El Lollapalooza Argentina 2025 terminó oficialmente este jueves en Córdoba, con el regreso de Nathy Peluso a la ciudad en el marco de los sideshows del festival con sede central en San Isidro. Aunque no hubo alusión alguna al megaevento dentro de la Plaza de la Música, la presencia de la artista en el recinto de barrio Alberdi se dio gracias al nexo entre En Vivo Producciones y DF Entertainment, empresa encargada de organizar el mayor festival de música a nivel país.
En ese contexto, y con amplia mayoría de público femenino, la cantante argentina, radicada en España desde la infancia, actuó ante una aceptable concurrencia. Y aunque la sala colindante a la Costanera no se colmó ni a la mitad de su superficie, las casi 3 mil personas presentes vibraron al ritmo de las canciones de Grasa, disco publicado por Peluso en 2024, y con los demás éxitos que replicó la artista nacida en Luján, provincia de Buenos Aires.

Junto al virtuoso cuarteto de músicos que la acompañó (de izquierda a derecha en el escenario: Tito Bonacera en bajo, Francisco Alducín en batería, Didi Gutman en teclado y Juanma Montoya en guitarra), Peluso concretó su show más convocante en nuestra plaza y desplegó una personalidad artística tan avasallante como su más reciente álbum, motivo de la gira mundial que la trajo hasta aquí.
Tras casi una hora y media de actuación (en el sentido más amplio de la palabra), las luces de la sala se encendieron antes de habilitar cualquier duda respecto a los bises y la cantante se despidió ovacionada por una fiel legión de fans que festejó a rabiar cada una de sus posibles manifestaciones.

Varios personajes, misma protagonista
15 minutos después de las 21, la música ambiental se apagó y el escenario quedó en penumbras, listo para recibir a la protagonista de la noche.
En un preludio de lo que sería su despliegue de emociones y personajes, Peluso ingresó a escena con el misterio como aliado. Entre los gritos de sus fans, su silueta se terminó de dibujar con claridad antes del comienzo formal de este melodrama musical, que se inició con Corleone.
Enfundada en un par de botas rojas, cancán y tapado (que luego dejó ver un conjunto negro), la cantante exhibió máxima concentración en el arranque pero rápidamente encarnó el primero de los cambios de registro que tiene en su espectáculo. Aprender a amar marcó un contraste absoluto con el tema inicial y derivó en el primer gran coro del público, redondeando cinco minutos demoledores.

El show prosiguió con Business Woman (de Calambre, su primer larga duración de 2020), donde los tres bailarines/actores que acompañaron buena parte del show hicieron su ingreso triunfal, y luego llegó Legendario, también de Grasa. Ese trabajo, bisagra en la trayectoria de la artista, siguió siendo revisitado después del primer break que tuvo el espectáculo, guionado al detalle tanto desde lo musical como desde lo visual. Después de Real, llegó el turno de otro track central de su primer disco, Delito, y luego fue el turno de uno de los grandes hits de la artista, Ateo, bachata grabada junto a C. Tangana, quien sonó en los parlantes hacia el final de ese primer encuentro con la música caribeña.
A esa altura, la de Luján ya había mostrado sus movimiento y su capacidad para recorrer el escenario con la misma firmeza de su mirada al público en cada pose con intenciones escénicas. También sus dotes dramáticos a la hora de representar aquello que estaba siendo cantado y sentido desde la música. Desde el primer momento, el componente actoral de Peluso se hizo sentir y su diálogo permanente con los tres intérpretes que la secundaron a nivel narrativo también se destacó entre los puntos más altos del show.

Cuando parecía que todo se direccionaba a un segmento más bailable, Envidiosa le puso un poco de ironía y preciosismo a un show de alto voltaje en términos sonoros. La balada con aroma a bolero fue también un descanso del formato banda, que se preparaba lentamente para otro pico de energía.
A partir de Mafiosa, el mood salsero tomó por asalto la Plaza de la Música. Y aunque faltaron los vientos y las percusiones propias de una big band a la altura de la artista protagónica, el cuarteto de músicos que acompañó a Peluso mostró sus credenciales en Puro veneno, La presa (“¡Policía, abran las rejas!”) y Erótika.

“El pan de cada día”
El comienzo de La grasa de las capitales, de Serú Girán, sirvió como introducción del tercer segmento, mucho más en contacto con la versión más rapera de la cantante. Todo roto, la colaboración con Ca7riel y Paco Amoroso que Peluso cantó abajo del escenario y contra el público de la valla, y Nasty Girl, su sesión con Bizarrap, mostraron el flow característico de la performer, a esta altura ya inmersa en otra de sus facetas musicales, tan trapera como rockera.
“¿Acá a mi gente de Córdoba le gusta el hip hop?”, preguntó la cantante antes de Sana sana, en la que dejó en claro que tiene tanto en común con Dillom como con Rosalía o María Becerra, por citar colegas afines generacionalmente. Ideas radicales y especialmente El día que perdí mi juventud volvieron a llevar el discurso narrativo hacia un lugar mucho más íntimo. Esta última, originalmente grabada junto a Blood Orange, catapultó uno de los momentos más emotivos de la noche después de una dedicatoria a su público, con agradecimiento incluido y reiterado. “Esto es el pan de cada día, y ustedes lo hacen posible”, resumió.
El último bloque volvió a mostrar el repertorio amplio que maneja Peluso. Al igual que Salvaje, cierre del segmento anterior, Menina aportó tintes electrónicos. También se acercó al funk carioca y al sonido digital en su máxima expresión, aunque con rimas rebosantes de filo y sazón.

Los acordes del bolero Contigo en la distancia funcionaron como telón de fondo imaginario para lo que sería el cierre definitivo. Allí aparecieron algunos de los momentos instrumentales más destacados y Buenos Aires confirmó que es una canción con destino de inmortal. En modo Luis Miguel, la banda de Peluso tiró toda la carne al asador para Vivir así es morir de amor (versión de Camilo Sesto) y Remedio, el tándem que cerró el concierto poco antes de las 22.40. “Que sean muy felices, mi gente, y que siempre mueran de amor”, dijo Nathy antes de entonar la última pieza.
Para ese momento, las fanáticas de Peluso ya habían pasado por la montaña rusa de emociones y canciones que propone la argentina radicada en España. Cuando se esperaba algún rescate de sus primeros tiempos (Corashe?), Peluso se despidió del público y en un instante todo quedó claro: la oscuridad dejó paso a la luz y esa fue la señal que marcó el inicio del regreso a casa. Para ese entonces, la cantante de 30 años había vuelto a dejar su huella en Córdoba y comenzaba a prepararse para lo que viene: la continuidad de una gira tan abarcativa como ella. Una artista que, lejos de tomar posición definitiva, elige moverse a fuerza de intuición, más allá de cualquier trinchera musical que se anime a ponerle límites.
