El 15 de abril de 2023, el Ejército de Sudán y el grupo paramilitar Fuerza de Apoyo Rápido (FAR) desataron una atroz guerra civil en este país de mayoría musulmana situado al noreste de África, con una población de aproximadamente 49 millones de habitantes.
El conflicto armado entre los bandos sudaneses, definido por la Organización de las Naciones Unidas (ONU) como una de las peores crisis humanitarias del mundo, ha provocado una cifra imprecisa de muertos (las estimaciones van desde 30.000 hasta 150.000), más de 12 millones de personas desplazadas y violaciones atroces a los derechos humanos, que incluyen ataques sexuales y crímenes de guerra sin precedentes en la historia de esta república árabe.
Andrés Carot es testigo directo de esta tragedia. Médico cirujano oriundo de la ciudad de Córdoba y egresado de la UNC, trabaja en el hospital público de Salengei, en la región de Darfur Central, desde el inicio de los combates fratricidas. Allí Médicos Sin Fronteras (donde colabora desde hace años) presta apoyo en áreas como emergencias, maternidad, pediatría, neonatología y cirugías de urgencia.

Además, la organización humanitaria se encarga de promover la salud y de asegurar el abastecimiento de agua y electricidad, sin los cuales el hospital no podría funcionar. Sin embargo, la falta de personal especializado, la escasez de insumos médicos y la creciente inseguridad hacen que la situación sea cada vez más difícil.
En ese contexto adverso, Andrés, el único cirujano general del hospital, trabaja junto a jóvenes médicos locales con poca formación pero mucha motivación, dispuesto a aprender y a enfrentar los desafíos que presenta la guerra.
Desde esa trinchera sanitaria, el médico cordobés ha vivido en carne propia el colapso del sistema de salud en una de las regiones más castigadas por el conflicto.
Violencia extrema
Tras una primera experiencia, Carot decidió regresar al hospital de Salengei al comprender la magnitud de la necesidad de cirugía de emergencia en un contexto de violencia extrema. La escasez de médicos especializados, la falta de anestesistas y la dificultad para acceder a insumos médicos son algunos de los problemas que enfrenta a diario.
“Aquí casi no hay médicos especialistas. Muchos de los que estaban hace dos años ya se han ido debido a la violencia y la inseguridad. Lo que me motiva a quedarme es ver cómo los médicos locales, pese a su inexperiencia, se esfuerzan por aprender y salvar vidas. Eso los impulsa enormemente y lo valoro muchísimo”, le cuenta a La Voz, con una mezcla de admiración y frustración.
La situación en Sudán es catastrófica. Con más de 13 millones de desplazados, millones de personas han tenido que huir de sus hogares, mientras que otros se refugian en países vecinos. La desnutrición infantil alcanza niveles alarmantes, y enfermedades como la malaria y el cólera agravan una crisis de salud pública sin precedentes, comenta el cordobés.
Carot es testigo de cómo los niños llegan al hospital con niveles severos de desnutrición, mientras que muchas mujeres embarazadas, desnutridas y sin acceso a cuidados prenatales, enfrentan complicaciones gravísimas. Las cesáreas de emergencia se han vuelto una rutina, realizadas en condiciones que ponen en riesgo tanto la vida de las madres como la de sus bebés. La guerra, con su brutalidad, está cobrando vidas que podrían haberse salvado en otro contexto.
“Es terrible lo que estamos viendo. Las mujeres que llegan al hospital están en condiciones extremadamente graves: algunas con hemorragias, otras con infecciones o con fetos muertos en su interior. Son situaciones de emergencia que, en circunstancias normales, no se verían. Pero aquí, la guerra ha destruido todo”, explica Carot. En su relato no hay lugar para el consuelo, sólo una mirada desgarrada por la injusticia de una guerra que no perdona ni a los más vulnerables.
Falta de todo
El trabajo de Andrés y su equipo está condicionado por la falta de recursos, pero también por la constante amenaza de ataques. En Sudán, como en muchos otros escenarios de conflicto, los hospitales, ambulancias y el personal médico se han convertido en objetivos de los enfrentamientos.
“Lo peor es que, aunque uno se acostumbra, no deja de indignarme. Cada vez que un hospital es atacado, cada vez que una ambulancia es destruida, el derecho internacional humanitario se convierte en una utopía. Es increíble que, en pleno siglo XXI, estemos viviendo situaciones como esta. Los médicos y enfermeros son atacados, y los pacientes quedan desprotegidos”, reflexiona Carot, visiblemente afectado por la violencia que entorpece su labor y la de tantos otros profesionales de la salud.
Lo que más le duele , como profesional y como ser humano, es la respuesta internacional frente a la crisis sudanesa. La indiferencia de los gobiernos y la falta de acción ante una de las mayores crisis de desplazamiento del mundo lo conmueven profundamente.
“La respuesta internacional ha sido lenta y desorganizada. Sudán vive una crisis humanitaria sin precedentes y, sin embargo, los gobiernos del mundo parecen no hacer lo suficiente. La gente está viviendo en condiciones de desesperación, sin acceso a lo básico: agua, comida, seguridad”, comenta, con una mezcla de desesperanza y furia contenida.
A pesar de las adversidades, Carot sigue adelante, con la esperanza de que la situación cambie, aunque sabe que depende mucho más que del trabajo de un grupo de médicos o de la voluntad de unas pocas organizaciones. La situación en Sudán, a dos años del conflicto, sigue siendo caótica, pero el trabajo de Andrés y de sus compañeros no se detiene.
“La gente necesita nuestra ayuda ahora. Sudán no puede seguir esperando. La guerra destruye vidas sin razón, pero también destruye las posibilidades de un futuro. Nosotros, como parte de la humanidad, no podemos seguir mirando hacia otro lado”, concluye.