La décima edición de Lollapalooza Argentina, celebrada hace exactamente una semana en el Hipódromo de San Isidro (su sede desde 2014), extendió los debates sobre su saldo artístico, social y político.
Por supuesto, y como en todo, cada toma de posición está atravesada por la edad, condición social, formateo en gustos, qué tanto conoce sobre la historia del evento y otros aspectos del que se exprese. Y por supuesto, y como en todo, resulta válida si el fin último no es hatear o imponer una verdad con aire de superioridad, sino analizar por qué y cómo el Lolla se ha sedimentado en nuestro horizonte cultural.
Con perspectiva mínima de siete días, entonces, este cronista – analista de música popular de 56 años, padre de una hija de 17 absolutamente interpelada por la oferta del festival, y con un background vivencial que hace que el nombre propio “Lollapalooza” remita al adjetivo “alternativo”– deja sus pareceres.
Lollapalooza Argentina 2025, brecha artística ensanchada
En lo artístico, la décima edición del Lollapalooza Argentina fue de excelencia en lo que respecta a la expectativa finalmente correspondida por los números centrales (Olivia Rodrigo, Tool, Shawn Mendes, Justin Timberlake y Alanis Morissette), aunque se le podría señalar que cada vez se hace más pronunciada la distancia entre ese nivel estratosférico y lo que se plantea en lo emergente o en ese nivel de supuesta antesala para las grandes ligas. Ilustremos con un ejemplo: Nessa Barrett. La cantante norteamericana tuvo prendada una porción de multitud, pero a su set con voz ultraseteada y pop alternativo que presume de profundidad parece faltarle toneladas de mística para imaginarla arriba y con letras de tipografía de cuerpo grueso en el e-flyer de ediciones siguientes.
En la ya citada primera edición de 2014, la sensación era diametralmente opuesta: en el escenario Alternative, a Lorde le bastaron poco más de 40 minutos para que nos hiciera saber que sería lo que es hoy.
Y para robustecer este contraste está el tema de cantar en vivo, aun cuando pueda haber una pista de garantía. Es notorio el salto perceptivo que se produce en el espectador cuando se expone el alcance expresivo de una voz en tiempo real. Barrett y la puertorriqueña María Zardoya de The Marías abusaron en eso de respaldarse en la voz de respaldo, valga la redundancia, y quedaron empequeñecidas ante Morissette, Rodrigo, la noruega Girl In Red, la chilena Mon Laferte y ante la misma Nathy Peluso, quien suele resultar grotesca en su impostura salsera pero que pone las vísceras a la hora de actualizarla en vivo.
Completan el saldo artístico positivo el perfilamiento de Benson Boone, el paso huracanado del rapero JPEGMafia y un Teddy Swims empeñado en sembrar buena vibra en Argentina para cosechar quintales de ella en el futuro cercano.
Lollapalooza Argentina, más que un festival para chetos
Sobre lo social, habría que relativizar eso de que Lollapalooza Argentina es sólo “un festival para chetos”. Porque si bien privilegia un enfoque millennial, centennial o Z, aún resguarda cuota de programa para sintonizar con su espíritu original. Espíritu original: el que Perry Farrell, cantante de Jane’s Addiction por entonces empresario en ciernes, craneó a comienzos de los ‘90 como una alternativa al entretenimiento mainstream.
Lollapalooza Argentina es entretenimiento mainstream, pero te programa a los complejísimos Tool para que sus fans en esta porción del globo puedan saldar la deuda de verlos en vivo. La inclusión de Alanis Morissette también puede encuadrarse en esta lógica, ya que, después de todo, se trata de una cantautora fulgurante en los ‘90 y con una obra que envejeció bien, si es que envejeció. La autora de Ironic (“acaso la canción más hermosa de todas las que se hayan compuesto; dato, no opinión”, como planteó una usuaria de X), además, se presentó con músicos que superaban largamente su edad, 51 años, e involuntariamente seteó la idea de que el Lolla Argento no es solo para jóvenes.
Lollapalooza Argentina, altoparlante político
Lo político vaya que fue espinoso. En este punto, vuelve a ser oportuno hacer retrospectiva para contar que, es sus comienzos, Lollapalooza también fue alternativo porque se convirtió en plataforma de visibilización para cuestiones ignoradas por la agenda gubernamental estadounidense de los ‘90. Hablamos de sostenibilidad ambiental, salud reproductiva y firme oposición a las intervenciones armadas.
Convertido en evento trasnacional, esos ítems quedaron relegados en favor del entretenimiento millennial, aunque nunca desaparecieron. Por lo expuesto, precisamente, no deberían sorprender los posicionamientos que se produjeron en la 10ª edición del Lollapalooza Argentina por parte de Dum Chica, BB Asul y del cordobés Juan Lopez.
El trío garagero fue el más viralizado por la proyección de un video con Milei transicionando a demonio escupesangre, pero las otras expresiones también tuvieron su impacto. BB Asul se solidarizó con Pablo Grillo, el fotógrafo herido por la policía en una manifestación por los jubilados en el Congreso, mientras que Lopez mostró una remera con la inscripción “La ruta del dinero K” y con la de todos los logros del kirchnerismo en materia sociocultural.
Libertad de expresión se llama, sólo enrarecida por el comunicado que Dum Chica publicó apenas terminó su show y en el que desligó a la organización y los sponsors del hecho. ¿Se lo mandaron a hacer? Para preguntarles a las partes involucradas cuando se dé la oportunidad.
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