Jean-Marie Le Pen, el hombre que durante más de medio siglo encarnó la división y la polémica en la política francesa, murió este martes a los 96 años, dejando un legado que resuena en las entrañas mismas de la República. Su deceso fue anunciado con la misma retórica que caracterizó su vida: “político valiente y con talento”, proclamó la Agrupación Nacional, el partido que fundó en 1972 con un discurso que, para muchos, todavía retumba en la Francia moderna.
Desde sus inicios, Le Pen fue un hombre que se distinguió por su ultranacionalismo visceral y por sus posiciones extremas sobre temas tan candentes como la inmigración, las políticas sociales y el legado del Holocausto, entre otros. En aquellos primeros años de su carrera, su partido lograba apenas un apoyo discreto en las urnas; su candidatura presidencial en 1974, por caso, no logró cosechar ni el 1% de los votos.
Era un hombre al margen de la tradición de partidos políticos, un outsider del sistema, pero como si de un actor fuera, supo encarnar su personaje a la perfección.
Fue a partir de la década de los años ‘80 cuando la figura de Le Pen adquirió una notoriedad que ya no abandonaría. En las elecciones europeas de 1984, con una campaña cargada de un discurso antiinmigrantes, logró una banca en el Parlamento Europeo, y con ella, el respaldo de una franja de franceses que se sentían ajenos al proyecto de integración europea. Su figura se volvió indiscutible, aunque no menos controvertida, especialmente tras comentarios que harían estremecer a Europa: la negación del Holocausto, insinuaciones sobre el aislamiento de los enfermos de sida y una hostilidad marcada hacia la inmigración. La historia, por supuesto, le pasaría factura. En 1990, fue condenado por sus declaraciones sobre las cámaras de gas, a las que calificó como un “detalle de la historia”, una frase que aún hoy sigue provocando el desprecio de amplias capas de la sociedad.
El escándalo como distintivo
El escándalo, el histrionismo exagerado y la provocación fueron distintivos de su perfil político. Pero también lo fueron las victorias. En 2002, al sorprender con su triunfo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, Le Pen no solo desafió las expectativas, sino que dejó claro que su partido, el Frente Nacional (rebautizado como Agrupación Nacional por su hija Marine en 2018), estaba lejos de ser solo un fenómeno marginal. Las manifestaciones en su contra en las calles de Francia fueron tan constantes como la irreductible presencia de su figura en el escenario político. Su paso al frente de la política francesa se había convertido en una lucha diaria, en un combate contra los valores establecidos.
No solo la política le trajo tempestades. En su vida personal, las tormentas fueron igualmente intensas. Su divorcio de Pierrette Lalanne, con quien vivió años de tensiones públicas, fue un episodio más en la crónica de una vida llena de polémica. La aparición de su esposa en Playboy, como respuesta a las palabras de Le Pen sobre su destino como ama de llaves, fue solo la punta del iceberg en una historia familiar que estuvo marcada por rupturas y disputas.
Relaciones tumultuosas
Los años pasaron, y la política francesa fue cambiando. Le Pen fue desplazado por su hija Marine, quien se alejó conscientemente de las políticas extremas de su padre en busca de una mayor aceptación en el espectro político tradicional. En 2015, Marine tomó las riendas de un partido que hoy es una de las principales fuerzas políticas del país. Sin embargo, el conflicto entre padre e hija, lejos de apagarse, se avivó con el paso del tiempo, hasta alcanzar su punto álgido en 2021, cuando Le Pen decidió apoyar al ultraderechista Éric Zemmour en lugar de a su propia hija en las elecciones presidenciales de 2022.
Jean-Marie Le Pen, figura tan compleja como divisiva, deja tras su paso una estela de discordia. En su último tramo de vida, su salud se fue resintiendo, y en febrero de 2024 fue puesto bajo tutela legal debido a su delicado estado. Ya no era el hombre de los mítines incendiarios, el orador que desbordaba pasiones. Seguramente la historia lo recordará como un hombre que, para bien o para mal, jamás pasó desapercibido.
El legado de Le Pen es, por tanto, el de un hombre que desafió el sistema, que construyó su propia leyenda a base de controversia, pero también de un hombre cuyo último acto fue ceder la posta a su hija, quien viene intentando desde entonces reformar y moderar la visión de su progenitor en distintos asuntos políticos candentes con el propósito de consolidarse como referente de una extrema derecha más pulida que la que de su padre, el incansable provocador que este martes comenzó su camino de leyenda y como uno de los principales inspiradores de la derecha radicalizada en Europa y en otros destinos extracontinentales.