Este pasado sábado fue una jornada de intensos congresos políticos en el bipartidismo español.
Tanto el Psoe de Pedro Sánchez como el PP de Alberto Núñez Feijoo organizaron sendas reuniones en Madrid para encarar el curso político que se reanudará pasado el verano septentrional.
En el Comité Federal del Partido Socialista, el presidente del gobierno español admitió errores y mencionó que lo eligieron “como capitán del barco, y el capitán no se desentiende cuando viene el temporal”.
En adición, y a modo de respuesta política ante los escándalos de corrupción de destacados miembros de su partido, anunció un lote de medidas contra la corrupción, entre ellas una revisión más estricta del patrimonio de los dirigentes.
Sánchez pidió perdón, trató de apagar el fuego en el Psoe, y realizó un guiño, a la desesperada, a todos los sectores más feministas de su partido anunciando medidas internas contra el machismo, entre ellas que cualquier miembro del Psoe que contrate profesionales del sexo sea expulsado del partido.
Lógicamente, ante esto último las redes estallaron en comentarios sardónicos; más incluso cuando todas estas medidas para combatir la corrupción dentro del Psoe se vieron eclipsadas por un desagradable imprevisto:
Paco Salazar, uno de los delfines de Pedro Sánchez que debía entrar ahora en la secretaría de Organización para sustituir a Santos Cerdán —actualmente en prisión— fue fulminado por acusaciones de acoso sexual.
Contra todo y todos, Sánchez apostó por victimizarse y acusó a la derecha española de convertir al Psoe en un blanco político. “No nos ven como adversarios, nos ven como enemigos contra los que lo vale todo: mentiras, odio y amenazas”, dijo.
En especial, mencionó la amenaza de prisión que el expresidente español José María Aznar esgrimió en el congreso del partido opositor.
Los analistas sospechan que las últimas artimañas para aglutinar el voto de la izquierda de Sánchez y así tener chances para unas futuras elecciones no tendrán efecto: todos empiezan a ver los trucos de manos del líder socialista.
La corrupción, el talón de Aquiles del régimen político español, ha ahogado por completo al Psoe.
Los que tienen una edad recuerdan un proceso análogo en el pasado, cuando la corrupción hundió el partido socialista de Felipe González. González fue ese Presidente de la democracia española que luchó contra el terrorismo vasco utilizando el terrorismo de Estado.
Por cierto, el controvertido exresidente socialista afirmó que Pedro Sánchez debería dimitir, convocar elecciones y dejar que el viejo Psoe —no la mutación provocada por Sánchez— debería presentar a otro candidato para “restituir” al partido. Incluso afirmó que votaría en blanco —no por su partido— en las próximas elecciones, sean cuando sean éstas.
Euforia desmedida en el PP
Contrastando con el ambiente algo lúgubre en el congreso socialista, en el del Partido Popular reinó una euforia quizás algo desmedida. El líder del partido, Alberto Núñez Feijóo, aprovechó la extrema debilidad del Psoepara posicionarse como el único realmente presidenciable.
Feijóo anunció que su partido es el único que “defiende la unidad española” y promete un cambio político profundo. “Los principios de este partido no se pueden comprar, los compromisos no saldrán nunca a subasta; España no estará nunca en venta, me cueste lo que cueste; no negociaremos, ni lo hemos hecho, ni lo haremos, la unidad de los españoles”, subrayó.

En el horizonte se vislumbra un hipotético entendimiento con el PNV vasco y con Junts per Catalunya para poder desbancar a Pedro Sánchez en el Congreso. Sería un entendimiento complejo con los primeros, pero extremamente complejo con los segundos.
Si quieren evitar el gobierno moribundo de Sánchez hasta el 2027, los populares deberán contar, sí o sí, con los 7 votos de los parlamentarios que el partido de Carles Puigdemont tiene en el Congreso español.
El problema es cómo: cómo poner atrás toda la retórica incendiaria y vindicativa de la derecha española sobre Catalunya y sobre el líder independentista catalán; y también qué es lo que realmente pueden ofrecer a vascos y catalanes para tentarlos sin que las bases de su partido sientan que “se rompe España”.
