Una súplica breve y luego un llamado a silencio profundo. Eso pide a sus colegas la jefa política de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, Nancy Pelosi, para conmemorar este 6 de enero, al mediodía, el primer aniversario de uno de los incidentes más sombríos y abominables de la vida institucional de ese país: el asalto al Capitolio.
La irrupción brutal se produjo en momentos en que los congresales se aprestaban a celebrar una sesión crucial en el recinto principal del edificio emblemático.
El plenario había sido convocado con el propósito de ratificar la victoria de Joe Biden en las controvertidas elecciones del 3 de noviembre de 2020 que le permitieron al candidato demócrata expulsar de la Casa Blanca a Donald Trump, tras cuatro años de inquilinato presidencial.
Pelosi, la primera mujer en la historia estadounidense en alcanzar la titularidad de la Cámara Baja norteamericana, precisó que la ceremonia ha sido concebida como una instancia de “reflexión, recuerdo y un nuevo compromiso en un espíritu de unidad, patriotismo y oración”. Lo hizo a través de una carta remitida a sus colegas y publicada por distintos medios de comunicación.
Tras la circunspección del bloque legislativo, la doctora en Ciencias Políticas Doris Kearns Goodwin y el historiador Jon Meacham compartirán un conversatorio “para establecer y preservar la narrativa” de aquel acontecimiento aterrador y bochornoso.
Por su parte, la secretaria de Prensa del Gobierno Federal, Jen Psaki, avisó que el Ejecutivo también evocará la tragedia de manera solemne, sin brindar más detalles del plan.
Transcurrieron 12 meses ya desde que aquella marea humana desaforada arrancara desde el parque de La Elipse hacia el barrio Capitol Hill en Washington para arremeter con fiereza demencial contra la sede del Congreso estadounidense.
El estallido
Aquel miércoles de furia, la muchedumbre había asistido temprano al popular paseo público ubicado en la parte sur de la Casa Blanca para participar en el mitin “Salve América”. El acto de despedida del entonces mandatario tuvo como principales oradores a Donald Trump y a su abogado personal y exalcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani.
Erguido detrás de un vidrio blindado, el líder republicano azuzó sin preámbulo al tumulto enardecido: “Tenemos que ser fuertes y luchar como en el infierno; nunca recuperaremos nuestro país con debilidad y sin orgullo”, tronó de arranque.
El magnate de jopo rebelde y gestos adustos lanzó luego un tiro por elevación a su vice Mike Pence, quien un rato más tarde, en el Parlamento, debía abrir la asamblea consagratoria de Biden. A su compañero de ruta le pidió, sin sutilezas, que desconociera los resultados de los “fraudulentos” comicios presidenciales.
Y culminó la arenga: “¡Nunca cederemos, nunca!”.
Estremecedor
A fuerza de reproducciones que se multiplican por millones, aquel episodio calamitoso está grabado a fuego en la memoria colectiva y acuñado en los archivos audiovisuales que proliferan en el universo virtual.
De los registros filmados, una de las secuencias más escalofriante es quizá la que muestra el instante preciso en que una mujer cae abatida, con la cara ensangrentada, en un pasillo interior del Parlamento tras recibir un disparo a quemarropa.
La víctima fue identificada como Ashli Babbitt (35), una veterana de la Fuerza Aérea norteamericana que había integrado las tropas desplegadas en Afganistán, Irak, Kuwait y Qatar.
El oficial de policía Michael Byrd fue quien jaló el gatillo y acabó con la vida de la joven activista; ella había arribado horas antes a la capital del país procedente de un pueblo vecino de San Diego, California, respondiendo al llamado de su adalid ideológico.
La nómina de fallecidos durante el levantamiento se completó con los manifestantes Benjamin Phillips (50), Kevin Greeson (55) y Rosanne Boyland (34), quienes perdieron la vida tras sufrir “emergencias médicas”, según consignó un parte oficial.
El agente Brian Sicknick fue el único trabajador de seguridad que “murió debido a heridas recibidas mientras cumplía con su deber”, apuntó el comunicado.
Desproporción
El número de caídos parecería no guardar relación con la magnitud descomunal de la contienda.
La aparente desproporción es destacada por quienes sospechan que la insurrección fue premeditada y que Trump imaginaba lo que ocurriría, pese a lo cual no hizo nada para evitarla.
A propósito, la vicepresidenta de la comisión parlamentaria que investiga el asalto al Capitolio -la republicana caída en desgracia Liz Cheney-, aseguró el domingo último a la cadena ABC que disponen de un “testimonio de primera mano” que confirmaría que Ivanka Trump, la hija del exmandatario, le pidió a su padre en varias ocasiones que interviniera para detener “la violencia” protagonizada por sus seguidores aquel 6 de enero en Washington.
A los congresales a cargo de la pesquisa se les dio un año para esclarecer tanto el cruento ataque como las movilizaciones y protestas convocadas los días previos.
El plazo límite coincidiría con las elecciones de medio término previstas para noviembre próximo.
Aunque la historia de los Estados Unidos enseña que tienen que transcurrir varias décadas hasta lograr arrimarse a la verdad de los hechos atroces que la sacuden con violencia descomunal de tanto en tanto.
