En 2025, Juan Ingaramo dio otro paso en pos de convertirse en un insoslayable del espectáculo nacional. Tras años de discos, curva ascendente como solista pop y debut actoral en series de plataformas, aceptó la propuesta de protagonizar un musical en la porteña calle Corrientes.
Se trató de Pretty Woman, en el que compartió centralidad con una primera figura (Florencia Peña) bajo las órdenes de un peso pesado del género: Ricky Pashkus.
La movida, claro, trajo consigo un nivel de (sobre) exposición que lo ha llevado a ensimismarse, a reflexionar sobre la exacerbación del ego que trae consigo la industria cultural tal como la conocemos.
El tema es que el resultado de esa introspección es El Verdadero, un nuevo disco de estudio producido junto a Mariano Otero en términos de vieja escuela analógica y que tiene un mensaje claro: “dejar de intentar encajar y volver a la esencia pura de la música”.
En algún punto, la movida es desconcertante, por cuanto el título del disco y su respaldo llevan implícita la idea de que lo anterior fue pura impostación y que el presente es lo que hay, la posta.
“Siempre utilicé a la música como una plataforma de expresión literaria, ficcional, en la que permití jugar a ser distintos yo”, le explicó Juan Ingaramo a La Voz, en el living de la casa de sus padres y mientras desde el patio se filtra el canto de su hija Lila.
“En este disco, el personaje soy yo. Allí hay una sinceridad de base, es más autobiográfico. No todo, pero está centrado en experiencias más personales”, remarca a continuación el músico que empezó como baterista y se convirtió en cantante de casualidad. O cuando no tuvo más remedio que reemplazar al de su banda cuando éste decidió probar suerte en otro proyecto.
–¿Es un reseteo “El Verdadero”?
–Siempre me gustó provocar desde los títulos. O generar algo que enganche. Fue así como lo sentí. En esta era del streaming y de la hiper comunicación, necesité encontrar algo verdadero. Lo encontré en las canciones. Fue como revelador. Porque en una de las tantas crisis que atravesé en esto de mostrarse y de pertenecer a la industria del espectáculo, me resultó difícil encontrar una verdad. Estaba en la música, siempre. Es mi “¡La pelota no se mancha!”
Antes de seguir, más data fundamental de El Verdadero: participan invitados como Gauchito Club en 24hs y Julian Kartun en Antiguo y Moderno; y en diferentes tramos, según el caso tocan o cantan Leo Genovese, Franco Luciani, Sergio Verdinelli, Ernesto Snajer, Didi Gutman, Tiki Cantero, Tincho Allende, Agustín Campos, Mia Folino, Benja López Barrios y Hernán Ortiz.
Otro datazo: Shampoo está dedicada a la superexpresiva Lila, quien participa en el clip del tema y que ahora sigue cantando en el patio mientras recibe toda la atención de sus abuelos.
–Venías de trabajar con Nico Cotton y ahora lo hiciste con Mariano Otero. ¿Qué tan distintos son?
–Tengo una analogía. Cotton es subirte a un Ferrari 2025, toda tecnológica, velocidad extrema; y Mariano es como subirte a un BMW del ’88 impecable, con los ruiditos exactos. Distintas formas de transitar este asunto. Las dos tienen su morbo musical. Con Mariano, en este caso, fuimos a lo analógico, a la válvula, a la tracción a sangre, a la (consola) Neve que tiene. Armamos un dream team de músicos… En esa lógica reconecté con algo familiar, en algún punto, por la influencia del jazz. Tener ahí a músicos que he admirado y disfrutado en otros contextos fue parte de un hermoso proceso. Si hoy escuchara al disco, me seguiría emocionando y sorprendiendo.
–Ya posicionado como artista pop con varios discos, ¿soltaste al instrumentista o éste está siempre latiendo, bullendo?
–Está siempre. Desde las bases, desde el piano. Las canciones nacen desde el instrumento. Y lo rítmico, en mi caso, es clave a la hora de pensar la arquitectura del tema. Ser baterista puede ser una ventaja. Tenemos muy en claro cómo construir los cimientos. Arriba pueden existir muchas cosas, pero siempre gracias a la formación rítmica.
Un precio por pagar
–En “Shampoo” compartís impulso con Lila que, como podemos oír ahora, no para de cantar. ¿Le ves perfil artístico?
–¿Qué querés que te diga? Está cantando todo el tiempo, toca… Es chiquita, pero ya intenté que sea tenista, la he llevado a clases, traté de que se familiarice con la raqueta, todo el circo, pero no tuve éxito. Y como a música nunca la llevé, está todo el día en ésa. Su madre es actriz, me acompaña a mí a los shows, a las pruebas de sonido… O sea, está en contacto con nuestros mundos. Me encantaría que sea arquitecta, cocinera… Que se salve un poco.
–¿De qué? ¿De la imprevisibilidad del mundo artístico?
–Más que de la imprevisibilidad, de la crueldad que implica someterte al juicio ajeno, a desnudarte… Pero a la vez, es como un regalo del cielo. En realidad, es eso con un precio alto para pagar. Ella sería hija de…, que es otra mochila extra.
–Eso del precio por pagar, hasta donde puedo ver, lo has surfeado bien.
–En este último tiempo se ha hecho necesaria la sobreexposición. Lo que más me gustó y me gusta es hacer música, componer temas, grabarlos, tocarlos en vivo. Ahora, el sistema te exige otra parte más que si bien puedo disfrutar, es complicada. Mostrarse todo el tiempo; decir “yo, yo, yo” o “¡mírenme, mírenme, mírenme!” Demasiado con que nos subimos a un escenario que está elevado a tres metros. Pero en el balance estoy “más contento que triste” como canto en la canción número dos, Antiguo y Moderno.
