Mientras los turistas se agolpan en la explanada del Trocadero y los cafés llenan sus mesas con discusiones sobre fútbol y política, en una sala cerrada de la Cancillería francesa se libra otra batalla: silenciosa, diplomática, de pasillos. Allí, el secretario de Estado norteamericano Marcos Rubio, emisario del presidente Donald Trump y figura ascendente del llamado “ala pacificadora” en Washington, mantiene conversaciones con delegados de la Unión Europea (UE) sobre el futuro inmediato de Ucrania.
Rubio no llega solo. Lo respalda una retórica que, en las últimas semanas, ha cobrado volumen desde los entornos del inquilino de la Casa Blanca: la paz, dicen, no puede seguir esperando. Pero la paz, como se sabe, tiene demasiados dueños para ser simple.
Las negociaciones que se desarrollan en París son apenas la punta visible de un proceso que lleva meses –y kilómetros– de recorrido. Varios encuentros previos se realizaron en Arabia Saudita, donde el empresario y asesor especial Steven Witkoff logró, no sin gestos llamativos, reunirse directamente con Vladimir Putin. Fue un mensaje claro: la diplomacia paralela está en juego y tiene sello estadounidense.

Sin embargo, Moscú ha demostrado que sus oídos están entrenados para otra música. Rechazó, en la práctica, el alto el fuego integral que Trump impulsa desde su tribuna y que Ucrania, en términos generales, avala. Rusia pone condiciones: que cesen las movilizaciones del Ejército ucraniano y que se detenga el suministro de armas por parte de Occidente. Un punto muerto en el tablero, pero no en las operaciones.
Imputaciones cruzadas
Aunque el mes pasado se firmó una tregua simbólica para evitar ataques a instalaciones energéticas –una medida más humanitaria que estratégica–, la realidad ha seguido golpeando. Rusia continúa sus ofensivas diarias, y ambos bandos acusan al otro de incumplimientos cronométricos: la hora en que empiezan los ataques, dicen, no coincide con la acordada. La guerra, hasta en eso, se ha vuelto un desacuerdo de relojes.
Desde la presidencia francesa, Emmanuel Macron observa el juego desde su propio ángulo. Este jueves, aprovechando el marco de las conversaciones, también buscará hablar de Trump, pero en clave económica: los aranceles que el expresidente estadounidense amenaza con reinstaurar preocupan en Bruselas y en París. A eso se suman los fuegos abiertos en Medio Oriente, que Macron quiere enfriar “en una lógica de desescalada en la región”, según su entorno.

Todo esto se negocia en París, ciudad de tratados y traiciones, donde el mármol de los edificios oficiales ha escuchado frases que cambiaron mapas.
Equilibrista
Rubio, por su parte, intenta hacer equilibrio en la cornisa existente entre los gestos unilaterales de su jefe político y este tipo de reuniones multilaterales.
Mientras tanto, en Kiev y en Moscú los relojes siguen marcando tiempos distintos. Aunque la diplomacia se siente a la mesa, la guerra, por ahora, no se levanta.