El cordobés Pablo Giesenow presenta su libro Corré tus límites, una historia de superación real e inspiradora, editada por El Emporio. La publicación nace de la necesidad de compartir su experiencia tras el trágico accidente que sufrió el 22 de enero de 2015, cuando tenía casi 38 años, al impactar su auto contra un guardarraíl en la provincia de La Pampa mientras viajaba desde Córdoba hacia Santa Cruz para darle una sorpresa de cumpleaños a su padre.
Ese día, Pablo perdió sus dos piernas, justo debajo de las rodillas. Su vida cambió para siempre, pero a la vez fue un nuevo comienzo.
Ahora Giesenow buscó en el libro un nuevo formato para brindar una “caja de herramientas” y una dosis de esperanza que ayude a otros a resolver situaciones adversas, enfrentar sueños y encarar desafíos, con el objetivo de compartir su experiencia para “allanar caminos”.
–¿Cómo fue el proceso inmediatamente posterior al accidente, considerando la gravedad de sus heridas?
–A pesar de la impresión de las heridas, me mantuve lúcido, algo que considero muy raro en mí porque se me bajaba la tensión con solo escuchar de una cirugía o ver un sangrado, llegando incluso a desmayarme. Sin embargo, ese día pude ver el panorama a mi alrededor, que era un desastre, y me mantuve despierto. Pude recordar y cantar de memoria algunos números de teléfono (algo poco común hoy en día), lo que me permitió contactar a la policía y los bomberos para avisar a mi familia que mi viaje se había interrumpido por algo grave. Después, mientras me sacaban del auto, yo notaba la falta de mi pierna izquierda y un gran dolor en la derecha. En la ambulancia, escuché algo relacionado con las dos piernas, y aunque pregunté, el silencio me sirvió de respuesta. Luego, perdí el conocimiento debido a la anestesia, los calmantes y la debilidad por la gran pérdida de sangre.
–¿Cómo reaccionó tu familia y qué significado tuvo ese reencuentro en el hospital?
–Al día siguiente, desperté y mi familia estaba a mi alrededor. Habían hecho viajes largos e interminables desde Santa Cruz, Villa Entre Ríos y Córdoba, sin saber con qué Pablo se iban a encontrar o si mi vida corría peligro. Si hubiera podido elegir a quién ver en ese momento, habría sido a ellos, y estaban allí con caras de preocupación, pero no de tristeza. Esto se debía a una lección que habíamos aprendido tiempo atrás, que es valorar la vida, ya que mi familia había perdido una hermana. Para mis padres, perder un hijo había sido muy duro, así que verme sin las piernas, pero sin peligro de morir, los hizo felices. Pensábamos que lo que viniera después se resolvería con prótesis o lo que fuera. Había conservado lo más importante, que era la vida.
–¿Cómo fue el proceso de asimilación y qué herramientas usaste para no caer en la depresión?
–El proceso no fue lineal, sobre todo al principio, por los dolores físicos. Estuve muy poco tiempo internado y volver a casa es bueno, pero ahí la morfina desaparece y comienzan a aparecer dolores que no sentía antes. Volví en silla de ruedas, sin piernas, a una casa que no estaba preparada: la silla no entraba por las puertas de los baños y los dormitorios estaban escaleras arriba. Yo estaba acostumbrado a caminar mucho y era futbolista amateur, jugando dos o tres partidos por semana. Estar sentado o acostado 24 horas era difícil. Sin embargo, ver a personas como Benjamín Buteler, Marcos Biancón y Óscar Ruera (amputados dobles o corredores) entrar a mi casa caminando con naturalidad y una sonrisa, me empezó a mejorar el panorama y me dio esperanza. Rápidamente volví a trabajar en mi estudio jurídico (es abogado) a los 35 o 40 días del accidente, primero home office y luego regresando al estudio en silla de ruedas. Esta combinación de mantener la cabeza ocupada en mi profesión y el cuerpo cansado en el deporte (rehabilitación), se convirtió en una especie de terapia que me mantuvo siempre bien. Nunca tuve tiempo de deprimirme; mi enfoque era: “Che, ¿qué puedo hacer mañana?”.

–¿Qué rol jugaron tus hijos en esta recuperación?
–Mis hijos tenían 9 y 13 años en ese momento, y la clave fue la imagen que yo quería transmitirles: la del humor y la esperanza. Quería levantarme rápido y recuperar la vida que tenía con ellos. Ellos interpretaron la situación tal como yo se las transmitía, desdramatizando, poniéndole humor y dándoles la idea de que esto era pasajero. Mi mayor clave de resiliencia fue verlos a ellos. Después me empezaron a ver correr, andar en bici, subir montañas y hacer un montón de cosas.
–¿Cómo te manejás en la vida diaria con el uso de tus prótesis?
–Las primeras prótesis llegaron después de siete meses. El primer hito importante fue volver a estar de pie. Recuerdo mirar cómo caminaba la gente en un shopping y darme cuenta: “Tengo que volver a aprender a caminar a los 38 años”. Al principio, la prótesis se hace sentir por el dolor, y requiere ajustes. Hay una parte muy artesanal, que es el cono donde se “enchufa” la pierna. Si el cono está mal hecho, la prótesis es un fracaso, pero si está bien hecho, se puede caminar hasta con una “pata de palo”. Aunque no es una parte natural del cuerpo (me las quito todas las noches), uno empieza a naturalizar su uso, y no salgo a la calle pensando que estoy caminando con prótesis. Las sensaciones recuperadas, como volver a mi metro setenta y cinco de altura, fue hermoso.

–Tu libro se llama “Corré tus límites”. ¿Cómo pasaste de reaprender a caminar a buscar desafíos extremos como subir montañas?
–Empecé con desafíos cotidianos, como querer pararme para lavarme los dientes. Para mí, pasar de estar sentado todo el día a intentar lavarme la cara de pie fue un desafío. Luego, me di cuenta de que contar los sueños en voz alta me abría puertas. En una entrevista, dije que quería volver a correr, andar en bici y jugar al fútbol. Eso hizo que gente me contactara. Gustavo, dueño de una ortopedia, me dijo que tenía las prótesis para correr, y a la semana, yo estaba equipado intentando volver a correr. Lo mismo pasó con Gastón, un amigo corredor de Iron Man, que me ayudó a volver a andar en bici. Después, la Fundación Empate me invitó a jugar un partido de fútbol, y volví a estar en una cancha. Al exteriorizar lo que sentía, me di cuenta de que tenía sentido y me abría puertas. Más tarde, llegaron cosas que no tenía en mente, y los desafíos empezaron a venir de afuera. Me invitaron a hacer cumbre en el Aconcagua cuando nunca había estado en una montaña. Lo que aprendí es a poner en perspectiva los problemas reales. Cuando no tenés problemas verdaderos, cualquier circunstancia menor —que se te parta el teléfono, que te rayen el auto, que pierdas el vuelo— puede convertirse en un drama. Yo trato de transmitir que no haga falta perder las piernas para darte cuenta de que está bueno hacer actividad física, caminar, o tener independencia para ir a trabajar.
Presentación
Pablo Giesenow presentará Corré tus límites el jueves 11 de diciembre a las 18 en el Centro Cultural Córdoba (Av. Poeta Lugones 401). Entrada libre y gratuita.

























