El prontuario de Rogério Lemgruber, alias Bagulhão, indica que nació en Río de Janeiro un 5 de enero de 1952, en la favela de Caju, y luego se mudó con su familia a la favela de Sapo. Poco se sabe de sus padres.
Las biografías lo colocan en el mundo del delito casi desde su infancia. Su primera ocupación parece haber sido “jefe del narcotráfico” y fundador de la Falange Vermelha, sin escalas.
Quizá por eso, por no haber tenido oportunidades en su edad temprana, dicen que en la comunidad de Sapo, además de brindar ayuda económica a los residentes, fomentaba la lectura entre los niños.
Les distribuía libros y les exigía que escribieran un resumen, bajo pena de recibir un disparo en la mano si no lo hacían.
Pasó casi toda su vida en prisión. Las crónicas de la época se referían a él como un asaltante de bancos “muy inteligente” y de “alta peligrosidad”, capaz de asaltar dos bancos en un día.
En 1973 se fugó de la cárcel Estado do Rio, a los 21 años. Lo atraparon y terminó en la prisión de Ilha Grande.
Allí fue donde, en 1979, Bagulhão conformó el Comando Vermelho (CV).
La banda nació en ese infierno de las prisiones brasileñas durante la dictadura militar. En el presidio de Ilha Grande, los presos políticos –integrantes de movimientos guerrilleros marxistas– compartieron pabellones con reclusos comunes.
Entre el hacinamiento, la represión y la violencia institucional, se gestó una forma de cooperación que mezclaba ideales de solidaridad con prácticas delictivas. El lema era “paz, justicia y libertad”.
Pero lo que empezó como un pacto de supervivencia mutua derivó en una organización criminal con estructura, jerarquía y códigos propios.

Cuando los presos comunes salieron en libertad, llevaron esa cultura a las favelas. La ideología se diluyó, pero la red y la disciplina se mantuvieron.
Bagulhão no alcanzó a ver cómo el CV se convertiría, por décadas, en una de las organizaciones más poderosas de Río de Janeiro. Su final fue mucho menos épico que lo que él mismo se imaginaba: murió en 1992 a causa de la diabetes, en la cama de un hospital, esposado y custodiado por seis policías militares, con problemas renales y cirrosis hepática.
El reciente operativo en el Complexo do Alemão y en la favela da Penha, con casi 120 muertos, volvió a poner al CV en el centro de la escena.
Sin embargo, la magnitud de la violencia y la respuesta estatal son apenas el último capítulo de una historia que comenzó hace más de medio siglo.
El ascenso: del presidio a las favelas
Durante los ’80, el CV se consolidó como la primera gran facción criminal carioca. Aprovechó el auge del tráfico de cocaína, estableció alianzas con proveedores internacionales y comenzó a controlar territorios en las zonas más empobrecidas de Río.
En esos barrios, el Estado era una presencia ausente; el Comando Vermelho ofrecía lo que el Estado no daba: seguridad, empleo informal, justicia rápida y ayuda económica.
Con el tiempo, esos “servicios” se transformaron en control total. El CV impuso normas, cobró impuestos clandestinos, prohibió ciertos delitos y castigó a quien desobedecía.
Así nació su versión de “orden”: una mezcla de terror, lealtad y necesidad.
La expansión y las guerras
A medida que crecía, el CV se enfrentó a nuevas organizaciones surgidas en los ‘90: el Terceiro Comando Puro (TCP) y los Amigos dos Amigos (ADA), que buscaban disputar territorios y rutas de drogas.
En paralelo, la expansión del Primeiro Comando da Capital (PCC) desde San Pablo introdujo un nuevo actor con poder nacional.
Las guerras entre facciones y milicias –grupos parapoliciales que también controlan zonas urbanas– convirtieron Río en un campo de batalla fragmentado. Cada barrio quedó marcado por siglas que delimitan el poder armado.
