En Brasil, el final de 2022 estuvo nuevamente marcado por la unión de la gente en animar a la selección brasileña en la Copa del Mundo. Politizada como símbolo por los simpatizantes del presidente Jair Bolsonaro (PL), la camiseta verde amarilla de la selección volvió a pertenecer a todos los brasileños.
A partir del 1° de enero de 2023, lo que ha logrado el fútbol también parece ser el mayor desafío para el presidente electo, Luiz Inácio Lula da Silva (PT): reconciliar un país políticamente polarizado y tener apoyo para gobernar.
Lula asume por tercera vez la presidencia de Brasil, pero esta vez se encontrará con un escenario diferente. Brasil, tras el gobierno de Bolsonaro, es un país dividido, luego de unas elecciones en las que alrededor de 58 millones de votantes se decantaron por el ultraderechista, y los más fervientes permanecen acampados en cuarteles del Ejército, cuestionando su resultado.
Los escándalos contra el “petismo” y la corrupción durante los gobiernos anteriores del PT todavía aparecen constantemente en el discurso de los opositores.
El descontento de los bolsonaristas genera preocupaciones sobre la seguridad en relación con el presidente, quien tiene protocolos reforzados desde antes de las elecciones, con cuidados que estarán a cargo de la Policía Federal. El 25 de diciembre, un empresario bolsonarista fue detenido in fraganti por terrorismo tras instalar bombas en un camión de combustible cerca del aeropuerto de la capital del país, Brasilia.
En la economía, hay muchos desafíos, desde la inflación hasta el escenario fiscal e incluso los altos precios de los combustibles. Sin embargo, el primero que comienza a resolverse incluso antes de su toma de posesión viene con la “PEC de la transición” promulgada en el Congreso nacional, el 22 de diciembre, que aumentó el techo de gasto por un año, lo que permitirá a Lula cumplir con su principal promesa de campaña: pagar 600 reales en “Bolsa Familia” más 150 reales adicionales por niño hasta 6 años.
El salario mínimo también tendrá un reajuste genuino, por encima de la inflación, del 8,9%, pasando de 1.212 a 1.320 reales.
El diálogo, la clave
Educación, salud, medio ambiente y cultura son algunos sectores que han sido desatendidos, con recortes presupuestarios, por el gobierno de Bolsonaro, y que Lula ha destacado que recibirán refuerzos e inversiones.
Entre los ministros ya anunciados están la ministra de Salud, Nisia Trindade, primera mujer en ocupar la cartera, actual presidenta de la Fundación Oswaldo Cruz (Fiocruz), que coordinó acciones fundamentales durante la lucha contra la pandemia del Covid-19; y Anielle Franco, futura ministra de Igualdad Racial, periodista y hermana de la concejala asesinada, Marielle Franco, quien se convirtió en un símbolo de la lucha por los derechos humanos y el antirracismo en Brasil.
Al fin y al cabo, ¿cómo afrontar este escenario tan polarizado y cargado de tensión? El diálogo parece ser el único camino por seguir, algo que Lula ya ha demostrado que domina.
En las últimas elecciones unió, en su propia boleta, algo que hasta entonces parecía improbable, Geraldo Alckmin (PSB), electo vicepresidente, quien fue opositor directo en los comicios presidenciales de 2006, y uno de los fundadores del PSDB, opositor histórico del PT.
Junto a lo que llamaron el “frente amplio”, su boleta y simpatizantes de diferentes corrientes y espectros políticos tendrán el desafío de ampliar aún más los aliados para implementar un proyecto de gobierno que incluya políticas públicas y el desafío de volver a reducir la desigualdad social.
