Las historias de Cris Morena marcaron a generaciones. Con su visión, llevó a la pantalla relatos que fueron mucho más que simples ficciones: fueron refugios, fueron espejos, fueron sueños. Pero detrás de la Cris que conocemos, hay una mujer que, antes de convertirse en creadora, fue María Cristina de Giácomi, una niña inquieta, una hija rebelde, una madre amorosa y una artista que transformó su dolor en belleza.
En el pódcast A dónde vamos cuando soñamos de Oriana Sabatini, Cris Morena se permitió ser más que la productora de éxitos como Jugate Conmigo, Chiquititas, Rebelde Way y Floricienta. En una charla íntima, desnudó su historia, sus sombras y su luz.
El nacimiento de su nombre
“Cris Morena fue un invento”, confesó. La historia de su seudónimo se remonta a los años en que participaba en Dulce Fugitiva. En los títulos, su nombre aparecía como “Laura Morena” y el público comenzó a pedir que su personaje tuviera más protagonismo. La presión fue tal que terminó apareciendo en escena, a caballo y sin emitir palabra. Cuando llegó el momento de elegir su nombre artístico, le impusieron “Laura Morena”, pero ella se resistió: “Por favor, déjame aunque sea mi nombre”. Así nació Cris Morena.
El camino hasta allí había sido el de una niña curiosa, criada en un hogar donde la creatividad y el desafío eran parte del día a día. “Era medio loquita”, admitió, recordando cómo convertía a su hermano en una momia de papel higiénico o escapaba a la plaza con un carrito de juguetes.
La infancia, la rebeldía y las huellas maternas
Su infancia no fue solo juegos. Estudió en Notre Dame de la Asunción, ahora conocido como San Martín de Tours, un colegio de monjas francesas donde la disciplina era estricta. “Había que arrodillarse delante de ellas y que la pollera tocara el piso. Me puse elástico en la pollera. Cuando salía, me lo subía todo”, le contó Cris a Oriana.
Pero más allá de la escuela, su mayor desafío fue la relación con su madre. “No, malísima”, dice sin rodeos cuando Sabatini le consultó si tuvieron una buena relación. “Un día venía y me pegaba. Otro día me decía ‘Cris, mi amor’”, recordó. Su madre, contó, padecía una enfermedad mental que recién pudo estabilizarse con el litio. “Creo que a mí me quedó la locura linda de ella. La parte de soñadora”, destacó.
El arte como escape y salvación
Desde pequeña, Cris encontró en la música y la poesía una vía de escape. “Me encanta la poesía. Me parece que alguien que no leyó poesía no puede componer”, sostuvo.
Fue profesora de piano a los 15 años y, sin saberlo, su destino ya se estaba escribiendo. Una amiga, Silvana Di Lorenzo, le pidió canciones para un disco y así comenzó su camino como compositora. “Ese fue mi primer cuento”, aseguró, cuando Oriana le preguntó si recordaba cuál había sido el primero que escribió.
La eterna conexión con la infancia
Tal como remarcó la conductora del pódcast, si hay algo que define a Cris Morena es su conexión con los niños. “Me cuesta encontrar adultos íntegros”, admitió la productora, quien aseguró que su trabajo siempre tuvo como brújula proteger la infancia, porque la suya no fue fácil.
Sobre cómo sigue en contacto con la niña que fue, la exsposa de Gustavo Yankelevich reveló: “Amo las flores y les hablo a la mañana. Les pongo música de frecuencias todo el día”.
El desafío de ser madre y creadora
Fue madre joven y durante ocho años se dedicó de lleno a sus hijos. Pero su vida, como su arte, estuvo marcada por contrastes. En 2010, la tragedia la golpeó con la muerte de Romina, el dolor más grande de su vida. Sin embargo, en diálogo con Oriana, aseguró que transformó esa pérdida en amor, en nuevas historias, en legado.