A favor: Una comedia interesante
Nicolás Lencinas
El mejor infarto de mi vida narra lo que le sucedió a Hernán Casciari en 2015 mientras se alojaba en un Airbnb de Montevideo. Este suceso desafortunado desató un efecto mariposa que terminó cambiándole la vida al protagonista y también a los arrendadores.
En tiempos en los que Twitter (ahora X) era un lugar más amigable, la reseña de Casciari sobre el hospedaje se viralizó y llegó a manos del dueño de la app.
Si bien hay un libro best seller que respalda la dirección de Pablo Bossi y el guion de Lucas Figueroa, María Zanetti y Mariana Wainstein, la producción de Star+ se toma algunas licencias para presentarnos a los personajes principales, que, por supuesto, tienen nombre y apellido en la vida real.
“Los hechos y personajes retratados en esta serie son reales. Cualquier parecido con la ficción es pura coincidencia”, se advierte en la introducción.
Así, vemos cómo Ariel (Alan Sabbagh) llega al día en que casi pierde la vida. Sin embargo, el drama se convierte en una comedia romántica al presentarse el encuentro con Concha (Olivia Molina), la bailarina española que conoce por azar y de quien termina muy enamorado.
Cada episodio tiene la reconocida picardía del escritor, y Sabbagh se encarga de personificarlo de manera brillante. También hay destacadas participaciones de Imanol Arias, Rita Cortese y Eleonora Wexler.
Pero la manera de relacionarse de Ariel (pedante e irónico) va dejando, en cada escena, muy buenos chistes y también algunas reflexiones al paso, dignas de la literatura de Casciari.
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Lo mejor de la serie llega gracias a Javier (Rogelio Gracia) y Alejandra (Romina Peluffo), quienes le salvan la vida. Cada interacción con los protagonistas es un mimo para el espectador. Cuando aparecen en pantalla, dejan una sensación similar al optimismo del encantador Ted Lasso.
Afortunadamente, la historia es real y se puede seguir indagando cómo les fue en la vida a quienes acompañaron al autor en su infarto.
Todos aparecen en un cameo final en el que se juega con las palabras suerte, casualidad y destino. ¡Qué suerte tuvo Casciari! ¿No?
En contra: Un infarto de aburrimiento
Micaela Fe Lucero
El infarto de mi vida tiene algunos momentos en los que hace reír, pero son tan pocos que para una serie de comedia con muchos puntos en contra, no son suficientes.
Antes de comenzar a criticarla, hay que destacar que la mayoría de esos momentos son gracias al talento (y seguramente la dirección de) de buenos actores y actrices.
Y también gracias al talento de Hernán Casciari, que maravilla a multitudes. Pero cabe aclarar que esta columna va en línea con la de la colega Ernestina Godoy, publicada en este medio, quien en una inteligente lectura de su éxito, lo califica de “referente de un tipo de literatura al menos cuestionable”.
“Personifica un tipo de literatura que considera que el lector no transforma, sino que consume textos, cuyo éxito fue calculado de antemano, sin riesgos ni audacia”, concluye.
Ese espíritu se impregna en la serie, y aunque lo mismo pueda aplicarse a muchas otras, esta comete un pecado imperdonable: ¡es aburridísima!
Dicho eso: el primer capítulo de El infarto de mi vida, a pesar de su media hora de duración, se hace eterno de lento y establece un ritmo y un tono demasiado pesados que no logra remontar después.
A ello se le suma que el personaje de Ariel es francamente insoportable.
Finalmente, los diálogos son como mucho regulares, y encima tenemos que tolerar en su lugar algunos pensamientos del protagonista como por qué fuma cuando escribe y similares, con aspiraciones a reflexión superadora o poesía al paso y que no llegarían ni a meme, y que tampoco se sostienen entre ellos lo suficiente para ofrecer un frente sólido.
El infarto de mi vida se ubica entre las producciones que no quedarán en la memoria ni el corazón incluso de quienes la disfruten. Sin embargo, a veces justamente por eso, ese tipo de producciones cumplen a la perfección su rol de ayudar a pasar el tiempo mirando algo sin necesidad de entregar demasiado: ni reflexión, ni emociones, ni atención.
A veces, en ese contar y escuchar una historia que no nos pide mucho, hay un rinconcito de valor buscado en tiempos agitados y poco apreciado. A veces, aburrirse es bueno.