TIJUANA. Tijuana y Sinaloa son dos ciudades mejicanas con lazos estrechos pese a los casi 1.700 kilómetros de distancia que las separan. La cultura fronteriza mejicana, muy apegada al modo de vida de California, Estados Unidos, se ha amalgamado con la forma de ser de los sinaloenses: la indiferencia en la identidad del vecino y la dedicación entera al trabajo dio paso a las fiestas hasta las 2 de la mañana, las mujeres guapas o a la música de banda. Pero también la cultura del narcotráfico ha dejado su huella y no es casualidad que haya sido en Tijuana donde Joaquín "el Chapo" Guzmán se convirtió en el señor de los subsuelos, amo de los narcotúneles con que se inundaba de droga a California. Si como reza una anécdota, México es el trampolín del narcotráfico, como alguna vez acusara Richard Nixon, Estados Unidos es la piscina como respondió el entonces presidente mexicano Gustavo Díaz Ordaz, y Guzmán Loera tomó en su mano la manguera para llenarla con lo que se convertiría en la más poderosa corporación criminal de todo el mundo. Al "Chapo" no le tembló la otra mano, en la que empuñaba la pistola, para enfrentarse a sus paisanos, los hermanos Arellano Félix en esta frontera, al punto de convertirla en un cementerio con miles de muertos cada año. Por su ubicación fronteriza, Tijuana se ha convertido en tierra de trasiego pero también de enfrentamientos entre cárteles del narcotráfico que han hecho de las corporaciones policíacas sus peones en una guerra sin cuartel. Nombres como Ramón, Joaquín, Benjamín, han dado paso a sus sucesores, hombres que no hacen fila con su currículum bajo el brazo, para disputarse la plaza. A la caída del "Chapo" y a su sentencia dictada este día, sólo se le guarda un minuto de silencio antes de que otro capo se decida a tomar a sangre y fuego, la estafeta de la vacante.
*Director de Noticias de PSN