El 7 de octubre de 2023, Israel amaneció bajo fuego. En una cruenta ofensiva sorpresa, combatientes de Hamas y otras milicias islamistas irrumpieron desde la Franja de Gaza, atravesaron la frontera fortificada y perpetraron una masacre. En pocas horas, asesinaron a más de 1.200 personas y secuestraron a unas 250, entre ellas, varios argentinos. Fue un sábado negro que marcó un antes y un después en Medio Oriente, y que, dos años más tarde, sigue proyectando sus sombras funestas.
La respuesta de Israel fue inmediata y fulminante. Al día siguiente, las Fuerzas de Defensa lanzaron una ofensiva aérea y terrestre sin precedentes sobre Gaza. Desde entonces, el enclave palestino se convirtió en un paisaje de ruinas: según el Ministerio de Salud local (controlado por el Movimiento de Resistencia Islámica), unas 70 mil personas murieron y más de 160 mil resultaron heridas. Naciones Unidas estima que el 90% de las viviendas quedaron destruidas o dañadas, y que casi toda la población –1,9 millones de habitantes– fue desplazada dentro de un territorio de apenas 360 kilómetros cuadrados, equivalente a dos tercios de la ciudad de Córdoba.
La tragedia no distingue fronteras. Israel lleva dos años en estado de guerra permanente, sin haber logrado del todo sus dos objetivos iniciales: liberar a la totalidad de los secuestrados y eliminar a Hamas de manera definitiva.
Una herida abierta
De los 251 secuestrados aquel 7 de octubre, 148 regresaron con vida, en su mayoría a través de canjes por prisioneros palestinos. Solo ocho fueron rescatados en operaciones militares. El resto, incluidos varios argentinos, sigue siendo motivo de angustia.
Entre los liberados, figuran las argentinas Ofelia Feler de Roitman, Gabriela Leimberg, su hija Mia y Clara Marmán, quienes recuperaron la libertad a fines de 2023. Aún permanecen cautivos nueve compatriotas, cuatro de ellos con paradero confirmado dentro de la Franja de Gaza.
El caso más emblemático sigue siendo el de la familia Bibas, secuestrada en el kibutz Nir Oz: Shiri, de 32 años, su esposo Yarden y sus pequeños hijos Ariel, de 4, y Kfir, de apenas 9 meses. Su cautiverio, convertido en símbolo del horror, reveló la crueldad del grupo islamista frente a los rehenes más indefensos. En febrero de este año, Israel confirmó la muerte de la madre y los dos niños.
Otro compatriota que recuperó su libertad, Iair Horn, fue secuestrado junto con su hermano Eitan mientras trabajaba en el pub de su kibutz.
“El infierno que vivimos nos cambió la vida”, contó a La Voz tiempo después Luis Har, otro argentino liberado, al visitar Córdoba con su esposa, Clara Marmán, para relatar lo que padecieron en manos de Hamas.
Según datos oficiales, 48 personas continúan en poder del grupo islamista, de las cuales apenas 20 seguirían con vida. El clamor social por su regreso es hoy uno de los pocos puntos de consenso dentro de una sociedad israelí profundamente dividida.
Conflicto regional
La confrontación armada desbordó la Franja. Hezbollah en el Líbano, los hutíes en Yemen e incluso milicias proiraníes en Siria y en Irak abrieron nuevos frentes contra Israel. La respuesta israelí fue demoledora. El líder de Hezbollah, Hassan Nasrallah, murió en un ataque aéreo en Beirut; otros comandantes fueron eliminados después con explosivos sofisticados y bombardeos dirigidos.
En un hecho sin precedentes, Israel llevó la ofensiva hasta Irán, donde abatió a Ismail Haniyeh, jefe político de Hamas, y golpeó instalaciones nucleares persas. El derrocamiento del presidente sirio Bashar al Assad en 2024 debilitó aún más la “media luna chiita” que respalda a Teherán.
Militarmente, Israel exhibe hoy una posición dominante. Pero ese poder tiene un altísimo costo político y moral. Los bombardeos sobre hospitales, escuelas y campos de refugiados provocaron una oleada de críticas internacionales y acusaciones de crímenes de guerra. Sobre la base de esas certezas, en 2024 Sudáfrica demandó a Israel ante la Corte Internacional de Justicia por genocidio, y meses después la Corte Penal Internacional emitió órdenes de arresto contra el primer ministro Benjamin Netanyahu y el entonces ministro de Defensa, Joav Galant.
