La victoria de Rodrigo Paz Pereira en las elecciones presidenciales de Bolivia pone fin a casi dos décadas de dominio del Movimiento al Socialismo (MAS), el partido fundado por Evo Morales que simbolizó el auge de la izquierda indígena en América latina.
Según los resultados preliminares del Tribunal Supremo Electoral (TSE), Paz, un senador centrista de 58 años, se impuso en la segunda vuelta con el 54% de los votos frente al 45% de Jorge “Tuto” Quiroga, un conservador que prometía reformas radicales.

Este balotaje, el primero en la historia boliviana, no sólo representa un giro político interno, sino que se inscribe en un patrón regional de contraolas, evocando las tesis del politólogo Samuel Huntington sobre las olas de democratización.
Es preciso aclarar que en el caso actual de Bolivia debe entenderse “contraola” en sentido metafórico, como un cambio ideológico y no como un retroceso democrático.
Por el centro
Paz, hijo del expresidente Jaime Paz Zamora (1989-1993), emerge como un outsider moderado en un panorama saturado de figuras que generan polarización.
Su campaña, bajo la alianza Nueva Esperanza Nacional, acentuó un “capitalismo para todos” y la superación de ideologías, prometiendo mantener programas sociales del MAS mientras fomenta el sector privado y reduce la intervención estatal.
Su campaña evitó los extremos ideológicos, lo que le permitió captar votos de un electorado cansado de confrontaciones.
En su discurso de victoria, Paz declaró: “La ideología no da de comer, lo que da de comer es el derecho al trabajo, la seguridad jurídica y el respeto a la propiedad privada”.
Esta retórica capturó el voto de clases bajas y rurales que tradicionalmente respaldaban al MAS, reflejando un desencanto masivo con la crisis económica actual: inflación del 23,32% en septiembre (según datos del Banco Central de Bolivia), escasez de combustibles y dólares, y el colapso de las exportaciones de gas natural.
Un modelo agotado
El contexto es crítico. Bolivia, bajo Evo Morales y su sucesor Luis Arce, nacionalizó recursos clave como el petróleo y el gas, aliándose con Cuba, Venezuela y Rusia. Además, mantuvo relaciones económicas pragmáticas con Brasil y China para diversificar socios comerciales e inversores.

Según el Banco Mundial, la pobreza extrema en Bolivia se redujo del 38% en 2006 al 15% en 2018, y la mayoría indígena (aymara, quechua, guaraní) ganó visibilidad política y cultural con la Constitución de 2009.
Este modelo, que elevó a la mayoría indígena y redujo la pobreza, evidentemente se agotó por ineficiencia, divisiones internas del MAS y dependencia de commodities.
El MAS, que en 2006 irrumpió como un movimiento antiimperialista, se derrumbó en la primera vuelta de agosto de 2025, obteniendo apenas el 3,16% de los votos.
El giro boliviano
Quiroga, expresidente (2001-2002), propuso privatizaciones y recortes drásticos, evocando las políticas neoliberales de los años ’90, pero los electores optaron por el enfoque gradual de Paz, quien planea un acuerdo con Estados Unidos por 1.500 millones de dólares para combustibles.
El secretario de Estado estadounidense, Marco Rubio, celebró el potencial de “relaciones más sólidas”, señalando un alejamiento del antiamericanismo masista.
Este giro boliviano no es aislado. En América latina, se observa un péndulo ideológico que resuena con el marco analítico de Samuel Huntington en su obra La tercera ola: la democratización a finales del siglo 20 (1991).
Huntington describe olas de democratización globales: la primera (1828-1926), la segunda post Segunda Guerra Mundial (1943-1962), y la tercera desde 1974, que incluyó la transición de dictaduras a democracias en América latina durante los ’80 y ’90. Sin embargo, enfatiza las contraolas.
La llegada de Morales en 2006 formó parte de una contraola alineada con la “marea rosa” latinoamericana, que consistió en una alianza geopolítica con los gobiernos de Hugo Chávez en Venezuela, Lula Da Silva en Brasil y Néstor Kirchner en Argentina, que respondieron a las desigualdades del neoliberalismo y la fallida teoría del derrame de 1990 –lo que les confirió una elevada legitimidad inicial–.
La lógica de las contraolas
Huntington advierte que las contraolas surgen de crisis económicas, polarización y fatiga democrática, lo que explica el colapso del MAS.
Ahora, la victoria de Paz sugiere una nueva contraola regional hacia la centroderecha.
En Bolivia, este cambio no implica un retorno al autoritarismo, sino que expresa la disconformidad de la ciudadanía con un modelo y la esperanza en un nuevo gobierno que promete tener la fórmula del progreso colectivo.
Paz hereda un Congreso fragmentado, obligándolo a coaliciones, y enfrenta advertencias de sindicatos como la Central Obrera Boliviana (COB) contra recortes sociales.
Su plan incluye bajar impuestos, fomentar créditos y descentralizar presupuestos, pero con subsidios diferenciados para vulnerables, evitando el shock de Javier Milei en Argentina.
Un contexto difícil
Los retos son inmensos. La economía boliviana, dependiente de materias primas, necesita diversificación y estabilidad monetaria.
Internacionalmente, Bolivia se alejará de alianzas antioccidentales reemplazándolas por relaciones pragmáticas con Estados Unidos y posiblemente con la Unión Europea.
Si Paz logra reactivar la economía sin sacrificar conquistas sociales, podría inspirar cambios en vecinos como Perú o Chile –donde la izquierda también enfrenta desgaste–. Pero si falla, el péndulo podría oscilar nuevamente.
El fin del MAS no es el fin de la izquierda, sino una invitación a reinventarse como China, en un mundo más pragmático que ideológico. El futuro dirá si Paz es zorro, león, ambos o ninguno.
Analista internacional, docente de Ciencia Política y Relaciones Internacionales.