Estructura y poder
El CV mantiene una estructura descentralizada pero disciplinada. No existe un único líder indiscutido, sino una cúpula rotativa con “gerentes” y “donos” (dueños) en distintas regiones.
Muchos jefes dirigen sus operaciones desde la cárcel; otros lo hacen desde la clandestinidad.
El grupo se financia principalmente a través del tráfico de drogas y armas, pero también controla redes de extorsión, robos de carga y lavado de dinero.
En los últimos años, incorporó tecnología y comunicaciones encriptadas, y expandió sus contactos hacia Paraguay, Bolivia y África Occidental.
El poder social del crimen
En las comunidades bajo su control, el CV ejerce un poder cotidiano: regula la vida civil, decide horarios de comercio, impone castigos y resuelve conflictos.
En algunos lugares, financia fiestas o entrega alimentos, y refuerza una legitimidad paradójica ante una población que desconfía de la policía tanto como del crimen.
Esa presencia social explica por qué, a pesar de las operaciones militares y de los cambios de gobierno, el Comando Vermelho sobrevivió.
No solo es una estructura criminal: es también un sistema de poder enraizado en territorios donde el Estado llega tarde o no llega.
El Estado contra Comando Vermelho
Desde los ‘80, las autoridades brasileñas lanzaron incontables operativos para recuperar las favelas. Algunos se recuerdan por su violencia, como el de Jacarezinho (2021) o el del Complexo do Alemão (2022).
Las incursiones dejaron decenas de muertos, decomisos de drogas y armas, pero rara vez lograron cambiar la realidad estructural.
La mayor prueba es lo que acaba de conocerse en estos días: según la información revisada por Reuters en el informe policial presentado ante la Corte Suprema de Brasil, ninguna de las 117 personas abatidas por la Policía estaba entre los 69 sospechosos señalados por los fiscales en la denuncia que motivó la redada.
Apenas cinco de los implicados fueron arrestados ese día y ninguno tenía rango de liderazgo en el CV.
No está claro qué pasará ahora: cada golpe policial genera una reconfiguración interna del CV, pero no su desaparición.
Nuevos líderes surgen; viejas rutas se reabren. Y, en muchos casos, los abusos policiales alimentan la desconfianza ciudadana, lo que fortalece indirectamente la posición de las facciones.
Vínculos con Argentina
El Comando Vermelho mantiene vínculos con Argentina, principalmente a través de dos actividades: lavado de dinero y tráfico de armas.
En 2023, la Operación Crypto descubrió una red que lavó más de U$S 520 millones del narcotráfico mediante criptomonedas, empresas fantasma y compra de bienes de lujo.
El esquema era dirigido desde Nordelta por el brasileño Marcelo Clayton Alves de Sousa y el chino Hang Wang, ambos prófugos.
Además, se detectó la presencia en territorio argentino de figuras clave del Comando, como Marino Divaldo Pinto de Brum, quien montó pistas para narcoaviones en Corrientes, y Jimmy Medina Ávila, capturado en 2020 tras organizar asaltos en el conurbano bonaerense.
En paralelo, Argentina también aparece implicada en el tráfico regional de armas. En 2024, fueron detenidos en Córdoba Diego Dirisio y Julieta Nardi, acusados de proveer miles de fusiles y pistolas que, tras ser adulteradas en Paraguay, abastecían al Comando Vermelho y al Primer Comando Capital (PCC).
Un futuro incierto
El operativo de octubre de 2025 fue presentado al comienzo por el Gobierno de Río como una victoria estratégica.
Comienza a salir a la luz que no fue tan así.
La historia del CV muestra que la represión, sin políticas sociales sostenidas, solo posterga el conflicto.
Mientras las favelas sigan siendo territorios de exclusión, el CV –o su heredero– encontrará el modo de continuar con sus prácticas.
En Río de Janeiro, la guerra contra el narcotráfico no es solo una batalla de armas: es también una disputa por quién ejerce el poder allí donde el Estado no está.




























