“El rock está muerto”, es una frase que se escuchó decir muchas veces, sobre todo después de que el género dejó de ocupar la posición dominante que supo tener en décadas pasadas.
Sin embargo, hacer un análisis tan simplista es bastante poco serio, considerando que en el mundo actual todo se transformó, se diversificó y lo seguirá haciendo.
El rock puede no ser mainstream, puede no ocupar los primeros puestos en Spotify o en los charts, pero su actitud y su espíritu siguen vivos en artistas que lo canalizan con rebeldía, independencia y confrontación, y un ejemplo muy claro y muy vivo es Dylan León Masa, mejor conocido como Dillom.
Si uno se detiene a analizar desde un foco tradicionalista... sí, es cierto, Dillom no hace rock, mucho menos punk, no suena a Sex Pistols ni a Los Violadores, pero encarna muchas de las lógicas fundamentales del género. De hecho, desde cierto punto de vista, se lo puede entender como un continuador del punk argentino en clave siglo 21.
Hoy el rock o el punk no necesitan sonar a rock o a punk para serlo. Pueden adoptar dichas formas de manera digital, estética, hiperproducidas o híbridas, porque lo fundamental es que mantenga la independencia, la crítica, la incomodidad, la energía disruptiva. Así, su ADN sigue intacto y, en este sentido, Dillom representa a una generación que heredó dicho espíritu, pero lo reformuló con las herramientas que tienen a mano en este presente.
Su proyecto se alimenta de la necesidad de contar historias. “Más que nada, necesito un orden interno, tener un concepto, un propósito, algo que contar. Antes salía de forma inconsciente, ahora no. Se me complica escribir hablando de nada o pensando en nada. Es una arista de la expresión creativa. En el último disco, esa construcción no solo fue interna, sino que se reflejó afuera, puede ser de una forma más metafórica o abstracta que después queda en la libre interpretación, la historia continúa en las manos de a quien llegue”, dijo el cantante en diálogo con La Voz, desde una fábrica casi abandonada, húmeda y lúgubre del barrio porteño de Nueva Pompeya, en el marco del anuncio de sus fechas en el estadio de Vélez.

“Es loco. Todavía no término de caer. Cuando se acerque más la fecha, va a empezar a sentirse en la panza. Voy a intentar disfrutarlo lo más posible. En la vorágine, uno a veces se olvida de disfrutar. Es mucha información para procesar. Nadie está preparado para procesar tanta data. Por eso uno termina fingiendo demencia. Entrar en conciencia de la magnitud de movilidad que tiene uno es bastante loco”, expresó sobre este momento bisagra en su carrera.
Dillom es lo que es porque su música molesta, interpela, y porque se niega a ser domado, porque está incómodo en el mundo y no se esconde ni se achica, sino que le hace frente y le grita.
Esa valentía, esa autenticidad y esa forma única de ver lo que lo rodea le hicieron ganar el amor de la gente, de su gente, la que le bancan los trapos y lo siguen a donde sea: desde el sótano más recóndito de la ciudad de Buenos Aires hasta su primer estadio.
La reinvención de la figura del rockstar
Que Dillom toque en Vélez, después de llenar dos Movistar Arena, girar por Europa y Latinoamérica, es un hito monumental y lo posiciona en lo alto. Pero la clave es cómo llegó a ese lugar y qué hace con la visibilidad que le otorgan los faros del mainstream.
Él no negocia su estética, no suaviza su mensaje para agradar, escribe sobre la muerte, la angustia, la locura y la oscuridad; mantiene su independencia de la mano de Bohemian Groove como su base creativa; cuestiona lo que se espera de un rockstar y juega con el absurdo, lo feo y lo incomprensible. De hecho, para él el concepto de “estrella de rock” mutó.
“Creo que con figuras históricas como Sid Vicious, Johnny Rotten y otros miles, fue tomando esta connotación de descontrol, desastre, incluso hasta una figura muy pelotuda de un chabón que es un forro y trata mal a las minas”, dice. Y luego agrega: “Hoy en día, lógicamente con el surgimiento de nuevos géneros y nuevas músicas que desplazaron al rock en el consumo y del lugar en el mainstream, la figura del rockstar se terminó desligando del rock mismo y fue más hacia una actitud e iconicidad. Muchas veces, mi personaje se termina hallando en esa posición por mi forma de ser o de mostrarme irreverente. Trato de hacerlo de una forma auténtica y con un significado. No soy un forro y rompo cosas porque esa figura de rockero de romper hoteles quedó vieja. Hoy, si voy a un hotel y rompo todo, quedo como un nabo porque después lo tiene que juntar un pobre laburante. Creo que hay una reinterpretación de ese rockstar. La idea mutó positivamente”.
