Algunas personas solamente quieren ver el mundo arder. Y si no se puede con el mundo, al menos lo intentan con un programa de televisión, con Gran Hermano, por ejemplo. La semana pasada, Juliana Scaglione cerró (por ahora) el arco narrativo de su personaje “Furia”, luego de seis meses de juego. ¿Qué hacer, ahora, con la caja de Pandora que abrió?
En el pensamiento griego antiguo existía el concepto hibris, que en términos generales indica “desmesura”. En términos particulares, esa desmesura no refiere a excesos como la irracionalidad o el desequilibrio, sino a la transgresión de límites impuestos por los dioses a los hombres.
Los actos de hibris involucran pasiones descontroladas, imposibles de dominar. En palabras más cercanas, son actos que rompen la moderación y alteran el orden del cosmos.
Es un concepto que encuentra, además, su personificación en la diosa Hibris. Era una de las deidades que, por supuesto, disfrutaba de pasar gran parte de su tiempo entre los mortales. Para algunos escritores antiguos, era hija de la Oscuridad y la Noche.
Diosa salvaje
Muchísimo más cerca en el tiempo, digamos, el año pasado, los seguidores de Gran Hermano pudieron tener conocimiento pleno de Hibris en acción. Esta vez, Hibris llevaba tatuajes, maquillaje exótico, un cuerpo tonificado y la cabeza rapada de color chicle. Se presentó como Juliana y, a renglón seguido, como Furia.
Parecía que quería simplemente llamar la atención, pero rápidamente demostró que no alardeaba sin fundamentos. Durante seis meses, gritó, insultó, golpeó, traicionó y fue traicionada, se quedó sin comer, tuvo raptos de ternura y debilidad, y hasta fue diagnosticada con una enfermedad severa. La violencia fue solo una de sus formas de la transgresión, seguida por récords en audiencia y votos.
Lo más interesante sucedía afuera, en quienes seguían el reality. Estaban quienes hacían un llamado a la mesura, al orden y a la sensatez, y pedían sanciones duras: nominaciones fulminantes, expulsiones, algo que la detenga. Y estaban, por supuesto, los que fueron tocados por esa hibris y la aplaudieron, la idolatraron, copiaron su look y gastaron casi todo su dinero en asegurar su permanencia.
Hasta que un día se enfrentó a uno de los favoritos, al posible ganador, al hombre que contrasta por su moderación y autodominio: Martín Ku.
Fandom desatado
Desde el comienzo de esta temporada de Gran Hermano, no faltó quien tildara con gesto circunspecto a Furia como un trágico reflejo de la sociedad en la que vivimos. Los panelistas del debate diseccionaron durante horas su forma de jugar, que no tenía demasiadas estrategias, sino que simplemente resultaba atractiva para el público.
La efectividad de esa atracción anida en la fantasía que todo ser humano lleva dentro: actuar no sin límites sino en flagrante violación de los límites. Así, antes que representar las sombras de nuestra sociedad, Furia expuso en el primetime televisivo la atracción por el caos que todos llevamos dentro.
Parte de sus acólitos, por ejemplo, atacaron a la salida del canal a exparticipantes que rivalizaron con ella, excediendo también los límites de lo conocido en la historia del programa.
En su nuevo rol fuera de la casa, Furia conversó con el panel de expertos. No alzó la voz, respetó los turnos para hablar, explicó qué calificaba para ella como acto violento, se mostró consciente y prudente con su enfermedad. Su estilo, ahora, es el de Sofrosina, la personificación mitológica de la mesura y el autocontrol.
Afuera siguen los furiosos, el fandom de un personaje que tal vez se repliegue como un fuego sin oxígeno. ¿Qué va a pasar con esos fans ahora que su líder no usa el caos para su juego? ¿Escucharán su voz si Furia deviene en Calma?