Israel rechazó las acusaciones y denunció un “doble estándar” judicial, pero su imagen quedó profundamente dañada.
La devastación de Gaza aceleró el reconocimiento internacional del Estado palestino. En 2023 lo habían hecho 137 países; hoy son 157, incluidos Francia, España, Reino Unido, Australia y Canadá. Todos subrayan que la única salida posible es la solución de los dos Estados, algo que Benjamin Netanyahu rechaza por considerar que “premia el terrorismo”.
El aislamiento diplomático israelí se profundizó con la suspensión de exportaciones de armas y sanciones económicas. En la Unión Europea crece el debate sobre restringir los acuerdos comerciales con Israel y prohibir productos provenientes de los asentamientos en Cisjordania. Alemania, sin embargo, sigue bloqueando esas iniciativas.
Grietas internas
La confrontación también fracturó a la sociedad israelí. Los ministros ultraderechistas Itamar Ben-Gvir y Bezalel Smotrich exigen continuar la ofensiva y anexar Cisjordania, lo que haría inviable la coexistencia con un Estado palestino.
En la otra orilla, las familias de los rehenes encabezan manifestaciones casi a diario en Tel Aviv, Jerusalén y otras ciudades. “Queremos que vuelvan ya. No más guerra”, proclaman. Veteranos del ejército y ciudadanos árabes israelíes se suman a esas marchas, que reflejan un hastío generalizado y se replican en capitales europeas y en otras partes del mundo.
Según encuestas recientes, siete de cada 10 israelíes apoyan un alto el fuego inmediato. La polarización política es extrema, pero la sensación predominante es de cansancio. Muchos creen que Netanyahu intenta extender el conflicto para llegar a las elecciones de 2026, a pesar de que su popularidad se desplomó. “Cuando termine la guerra, Netanyahu va a caer”, resumen analistas y ciudadanos por igual.
Una tenue luz de esperanza
En este clima de tragedia, irrumpió el plan de paz de 20 puntos propuesto por Donald Trump, quien reapareció como mediador con un proyecto que combina pragmatismo y ambición. El esquema prevé la liberación inmediata de los rehenes restantes, el desarme de Hamas y la amnistía para quienes acepten una convivencia pacífica. También incluye la creación de una comisión internacional presidida por el propio Trump, con participación de figuras como Tony Blair, y la reconstrucción de Gaza financiada por países árabes.
Hamas ya expresó su disposición a liberar a los 48 rehenes restantes –unos 20 vivos– y a renunciar al poder, aunque sin aceptar por ahora el desarme. Israel, por su parte, anunció que comenzará los preparativos para implementar la primera fase del plan. Qatar y Egipto, aliados centrales de Washington, redoblan la presión para concretar el acuerdo.
El problema, advierten analistas israelíes, es que la delegación con la que Trump negocia en Doha y otros escenarios no representa plenamente a la cúpula de Hamas que sigue operando dentro de Gaza. La presión de los países árabes será clave para destrabar esa brecha, entienden.
“La propuesta de paz de Trump, aunque parece auspiciosa y puede generar esperanzas, plantea serios temores sobre las futuras acciones israelíes, si una solución de un Estado palestino, sin un enjuiciamiento a los responsables de crímenes de guerra, ni un verdadero contrapeso internacional que presione o bloquee futuros escenarios de limpieza étnica”, razonó el politólogo y especialista en Historia y Cultura del Mundo Árabe, Ismael Elías Adriis, en diálogo con La Voz.
El deseo de paz compartido
En Israel, la sensación dominante es de fatiga y deseo de cierre. “Esto tiene que terminar cuanto antes. Ya no hay espíritu de guerra”, se escucha en las calles. La mayoría de los israelíes creen que el potencial militar de Hamas fue destruido y que la prioridad absoluta es el regreso de los secuestrados.
Del otro lado, los palestinos sobreviven entre ruinas, desplazamientos y hambre, pero también ansían que cesen las hostilidades. La guerra dejó a ambos pueblos exhaustos, con generaciones marcadas por el dolor.
A dos años del ataque que lo desencadenó todo, Medio Oriente sigue buscando una salida. El plan de Trump podría abrir un camino, aunque la “letra chica” del acuerdo aún despierta dudas. Si logra concretarse, podría sellar el final de una era de violencia.
Pero incluso si el silencio de las armas vuelve a Gaza y el miedo se disipa, las cicatrices del 7 de octubre y lo que pasó luego seguirán visibles, como un recordatorio trágico de lo que cuesta la paz.