En la cuarta noche del Festival Nacional de Doma y Folklore latió el carnaval. El grupo musical jujeño denominado Coroico presentó un show inolvidable que marcó una diferencia escénica respecto de lo que el público acostumbra ver.
Habituados a cantar en vivo con más de 50 caporales junto al escenario, este lunes redoblaron la apuesta y se presentaron junto a 600 bailarines que cubrieron el campo de la jineteada con brillos, colores y tradición.
Uno de los integrantes de la banda, Corcho Zapana contó exclusivamente a La Voz que la propuesta fue impulsada por los mismos caporales, quienes les solicitaron a la banda bailar junto a ellos.
Luego de un indubitable sí, un profesor de baile coordinó con los caporales interesados, reclutando bailarines de diferentes provincias como Jujuy, Neuquén, Salta. También con artistas provenientes de Bolivia.
“Ahora se dio la casualidad de que, cuando se enteraron que fuimos convocados al festival, nos llamaron para participar del show”, contó Zapana.
Los años de trayectoria de la banda jujeña conquistaron el corazón de muchos caporales, que cotidianamente se acercan para compartir escenarios con los cantantes.
En Jesús María, los artistas se arriesgaron a ofrecer un show disruptivo del no sabían qué podría resultar ante la inmensurable cantidad de bailarines presentes. Mientras cantaban, confesaron quedar estupefactos ante el imponente ingreso de 600 caporales que, sin conocerse ni ensayar previamente, ofrecieron coreografías sincronizadas entre ellos y con la música de la banda.
“No nos imaginamos tantos colores y tantos brillos. Estamos muy felices de lo que pasó, para nosotros es inolvidable. Espero que lo podamos repetir el próximo año”, agregó.
Cultura, carnaval y tradición
Zapana sostuvo que sumar a caporales a su show significa visibilizar cultura, carnaval y tradición.
Para la banda, impulsora de grandes ritmos caporales, el carnaval significa “el fin de un ciclo y el comienzo de un nuevo año”. Para ellos, cantar junto a los caporales implica vivir una alegría por “desenterrar” el carnaval, pero una tristeza “por volver a enterrarlo” cuando culmina la celebración.
Giuliana, una de las bailarinas a las que se las menciona como “cholas”, contó que el baile caporal es una danza folklórica que encontró su origen en Bolivia, aunque otros investigadores afirman que fue en Perú.
La joven explicó que se trata de una expresión artística que tiene como ejes la sensualidad, el brillo, la religión y los derechos. Los caporales, que ocupan un papel central en la danza, representan al capataz de los esclavos negros durante el Virreinato del Perú.
Mediante movimientos bruscos reflejan la liberación de los sectores mestizos que fueron sometidos. Al concentrarse, las “cholas” ofrecen un baile que refleja sensualidad y femineidad.
Además, muchos jujeños creyentes ofrecen dichos bailes en honor a su virgen, como ofrenda. Así preparan sus coreografías, trajes y brillos para recorrer largos kilómetros danzando por su santa. Tal y como lo hicieron estos 600 bailarines que llegaron al festival con el sólo fin de seguir mostrando una cultura que va más allá de sus imponentes vestuarios y su hipnótico baile.