tiene que ver con una coincidencia epocal. Nunca antes la práctica de la reversión y el cover habían tenido tantas variantes y expresiones para elegir (desde ¡FA! Hasta La voz Argentina). Y en ese terreno, el cuarteto siempre corrió con ventaja. Desde que el género se constituyó como tal (es decir, cuando se consolidó un circuito de bandas y de público a finales de la década de 1960), la necesidad de renovar repertorio permanentemente volvió natural la reutilización de éxitos populares de otros ritmos.
Hoy, con la reversión convertida en signo de época, da la sensación de que el modo de producción del cuarteto calzó justo en un contexto en el que la inmediatez y la búsqueda de novedades permanentes son imperiosas.
En ese sentido, y tras una etapa en la que el reguetón, el trap y el hip hop también dejaron su huella, se advierte una meseta a nivel creativo que se extiende a buena parte de sus exponentes. Si se tiene en cuenta que muchos de los músicos tocan cuatro a cinco veces por semana y graban en sus días “libres”, es difícil pedirle mucho más a la gallina de los huevos de oro.
Preguntas abiertas
Esa foto sirve también para pensar más allá del brillo de este reconocimiento. ¿Qué significa que el cuarteto y su universo simbólico sean reconocidos como una marca país capaz de identificarnos en el mundo? ¿Podrá aprovecharse en términos de desarrollo turístico, museístico, de circuitos culturales y a nivel infraestructura? ¿Supondrá una mejora en las condiciones de trabajo de toda la cadena de valor asociada a la música? Más allá de que desde hace tiempo el género forma parte de la currícula escolar y de una política pública a largo plazo, ¿permitirá esta patrimonialización que el cuarteto supere obstáculos y prejuicios históricos?
En ese sentido, en el artículo El largo camino del cuarteto a las aulas de la ciudad de Córdoba, publicado en 2024, el investigador Julián Beaulieu planteaba la necesidad de pensar “qué cuarteto se patrimonializó” en las últimas décadas, ya que “la oficialización supuso la iluminación de ciertos aspectos y el solapamiento de otros”.
Beaulieu destaca cómo el relato oficial incorporó el legado de los grupos precursores (fundamentalmente los llamados Cuatro Grandes), el “origen rural” del género, su llegada a las grandes ciudades, su progresivo cambio estilístico (“desde el cuarteto característico a uno más afianzado en la música caribeña”), la persecución que sufrió durante la dictadura y hasta los primeros grupos protagonizados por mujeres.
“Paradójicamente, poco se sabe aún de otros aspectos, como el rol de las mujeres en las últimas décadas, las lógicas de producción y trabajo de las orquestas en los bailes, la relación con el Estado, con las políticas públicas”, detalla el historiador.
“De hecho, el campo del cuarteto y sus bailes siguen representando una incógnita en cuanto a la publicación de números oficiales (de convocatoria, de facturación, de empleos generados, etcétera). En resumen, muchos de los aspectos del cuarteto, aun con su patrimonialización, siguen habitando un territorio bastante oscuro”, aseguraba.
Estos y otros señalamientos se abren en un abanico de reflexión virtualmente infinito. No quedan dudas de que a partir del anuncio de Unesco el cuarteto ha dado un paso inédito en su crecimiento y legitimación como música popular de alto impacto ya no sólo regional y nacional, sino también internacional.
Lo que resta por definir, de ahora en adelante, es qué de todo ese impulso se usará para consolidar formalmente el género como la industria cultural que es.