–Es en la que estás con Julián Kartún, ¿no? Eso me intriga mucho: ¿cuál es el criterio para decidir quién te acompaña en tal o cual canción?
–La misma canción te lo pide. A medida que las vas creando, te suenan voces de otros seres vivos. Hay un momento en que la canción empieza a decidir por sí sola en cuanto al enfoque, los arreglos e incluso a los invitados. Antiguo y Moderno y 24hs me llevaron a pensar “¿A quién le quedaría bien esto?”. Si va entre lo rioplatense y la bossa nova, decís “Juli”; y lo mismo pasó con los Gauchito cuando lo que tenía era una rumba pop… Siempre traté de privilegiar lo musical a cuestiones estratégicas.
–Recién hablabas de cómo manejar la exacerbación del yo en el mundo del espectáculo. ¿Cómo eras antes de entrar a él? ¿Tímido, explotabas tu facha?
–Siempre fui más bien tímido, aun cuando me gustaba jugar desde el escenario en los años del colegio secundario. Pero no como cantante sino como actor, ponele. Porque, de hecho, yo no cantaba, comencé a hacerlo cuando se fue el cantante de mi banda. Con el tiempo, y por lo que me decían que se generaba, tomé confianza, aunque siempre en los límites de un juego. Si no hay un poco de humor en esa cosa del galán, del sex symbol quedás como un gil.
–¿Cómo te llegó lo de “Pretty Woman”? Como no es una serie sino un musical que exige desgaste físico y emocional permanente, es probable que lo hayas evaluado mucho antes de aceptar el ofrecimiento.
–Venía actuando en contextos audiovisuales. La pasé muy bien, descubrí una expresión artística de diversión y de juego. Quizás, en algún momento con un nivel de frescura superior en relación a la música, porque la música ya se había convertido en mi trabajo, además de llevarme a lugares donde tallaban las altas expectativas, las comparaciones… Acá había un espacio virgen en el que no tenía que demostrarle nada a nadie. Pasó con El Reino para Netflix y con otro proyecto de Disney en el que trabajé con Natalia Oreiro y que saldrá el próximo año. Y así apareció la opción del teatro. Ricky Pashkus, el director de la obra, me había tanteado para Kinky Boots en Carlos Paz hace unos años, dije no porque no la vi. Pero insistió en noviembre del año pasado y me dice “Mirá, tengo un título irresistible y con una compañera top”. Y siguió: “Pretty Woman, con Florencia Peña y en el Teatro Astral de calle Corrientes. ¿Me vas a decir que no?”
–Finalmente, no tuviste más remedio que aceptar.
–Me pareció un gran desafío, claro, pero sobre todo podía atender mi disfrute de situación de riesgo artístico, del romperme para expandirme, para sentirme vivo. Y como es un musical, sentí que ya partía con cierto territorio ganado. Me mandé. No tomé mucha consciencia hasta el estreno de prensa. Me cagué un poquito, era como salir al Cilindro en la final de una Copa Sudamericana. La pasé bárbaro y salió bien. Me ofrecieron hacer la temporada de verano y la voy a hacer.
–¿El disco le opone belleza a un mundo crispado?
–No es un delirio. Fue una búsqueda inconsciente que se tornó consciente. Siento que el mundo está cada vez peor. No se cómo habrá sido en las épocas de las guerras, la Inquisición, la esclavitud y de tantas cosas espantosas que han pasado a lo largo de la historia, pero con esta nueva esclavitud digital, con el individualismo al palo y paradigmas sociopolíticos bastante crueles, encontré en la música eso, la belleza, el disfrute, el amor, la conexión. Y por más que suene exageradamente hippie, era el lugar en el que podía decir algo. Más allá, insisto, de lo yoico (sic) que demanda ser artista pop. Con Mariano hicimos ese ejercicio, despojarnos de cualquier otra cosa que no sea buscar esa plenitud musical. Fuimos a fondo. Es difícil correrse de los mandatos de una industria que se ha hecho muy fuerte y que influye mucho en la producción… Lo veo en colegas, lo he visto en mí. Sacabas un disco e ibas; ahora, en cambio, se piensa demasiado. Fue un ejercicio en pos de emanciparnos.
–¿Cómo ves el movimiento cuartetero de “Welcome to Córdoba City” ya con la perspectiva que te da cierta distancia temporal?
–El cuarteto es la música de mi lugar de origen. El paisaje sonoro de mi lugar de crianza. Fue y es, de alguna manera, una herramienta para estar en casa a la distancia. Siempre lo usé como materia prima, desde la inspiración, la conexión con el público… Welcome to Córdoba City es mi humilde aporte a esa historia musical. Lo escucho y me encanta. Fue una película, una conexión… Me gusta pensar los discos de esa manera. Hay artistas que hacen ocho veces el mismo disco. Estratégicamente es óptimo. A veces lo pienso: “Pucha, cómo no hice siete veces este disco”. No hubiera podido. Disfruté de hacer ese disco por conectar con la ciudad, con los referentes de esa música.
–¿Te hubiera gustado venir a la despedida de La Barra?
–Sí, pero no podía. De hecho, me invitó La Pepa. Pero la obra estaba en cartel. Fue muy arduo lo de la obra. Lo tomé casi deportivamente. En un momento flasheé con ponerme unos Google Lens para mostrarles a mis amigos cómo era todo. ¿Viste Birdman?
–Claro, la película de González Iñárritu en plano secuencia.
–Bueno, esa era la sensación: las bailarinas, la técnica, la antesala... Todas las noches eran un flash: salir de casa en Vicente López, autopista, Aeroparque, Villa 31, 9 de julio, Obelisco, calle Corrientes, mi cara gigantesca en la marquesina… Uff, demasiado para un cordobés de San Vicente.