¿España como Estado fallido?
En cualquier caso, el régimen español respira, aunque sea con respiración asistida. Pero a nadie se le escapa que hay demasiados signos de ser un autentico Estado fallido.
No sólo es su Rey emérito exiliado en Abu Dabi eludiendo investigaciones tributarias, también es la cada vez mas pronunciada marginación de España en los foros internacionales: Pedro Sánchez en la pasada cumbre de la Otan; la reciente vaga de jueces y fiscales españoles contra el Poder Ejecutivo, algo realmente bizarro que desmiente una supuesta separación de poderes ; las cada vez más frecuentes interrupciones del servicio del AVE, el tren de alta velocidad; o una inseguridad rampante y cotidiana en las calles.
Por supuesto, podríamos añadir una incapacidad absoluta para responder a las emergencias climáticas, tal y como trágicamente se pudo ver en Valencia con la Dana.
Incluso a nivel cultural las instituciones estatales españolas naufragan: el Instituto Cervantes fue descartado en una licitación para impartir cursos de español en la UE —la institución que ganó el concurso fue una empresa privada belga, el Centre de Langues-Allingua, que ofreció mejor calidad en todos los sentidos.
España parece no estar en una crisis provisional provocada por el ciudadano Sánchez, sino en una crisis estructural heredada que arranca con la mismísima instauración de la democracia.
En la actual crisis nadie tiene refugio, ni siquiera el Tribunal Constitucional español, garante de la norma fundamental del Estado y ahora con mayoría progresista, que ahora está en el centro de la diana.
El PP, en boca de Esteban González Pons —uno de los hombres fuertes de Feijóo— dijo que el alto tribunal debía decidir si se añadía “al bando de los enemigos de la Constitución”. El TC recibió ataques también desde las trincheras socialistas: el mismo Felipe González, desde las filas del Psoe, puso en duda la legitimidad del tribunal.
Tanto el socialista González como Mariano Rajoy, expresidente de gobierno y del PP, son los valedores del entendimiento de los dos grandes partidos españoles para formar una gran coalición que supere el impasse donde esta metido el Estado.
Gonzalez aseguró que si el PP y el Psoe no se ponen de acuerdo, “no se podría llevar a cabo ninguna reforma seria” en España. Rajoy estos días volvió a proponer en una entrevista que “la solución está inventada, funciona con éxito en Alemania y se llama gran coalición”.
Las últimas colonias
Una mirada con los lentes de largo recorrido histórico nos muestra que la reciente corrupción del partido socialista español ha sido proverbial para el régimen monárquico español.
Me explico: España no necesitará a su ejercito para romper la baraja y castrar cualquier huida hacia delante que Pedro Sánchez pudiera formular para salvarse —léase una apuesta decidida por una Republica.
Koldo García, José Luis Ábalos y Santos Cerdán, los amigos de Sánchez enfangados por la corrupción, han revalorizado las posibilidades electorales de un no menos corrupto Partido Popular, que ahora tiene puntos para ponerse al mando de otro gobierno de turno.
Pase lo que pase, un futuro gobierno de los populares asistido por VOX no lo tendrá fácil porque las tensiones regionales pueden ser insoportables.
Veremos hasta que punto el País Vasco, prácticamente independiente en lo económico y lo cultural, soportará la nueva recentralización del Estado jaleada por VOX. Y veremos también como un PP radicalizado por el discurso reactivo de Santiago Abascal podrá bancarse la más que probable reactivación de la unidad independentista en Catalunya —sabido es que con el Partido Popular en la Moncloa, el independentismo siempre crece.
Alberto Núñez Feijóo, reelegido presidente del PP en este pasado congreso, aseguró que “no vamos a negociar la unidad de los españoles; España no estará en venta”. Curiosamente, hace algo más de un siglo algunos parlamentarios conservadores —como Cánovas del Castillo— dijeron prácticamente lo mismo sobre Cuba antes de su definitiva independencia.
*Historiador y docente