La guerra comercial entre Estados Unidos y China muestra un nuevo episodio en su incesante escalada de tensiones, con ambas potencias reforzando su artillería arancelaria y económica.
El último cruce ocurrió este martes, cuando la potencia asiática respondió a la entrada en vigor de los aranceles estadounidenses con medidas propias: nuevas tarifas sobre determinados productos de importación y el lanzamiento de una investigación antimonopolio contra Google. En minutos, las repercusiones económicas se sintieron en el mercado global, mientras se alimentaba un ciclo de represalias de ojo por ojo que parece no tener fin.
Nada nuevo
Este enfrentamiento no es una novedad. Ya en 2018, la guerra comercial entre Trump y Xi Jinping se intensificó con una serie de aranceles mutuos que afectaron a diversos sectores. Sin embargo, ahora los analistas coinciden en que China llega mejor preparada a la contienda. Lejos de ser una respuesta improvisada, la estrategia del gigante oriental apunta a maximizar el impacto de sus represalias, mientras limita los riesgos para su economía, aún vulnerable y fuertemente dependiente del comercio internacional.
“China está tratando de aumentar sus fichas de negociación sin comprometer la estabilidad interna”, sostiene Gary Ng, economista senior en Hong Kong, quien resalta la cautela del gobierno chino al implementar medidas que vayan más allá de los simples aranceles. En lugar de un ataque directo a sectores clave de la economía estadounidense, China diversifica su respuesta, apuntando no solo a productos como el carbón y el gas natural licuado, sino también a los minerales críticos para la industria de alta tecnología, como el tungsteno y el galio.
Por otro lado, el movimiento del gobierno de Trump con la imposición de un gravamen del 10% sobre productos chinos no parece ser tan grave para China en términos de volumen, aunque sí se observa que afectará a sectores específicos, como la industria automotriz estadounidense, con compañías como General Motors y Ford enfrentando mayores costos en el mercado chino. La real preocupación radica en la capacidad de China de utilizar su control sobre minerales estratégicos, esenciales para la fabricación de productos tecnológicos avanzados, para presionar aún más la economía estadounidense.
Represalia sofisticada
Mientras tanto, la investigación contra Google, impulsada por el Gobierno chino, entra en el terreno de las represalias comerciales más sofisticadas. La compañía estadounidense, que ya enfrenta problemas en China debido a sus prácticas antimonopolio y a la censura, podría ver afectadas sus operaciones en el país, aunque su presencia en el mercado chino es limitada. El movimiento, sin embargo, resalta la disposición de Beijing para abordar la guerra comercial en múltiples frentes, no solo a través de tarifas, sino también mediante regulaciones que afectan a las grandes corporaciones tecnológicas.
La reacción de China, calificada por algunos analistas como “mesurada”, no parece tener la intención de intensificar el conflicto. “No creo que quieran que la guerra comercial se agrave”, señala John Gong, profesor en Pekín, quien observa que el ejemplo de Canadá y de México podría ser una referencia para los chinos en cuanto a la posibilidad de una pausa en las hostilidades. Sin embargo, el peligro de una mayor escalada sigue latente. El estratega Stephen Dover, de Franklin Templeton, advierte que este es un riesgo global que podría ralentizar el crecimiento mundial y aumentar la inflación, con consecuencias que impactarían a todas las economías.
Así, en este escenario de creciente incertidumbre, el futuro de las relaciones comerciales entre Estados Unidos y China sigue siendo una pieza clave en la dinámica global, donde no solo las decisiones políticas y comerciales, sino también las medidas regulatorias y de control tecnológico, determinarán la dirección de la contienda. Mientras tanto, el mundo observa, esperando que la diplomacia logre contener lo que, hasta ahora, ha sido una guerra de desgaste económico con repercusiones de largo alcance.