A favor: Ninguna Barbie aburrida
Germán Arrascaeta
Correr límites está bien. Resulta que algunos analistas pusieron el grito en el cielo porque Taylor Swift compuso un tema, Wood, sobre la imparable virilidad de su prometido, el jugador de fútbol americano Travis Kelce.
Bueno, virilidad. Podríamos decir “pene” y seríamos más precisos.
Lo cierto es que la popstar estadounidense se desentiende de su audiencia teen para exponer en el papel (y luego cantar sobre desarrollo funky) cómo le afecta físicamente la plenitud emocional que consiguió con este ala cerrada muy popular en la NFL. Con picardía, canta de muslos abiertos, de un miembro duro como una roca; e incluso alude al título del pódcast de su novio (New Heights, que en español significa Nuevas alturas) para aproximarse a la elevación sensorial que consigue estando con él.
Por otro lado, esta canción explica el destape de Taylor Swift como vedette, una de las acepciones para lo que en inglés sugiere la palabra “showgirl”, incluida en el título de su 12° disco.
Suma al asunto que el arte gráfico de The Life Of A Showgirl, la obra en cuestión, muestra fotos de la artista que remiten a una recordada definición del periodista Alejandro Seselovsky, al momento de escribir un perfil de Vicky Xipolitakis. “Una vedette es, entre otras cosas, un consenso de la belleza, un porte –dice Seselovsky–. En la naturaleza misma de su condición constitutiva habita el encanto, y su trabajo es la hipnosis que producen no sus capitales artísticos, sino el fulgor de su mera aparición”.
En fin, tenemos a Swift liberada y en lo más alto de la ola, manifestándose en los términos descriptos y en el medio de un disco pop conciso, producido por suecos infalibles (Max Martin y Shellback). Ninguna “Barbie aburrida”, como dice Taylor que la describió entre susurros cocainómanos Charli XCX. A propósito, una reacción de la británica que perturbe el cómodo andar de Swift por la cúpula puede darle a este lanzamiento otro nivel de mística. Una buena sacudida, más allá de lo que Travis Kelce genere entre sábanas.
En contra: Cuando la perfección se vuelve genérica
Giuliana Luchetti
En cada una de sus eras, Taylor Swift siempre supo reinventarse. Desde la narrativa íntima de Folklore hasta el pop radiante de 1989, su mayor virtud fue lograr que cada disco tuviera identidad, alma y un relato propio. Pero en The Life Of A Showgirl, su última entrega, esa magia parece haberse diluido entre brillos, fórmulas y repeticiones.
El nuevo trabajo de la artista, producido por Max Martin (el genio sueco detrás de los grandes éxitos de los ’90), prometía ser una alianza explosiva entre la sofisticación de Swift y el pulso pop de Martin. Sin embargo, el resultado es un disco que suena correcto, pero vacío. Swift no logró aprovechar el potencial de su productor y, en lugar de construir un sonido personal, cayó en una estructura genérica que podría pertenecer a cualquier estrella del mainstream.
La mayor decepción, sin embargo, está en las letras. Swift, considerada una de las mejores compositoras de su generación, parece haber perdido la pluma poética que la distinguía. Donde antes había metáforas y relatos sutiles, hoy hay frases superficiales, previsibles y estribillos que parecen haber sido diseñados para viralizarse. The Life Of A Showgirl carece del corazón que latía en Folklore o en Evermore.
A esto se le suma su estrategia de lanzamiento excesiva, algo que ya se había visto en The Tortured Poets Department: múltiples versiones del mismo disco con diferentes tapas, con agregados acústicos o presentaciones habladas que, lejos de enriquecer la experiencia, la diluyen. Lo que se disfraza como expansión del universo del álbum en realidad es un ejercicio de marketing que agota.
Quizás Swift necesite hacer una pausa. Tomarse un tiempo para volver a escribir desde un lugar genuino. Porque, en The Life Of A Showgirl, la estrella, por primera vez, se estrelló.