Por Juan Pablo Duarte
Subsecretario de cultura de la UNC
Entre un acto y un highlight no hay un mundo: mínimo, hay dos. Está el mundo uno, en el que un acto implica algo más allá de lo que se puede percibir, narrar o analizar, y el mundo en el que eso mismo es el signo de que allí hay alguien como cualquier otro.
Por lo general, cuando una institución como la Universidad Nacional de Córdoba otorga un reconocimiento a la trayectoria en el campo cultural o artístico, intenta moverse dentro de los márgenes del mundo uno, que, dicho sea de paso, son los márgenes más seguros.
Pero desde hace algún tiempo, el formato de este acto sumó al protocolo de entrega y agradecimiento la posibilidad de que los premiados digan algo, y sucede que el solo hecho de decir algo puede transformar el talento, las virtudes, los logros y la trayectoria en alguien que habla aquí y ahora, en alguien como uno. En ese momento, el mundo uno deja lugar al mundo dos.
El pasado martes, la UNC reconoció a Dárgelos, poeta, letrista y cantante de Babasónicos, con el Premio Centenario de la Reforma Universitaria, también conocido como Premio Cultura. En los catorce años de existencia de este premio, nunca se le otorgó a un músico de rock, y en este caso además se trata de alguien cuya obra se mantiene en plena vigencia: su último disco tiene menos de tres años y el próximo se está produciendo en este momento.
La apuesta no podría tener que ver con nada del orden de la legitimación del género, por el simple hecho de que el rock se considera desde hace décadas una herejía canonizada, cuando no uno más entre los muchos objetos que se ofrecen para satisfacer las ansias de alguna experiencia más o menos significativa.

La apuesta del premio tuvo que ver con reconocer una voz que supo —pero, sobre todo, que sabe— hacer del rock, su archivo, estética y cultura, su forma y su plataforma. La posibilidad de hablar a y desde la Universidad está íntimamente ligada a estos motivos, que, además y entre otras cosas, explican por qué se escogió a este artista entre otros que podrían reunir condiciones equivalentes o similares.
Que el sentir no domine las acciones en el plano público ni político; desprenderse de lo que se desea sin dejar de hacerlo; e incluso embarcarse en un hacer para atravesar el sentir y su niebla. La escritura y la composición musical como un recurso ante la ausencia de cualquier otro instrumento para lograr dignidad, respeto, cariño y otros anhelos que en realidad son estupideces. El final del primer impulso creativo, el que produjo muchos de los discos que más nos gustan por intuición y casualidad, y lo que sucede después, al salir del pozo de la habitación solitaria.
Encontrarse a través de la música con otros que piensan parecido sin intentar que estos otros sean todos, o sea, renunciar a muchos. Enfrentarse a la posibilidad y al rigor de una obra en la música popular nuevamente solo, sin escuela ni una senda a seguir. La idea de Babasónicos como una discusión contingente con la realidad, llevada adelante por personajes cuya voz interpele al oyente en el plano de la actualidad.
La canción como una manipulación del oyente —“una manipulación en la que se retira el guante”—, pero también como un virus que está en el aire, que transcurre en un tiempo, que atraviesa al que escucha sin que este lo quiera, que trabaja en uno y lo reúne con desconocidos que están igual de mal o de bien que él. Que el resorte de esa comunidad sea algo que ni el creador sabía que podía o quería hacer, ni el oyente disfrutar.
La universidad pública como un espacio de reunión semejante a la música que precedió a la era de internet y la revolución digital. Las palabras como herramientas de uso y no como joyas a engarzar en un anillo. La dificultad de medios, opinión pública, publicidad, educación e instituciones para definir la realidad, y los recursos a ficciones extremas como la agresión, el esoterismo y el trance religioso para hacerlo.
La fuerza de determinadas ficciones para modificar la realidad y los sentimientos, otra vez, la niebla del sentimiento y el cada vez más escaso espacio para esos personajes que intentan separarse o atravesarla desde los márgenes. El ascenso de otro tipo de marginales o desfachatados como mediadores del poder económico: unos para los cuales la discusión no es un recurso tan potente como la difamación, la denuncia o las fake news.
La dificultad para encontrar algo de humor en la composición en un tiempo donde, además, el amor va dejando de estar presente, son solo algunos de los tópicos que tuvieron lugar en la entrevista a Dárgelos.
Uno de los últimos pasajes de la conversación tiene que ver con pensar en una mutación en el uso del lenguaje que transforma las palabras en signos alejados de su significación o de su sentido, un cambio que también impide o dificulta a las personas hacer algo, pero alimenta —y de manera abundante— sus sentimientos.
La corroboración de esta hipótesis, por compleja que parezca, tuvo lugar de manera instantánea cuando los aplausos del público y una polémica posterior estallaron en las redes, cuando todo lo dicho se redujo a un preludio para referirse al suceso mediático del día: la condena a Cristina Fernández de Kirchner.
Ese fue el highlight a partir del cual lo dicho y el acto se transformó en un vector —otro vector— para canalizar sentimientos encontrados. A partir de ese instante, ese nuevo campo del lenguaje, en el que las palabras sirven de abono al sinsentido, se iba a hacer presente en reels, comentarios, agravios y toda la gran variedad de formas que asume la niebla en nuestra realidad cotidiana, nuestra niebla.
La pregunta es si eso debió evitarse, si hubiese sido mejor que no suceda allí, en la Universidad, eso mismo que está sucediendo todo el tiempo con cada tópico de discusión y con cada voz, ya sea que esta reproduzca una ideología o una agenda de gobierno, o la cuestione.
Si el porvenir de la ilusión de toda una sociedad se reduce a la defensa, el ataque, la publicidad o el marketing del poder político, cosas como el arte, la cultura y el lenguaje finalmente se habrán convertido en un campo de batalla, pero con ello se habrá perdido una valiosa posibilidad que esos campos ofrecen: la del espacio y el tiempo para encontrar un decir propio, para no ser meros ecos de los estribillos que impone la realidad, para atravesar nuestra niebla y sobre todo para no quedarnos tan solos.