El 3 de febrero de 2014, un llamado inesperado cambió la vida de un periodista cordobés.
–¿Hola? ¿Sí? ¿Quién habla?
– Jorge Bergoglio.
–¿De verdad me dice… Santo Padre?
Así, en una conversación sencilla y profunda, como tantas que marcaron su vida pastoral, el Papa Francisco sorprendía a su interlocutor con su tono familiar de voz, el sello de un hombre forjado en la ciudad de Córdoba que lo había visto crecer, cambiar y transformarse en el líder espiritual de la feligresía católica.
A través de los relatos de los periodistas Javier Cámara y Sebastián Pfaffen en el libro Aquel Francisco (Raíz de Dos), resuena la historia de un hombre que no solo caminó las calles de Córdoba, sino que vivió experiencias vitales en esta capital, y cuya impronta nutre la espiritualidad de la ciudad. Murió el 21 de abril de 2025 a los 88 años.
El texto de referencia reconstruye sus dos años como novicio entre 1958 y 1960 y sus dos años como sacerdote entre 1990 y 1992. Dos etapas que, según el Vicario de Cristo, fueron clave en su consolidación espiritual.
Austeridad y cercanía
Desde su primer día en el noviciado que funcionaba en la calle Buchardo al 1750, en barrio Pueyrredón, donde la austeridad de la vida religiosa no sólo marcaron su formación, sino que lo acercaron a los más vulnerables y postergados, Bergoglio fue testigo de la piedad popular que dejó una huella imborrable en su alma.
Rezar el rosario bajo la araucaria, dar catequesis a los niños de las barriadas más humildes y aprender de los vecinos que cantaban himnos a la Virgen con una emoción que solo puede brotar de las entrañas de la feligresía, fueron momentos que lo conectaron con la fe profunda del pueblo cristiano, y lo prepararon para lo que vendría.

La Córdoba de los años 1990, con sus estridencias, su frío y sus carencias, también fue un espejo para Bergoglio, que se exilió en la humildad, buscando en el silencio y la “purificación interior” el camino hacia su destino. Aquí, como sacerdote, trabajó en los márgenes, haciendo de su apostolado un testimonio de cercanía, pero también de reflexión profunda.
“Mis años en Córdoba determinaron, de alguna manera, una solidez espiritual” -compartió con los periodistas-, poniendo de relieve que nuestra ciudad, en sus dos años de “oscuridad interior”, le brindó las herramientas necesarias para convertirse en el Pastor que hasta hoy dirigió al rebaño católico como Vicario de Cristo.
Aquel joven jesuita de hábito negro, que caminaba por las calles cordobesas hasta la Basílica de la Merced, rezando ante la imagen de San José con el Niño Jesús en brazos, condujo hasta hoy el destino de su Iglesia. En su humildad, Francisco no olvidó a los suyos.
La llamada a Javier Cámara, días después de haberse comunicado con los medios más influyentes del mundo, es un claro reflejo de su personalidad. “Me olvidé (en la entrevista para el libro) de mencionar a Cirilo Rodríguez, el hermano portero”, le dijo al sorprendido periodista, un gesto que habla de su memoria y de su gratitud hacia quienes lo acompañaron en su paso por Córdoba y a lo largo de su camino pastoral.
Los autores de Aquel Francisco coinciden en la certeza de que, en la vida de Bergoglio, Córdoba fue una piedra angular. Porque más allá de que buena parte del mundo le reconoce sus reformas profundas y su trabajo colosal desde que fijara su domicilio laboral en Roma, la ciudad que lo templó y cimentó su vocación fue Córdoba.
Como el mismo sucesor de Pedro reconoce en el libro: “mis años en Córdoba fueron como una noche”, pero sin lugar a dudas esa oscuridad le permitió ser quien fue: el Papa que iluminó con su palabra al mundo.