Y en esa mutación y en la concepción que los medios tienen de él, de este ícono del rock sin ser rock, Dylan deja en claro que no pretende encasillarse en nada y que su esencia se encuentra en hacer lo que se le da la gana.
“La gente me identifica porque ‘me pasé al rock’ y no, estoy haciendo lo que tengo ganas de hacer en el momento. El día de mañana voy a seguir haciendo lo que tenga ganas de hacer. De hecho, he pasado por muchos lados, no solo por el rock, sino por el funk, hasta hice reguetón, que por ahí es algo con lo que no me pueden identificar tanto. Sí algo me gusta, lo hago y ya”, confesó.
Con los pies en la tierra
Su lucidez y nivel de conciencia sobre quién es y lo que representa es una de sus mayores fortalezas. El ser tildado como uno de los “artistas más influyentes de su generación” no es un peso para él, sino todo lo contrario: es lo que siempre quiso.
“Me encanta, siempre lo busqué. Me enorgullece mucho ocupar ese espacio. Siento que me lo gané, sinceramente. Me deja muy tranquilo saber que soy esa persona junto a otras más. Soy consciente y trato de usarlo a mi favor, de usarlo en favor de la cultura y de lo que admiro, respeto e intento cuidar. Busco aportar mi grano de arena desde ese lugar”.

El saberse influyente no le quita lo humilde, tal es así que de Vélez no le preocupa el nivel artístico ni creativo, porque sabe que lo tiene, sino que solo le interesa disfrutarlo con su público, que lo hizo ser quien es y que le expresa su cariño.
“Quiero que sea algo disfrutable para todos, no solo para mí, para todo el equipo y la gente, que de alguna forma es y se siente parte de esto”. Y tampoco le preocupa a nivel profesional, porque ya tiene puestos los ojos en el otro lado.
“Después, ¿qué sigue? No sé, la verdad es que tengo un montón de proyectos en desarrollo. Estoy entusiasmado por este show pero más por pasar la página y ver qué se viene. Estoy entusiasmado por el ‘¿y ahora qué?’”.
Y en ese “¿ahora qué?” es que reveló su deseo de salirse del propio molde que creó para sí. “Con Dillom me pasa que tengo una vara de calidad y una seriedad muy alta que me encantan, me llenan de orgullo, pero a veces uno quiere romper un poco las bolas, jugar un poco más desmarcado, sin tanta exposición. Solamente disfrutar y divertirse. Tengo cosas por fuera de lo que es mi proyecto”, deslizó, alimentando la expectativa.
Vélez como celebración y punto de inflexión
El criado en Colegiales tiene en claro que, más allá de tener la vista puesta en el futuro, lo que está por suceder el 11 de septiembre no es una fecha más, sino un evento consagratorio.
Por eso, aseguró que tiene preparadas algunas sorpresas, aunque puso mucho énfasis en la cuestión como una gran celebración.
“Vamos a seguir sobre la misma línea que venimos porque es el cierre de esta gira del disco (Por cesárea), elevando la propuesta y traduciéndola a un show distinto, a cielo abierto, que no causa las mismas sensaciones que un lugar cerrado. Más que nada tiene esas dos líneas este show: el cierre de la gira de este disco que tantas alegrías nos ha dado y una consagración a nivel carrera, en la línea de tiempo, no solo con el disco, sino desde el inicio, cuando arrancamos hasta llegar acá”, explicó.
Dillom se cuela en el sistema y usa sus recursos para ampliar su mensaje, hizo que el sistema se adaptara a él. Su rebeldía lo llevó a salir de los márgenes de sus inicios y usar su voz como megáfono para amplificar verdades que en otros espacios quedarían silenciadas. Basta con solo ver su performance en los premios Gardel, cantando de espaldas al público, uno que no es el suyo, sino que representa al establishment, las discográficas, el estrellato y todo lo que critica. Eso es toda una declaración.
Como escribió Greil Marcus en Lipstick Traces, “el punk no se define por el lugar que ocupa, sino por la forma en que dinamita ese lugar desde adentro”.
En este caso, el punk es Dillom, porque cada vez que abre la boca o pisa un escenario, todo explota, y en Vélez, el próximo 11 de septiembre, va a ser de frente.
Para ver
Dillom se presenta en el estadio de Vélez el próximo 11 de septiembre, a las 21. Las entradas están a la venta a través de Enigma Tickets. El precio va desde $ 35 mil hasta $ 55 mil.