El presidente federal de Alemania, Frank-Walter Steinmeier, comunicará el viernes 27 si disuelve el Parlamento, después de la ronda de diálogo que mantuvo con los distintos bloques legislativos tras la ruptura del gobierno de coalición que encabezaba el socialdemócrata Olaf Scholz.
La coalición gobernante se rompió a comienzos de noviembre, cuando renunció el ministro de Finanzas, Christian Lindner, jefe de los liberales. El 16 de diciembre, Scholz le pidió al Congreso un voto de confianza y perdió.
Quedó en manos del presidente la decisión de adelantar las elecciones para febrero o dejarlas, como estaba previsto, para septiembre, cuando vencía el mandato de la actual administración. Lo más probable es el adelantamiento.
Según las encuestas más recientes, ganaría la alianza entre la Unión Cristianodemócrata y la Unión Socialcristiana (CDU-CSU) con el 31% de los votos, seguida por la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) con el 19%, mientras que la socialdemocracia (SPD) quedaría tercera con apenas el 15% y los Verdes (que no se han restado del gobierno de Scholz) llegarían cuartos con el 14%. Los liberales, acaso los más golpeados de los tres partidos gobernantes, no reunirían el mínimo de votos necesarios para entrar al Parlamento.
Los principales candidatos ya señalaron que, de tener la chance de formar el próximo gobierno, bajo ningún motivo convocarán a la AfD.
Entonces, si las urnas ratificaran el pronóstico de las encuestas, el candidato de la CDU-CSU, Friedrich Merz, debería convocar al candidato del SPD, que no es otro que Scholz, y acaso también a los Verdes, para alcanzar la mayoría necesaria. En otras palabras, dos de los tres partidos del gobierno que acaba de caer podrían seguir en el poder, ahora bajo el liderazgo de Merz.
Un consenso progresista
En 2021, el gobierno alemán cambió de mano. La democristiana Angela Merkel se retiró después de gobernar 16 años. Scholz, su ministro de Finanzas desde 2018, y para muchos, la versión socialdemócrata de Merkel, obtuvo el 26% de los votos (contra el 24% de la alianza CDU-CSU). Ya entonces eran cifras muy bajas para el SPD, que supo ganar elecciones con el 40%. Que ahora pueda sacar apenas el 14% es un símbolo de la crisis.
Volvamos a 2021. Scholz construyó un consenso progresista con el partido Liberal Demócrata y el partido Verde. El SPD se aseguró su política social a favor de los trabajadores; los Verdes, su compromiso con el cambio climático y el consiguiente abandono de los combustibles fósiles y la configuración de una nueva matriz energética; los liberales, el congelamiento de los impuestos y una agenda económica a favor de las empresas.
La política de los consensos redirigiría las dinámicas partidarias desde la competencia electoral hacia la gestión cooperativa. ¿Sería posible?
En principio lo fue, y la opinión pública apoyó el desafío. Pero siempre puede aparecer un “cisne negro” y generar una hecatombe en el sistema. En este caso, para colmo, hubo un par.
El primero fue la invasión rusa a Ucrania. La energía convencional alemana dependía del abastecimiento ruso, casualmente, a muy bajo precio. Reemplazarlo implicó una considerable alza en los costos. Pero, además, el programa medioambiental de los Verdes a favor de las energías renovables también volvió más cara la energía. La población en general y los empresarios en particular sintieron el golpe.
La invasión rusa también provocó, cual efecto dominó, otros cimbronazos. Por un lado, la migración de los ucranianos, que se dirigieron en masa hacia Alemania, uno de los países históricamente más sensibles a la cuestión de los migrantes dentro de la Unión Europea, tema que ha sido uno de los caballitos de batalla de la ultraderecha. Por otro lado, llevó al gobierno tripartito a reactivar fuertemente el presupuesto militar de inmediato —destinó más de dos puntos del producto interno bruto (PBI) en pocos meses—, además de entregar armas no pesadas al Gobierno ucraniano, algo que recién hizo en 2023, poco antes de que se cumpliera un año de la invasión rusa.
El canario de la mina
La nueva política militar y la asistencia a Ucrania recibieron el apoyo de la opinión pública. Pero la economía siempre se impone como preocupación social y los alemanes no fueron la excepción: cuando el país se declaró en recesión y los empresarios comenzaron a pensar planes de reducción de personal, el humor social mutó considerablemente.
El crecimiento anual del producto interno bruto (PIB) rozó el cero los dos últimos años, mientras, en promedio, el de los países de la Unión Europea crecía entre cuatro y cinco puntos por año.
Aquí entra en juego el segundo cisne negro: China. Es el principal socio comercial de Alemania. La industria alemana se abastece fundamentalmente en China de sus insumos básicos. En los últimos años, China ha aumentado su producción exportable, al mismo tiempo que pudo sustituir localmente un alto porcentaje de lo que importaba.
El déficit comercial de Alemania en su comercio con China se cuadriplicó en 2022 y no ha mejorado mucho desde entonces. Mientras tanto, los industriales alemanes no exigen al gobierno medidas proteccionistas; en su lugar, optan por acrecentar sus inversiones en China.
En ese contexto, las demandas de Scholz de endeudarse para solventar inversiones en infraestructura y planes sociales provocó la ruptura con el partido Liberal Demócrata y la consiguiente caída del gobierno.
¿Qué programas ofrecerán ahora los partidos y qué valoración hará de ellos la sociedad? ¿Cómo se reencuentra la estabilidad perdida? En una reciente columna para The New York Times, la periodista y politóloga Anna Sauerbrey hizo la siguiente reflexión: “Alemania podría ser el canario de la mina de carbón para las sociedades occidentales. La mayoría de nuestros vecinos y amigos se enfrentan a los mismos problemas: los costos de transformar las economías basadas en el carbono, los peligros de responder a los nuevos retos geopolíticos, las dificultades para lograr la cohesión social. Si Alemania, la zona más templada de la política mundial, no puede hacerlo, ¿quién podrá?”.